HISTORIAS

El exbanquero de inversión que ahora es cura y misionero en Honduras: “Dios es el mejor empresario de la historia”

Álvaro Ramos buscó instalar en pobreza un negocio recurrente para salir de ella, aunque no funcionó, lo que le llevó directamente a lo contrario, darlo todo sin pensar qué ocurrirá mañana

Álvaro Ramos, misionero en Honduras

Álvaro Ramos, misionero en Honduras / G. S.

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Gabriel Santamarina

Nadie que se encuentre a Álvaro Ramos (Madrid, 46) por la calle se imaginaría nada de su historia personal. Viste sencillo, pero con un toque pijo: camisa, chinos y zapatos. Es licenciado en derecho por la Universidad Pontificia de Comillas ICADE-ICAI y tiene un MBA por la escuela de negocios de la Universidad de Carolina del Norte. En su currículum figura haber trabajado para el prestigioso despacho de abogados Freshfields Bruckhaus Deringer, el banco de inversión Bank of America y el gigante inmobiliario español Azora.

Sin embargo, un día se dio cuenta de que esa vida no le llenaba y decidió recoger las maletas y dejar todo atrás. Ahora es sacerdote y misionero en Honduras, donde participa en la asociación ACOES, que recibió el premio Derechos Humanos Rey de España en 2020, ayudando a niños sin recursos en su educación. En este camino se ha despojado de muchas cosas, pero no de su visión económica del mundo.

PREGUNTA. Álvaro, ¿cómo empieza su historia?

RESPUESTA. Hubo una cosa que me impactó. Con 12 o 13 años me dio por jugar al golf, aunque nadie en mi familia lo hacía. Yo vivía por Boadilla, en el típico chalé. Después de romper varias ventanas, me regalaron por mi cumpleaños ir a jugar a un campo. Ahí coincidí con la última generación de caddies y de recogepelotas que hubo en España, que eran niños que no podía seguir estudiando y empezaban a trabajar con 13 o 14 años. Nos hicimos amigos y su situación a mí eso me impactó de alguna manera. Por eso, es importante que la gente joven conozca cuanto antes la pobreza. Ahí descubrí la importancia de la educación, de aprovechar las oportunidades y de lo injusto que es el mundo.

Hay que cuidar el planeta, perfecto, pero hay que cuidar primero a las personas.

P. Pero, de jugar en un campo de golf y estudiar en ICADE a convertirse en misionero hay un paso.

R. De alguna manera, en mi conciencia, no me podía quedar en Madrid ganando dinero. Empecé a dirigir mi vida hacia la inversión de impacto, que ahora está muy de moda, aunque hace 16 años no lo estaba tanto. Me pareció muy interesante porque era ayudar a gente de una manera profesional. Lo que pasa es que me di cuenta de que la mayoría de inversiones de impacto no iban a las profundidades de la pobreza. Por ejemplo, Texas Pacific Group tiene un fondo de inversión de impacto e invierte en negocios éticos y que ayudan al medio ambiente. Es positivo, la verdad, y loable, pero no bajan a la profundidad de la pobreza más dramática. Está bien que haya energía que no contamine; pero el mundo de verdad es la cantidad de gente que no come y la que no tiene acceso al agua. Puestos a poner una escala de impacto, ese es el mayor impacto. El mayor impacto es conseguir que nadie muera por falta de comida, que todo el mundo tenga acceso a agua y que niños y niñas tengan acceso a la educación. Hay que cuidar el planeta, perfecto, pero hay que cuidar primero a las personas. Al meterme en estos sectores, fui viendo que no están enfocados en la raíz del problema y eso me fue llevando hacia la misión.

P. ¿Y no pensó en montar usted algo desde aquí?

R. A mí me gustaba mucho la vivienda social y por eso estuve trabajando en Azora. Allí tenían un modelo vivienda social muy profesional, pero en España iba destinado a las clases medias. Hablo de la vivienda social que da rentabilidad. Estuvo muy bien, pero mi conciencia me llevaba siempre a ir al extremo. Monté una fundación con un amigo porque ganaba bastante dinero y yo había aprendido que no necesitaba tanto. Queríamos buscar ONGs en América Latina y desintermediar la gran cantidad de estructura que hay normalmente y ofrecer a nuestros amigos proyectos sin intermediación y, además, nosotros poniendo dinero. Eso me permitió ver los lugares pobres y me pareció muy terrible. Tampoco lo que hacíamos estaba bien enfocado porque era una ONG pequeña que ayudaba a los niños de una guardería, pero no lo veía eficiente y con escala. Utilicé un concepto muy típico en el mundo de la inversión: cuando quieres invertir en algo, buscas el mejor operador. ¿Cuál es el mejor operador de la pobreza? Los misioneros. ¿Por qué? Porque, por ejemplo, cuando en Sudán hay una revuelta, se van todos las ONGs. Y, ¿quién se queda? La monja María, de Villanueva del Monte, y el padre Paco, de Burruños del Campo.

Yo dejo mi trabajo, me voy a Honduras e intento montar un call center social, que fue un desastre.

P. Entonces, llega a Honduras.

R. Espera. Nosotros vivimos en la burbuja: de los más 7 mil millones de personas que hay en el mundo, Europa Occidental, Estados Unidos y Canadá somos poco más de mil millones. La mayoría de la gente vive como se vive en Honduras y por eso es tan importante ir de voluntario. Es un país muy pequeñito, pero representa cómo se vive en la mayor parte del mundo, en Kenia, en China o en la India: el agua llega o no llega, te puedan asaltar, no hay transporte público, es muy difícil llegar a la universidad y las familias viven al límite. En esos países, como tu madre se caiga por las escaleras y necesite una operación, se 'jodió' la familia. Tienes que pedir un préstamo de los que te dan 1.000 euros este mes y el siguiente mes debes 2.000. Todo el mundo tiene que dejar de estudiar y se pone a trabajar, incluso cosas peores si tienes hermanas. Ver eso me hizo cuestionarme todo y yo le agradezco a Dios que me motivase a conocer la realidad. El otro día estuve en una conferencia donde el señor empezó haciendo así [múltiples chasquidos]. Todo el mundo pensamos que iba a bailar, pero dijo: “Cada chasquido son cinco niños que se han muerto de hambre”. Seguimos recordando el 11-S, pero todos los días hay uno, que son niños que se mueren por desnutrición. Nosotros no podemos imaginarnos morir de desnutrición, pero sí ir en un avión. Un día tendríais que asociaros los periodistas para poner en un titular toda la gente que muere en un día por la pobreza: exclusiva, alarma, breaking news… El otro día, en Honduras, murieron 50 mujeres en una cárcel, en una revuelta. Lo que pasa que yo no me imagino a mi madre, a mi hermana o a una amiga en una cárcel.

P. Pero, ¿cuál fue el clic para cambiar y dejar todo atrás?

R. El clic cuesta. Yo dejo mi trabajo, me voy a Honduras e intento montar un call center social, que fue un desastre. Intenté eso y alguna otra cosa más. Yo mismo me tuve que mirar al espejo y darme cuenta de que con la gente pobre no puedes hacer negocio porque no tienen nada. Para mí era muy importante los flujos de caja, que eso es lo que te enseñan. Si hay flujo, hay capital. Si hay capital, hay billetes morados; si es donación, hay “clin clin” (sonidos de monedas), como ocurre en las parroquias. Volviendo al clic. Me di cuenta de que el capital escaseaba. Entonces, si tú quieres hacer negocio con los pobres, dejas a una gran parte de la población abandonada. Todos estos chicos que nosotros ayudamos son muchachos que no tienen nada, son familias que ganan un euro al día. Ahí viene la gran idea del Padre Patricio (fundador de la asociación de la que forma parte Álvaro, ACOES). Estos chicos no te pueden dar dinero, pero sí su compromiso.

P. Entonces, ustedes generan flujos de caja, no de dinero, sino de ayuda.

R. Yo me fui dando cuenta que los misioneros tienen el mejor modelo de negocio que hay, que es el Evangelio. Dios es el primer y mejor empresario de la historia. ¿A quién se le ocurre montar un universo y montar un planeta? Dios es el primer gran emprendedor y el primer gran economista. La economía es gestionar una casa para que todo el mundo esté bien. Técnicamente, la economía, desde los griegos, era para que tuviese una sociedad que le fuese todo el mundo bien, que a nadie le faltase, ni a nadie le sobrase. Lo que tenemos en el mundo no es economía, es crematística, que es la competitividad por la competitividad, siempre con la intención de ganar más. El gran ejemplo de economía es la Unión Europea: asegurar que en un territorio grande todo el mundo tenga oportunidades y que la gente tenga un mínimo de dignidad, que es un motor de desarrollo y de bienestar. Los alemanes y los franceses lo hicieron fenomenal. Primero, ponerse de acuerdo después de una guerra y, segundo, querer incorporar a Grecia, España e Italia para asegurar que estén bien. El problema de Europa es que su lógica ha acabado en el Mediterráneo. ¿Cuál sería el mejor entorno macroeconómico? Que a todo el mundo le vaya bien. El clic fue darme cuenta de que Dios tenía razón, que la mejor manera de que el mundo cambie es lo que lo Dios ha dicho y ha escrito, que es el Evangelio.

P. Pero no era necesario ser sacerdote para ayudar a niños en Honduras.

R. Descubrí que no estaba solo. Cuando yo intentaba hacer todo este tipo de proyectos, yo siempre buscaba un inversor o alguien que me acompañase. Cuando vas profundizando en la pobreza, te vas quedando solo, pero descubrí que no lo estaba porque a Dios le interesa lo que hacía. Dice la teología que lo contrario a la fe no es no creer, sino el miedo. Hay mucha gente que cree en la justicia, la igualdad, pero que no da la vida por eso porque le da miedo. La gente daría su vida, pero piensa ¿cómo voy a ganar dinero? En mi caso, cuando confié en Dios se me quitó el miedo. Tenemos ejemplos increíbles de la Divina Providencia. Nuestro modelo financiero a mí me encanta, pero es muy agresivo. El dinero que nos dan, que es voluntariado, lo gastamos y solo nos quedamos con dos meses de reserva. Lamentablemente, en muchas instituciones, el dinero que reciben se guarda y se reparten los rendimientos que genere. Ese dinero que se guarda acaba invertido en bolsa. Increíble. Hay muchas instituciones que por miedo solo reparten los rendimientos que tienen de su capital y protegen su institución. Pero eso no es lógico. A mí me da igual ACOES, no vale nada, es un puro instrumento. Lo importante es que le vaya bien a los niños. No tiene sentido que yo me guarde dinero y no le reparta leche. ¿Qué ocurre? Le metes mucha presión al sistema.

¿Qué negocio hay que tú pones 3.000 euros y consigues 300.000?

P. Hay que estar levantando capital continuamente, como una startup.

R. El mejor activo no es el inmobiliario, no es la energía, no son las infraestructuras, son las personas. Lo que es injusto es que Amazon o Tesla tengan 20 años de capital paciente hasta que dan beneficios y los niños pobres no. El dinero que me dan yo lo invierto en los niños, porque además es el activo que mejor produce. Si a mí me dan 100 y los meto en bolsa, como mucho obtengo 5. Sin embargo, estos niños dan una rentabilidad brutal. Dale de comer, ponlo a estudiar y llévalo a la universidad, que, con 20 años, es una máquina, una ingeniera o una doctora. Cuando salen de la universidad, nuestros muchachos, tirando a la baja, podrían ganar alrededor de 300 dólares al mes. Eso son más de 7.200 dólares de riqueza para Honduras al año. Ahora multiplícalo por 40 niños. A mí me han costado 240 euros al año que, por 10 años, son 2.400 euros. ¿Qué negocio hay que tú pones 3.000 euros y consigues 300.000? Eso fue lo que hizo España en los años 40, 50 y 60; que, con una gran inversión en educación, prosperó.

P. ¿A cuántos niños prestan su ayuda?

R. A día de hoy hemos ayudado a 11.700 niños. Empezamos en la guardería y, cuando llegan a bachillerato, les pedimos que formen parte de la organización y que vengan a trabajar, es decir, a ser ellos los que ayudan. Si lo multiplicas por el número que comenté antes, estás delante de una empresa con un valor de mercado de 2,5 billones. Nosotros le damos un dinero todos los meses para que sobrevivan y parte se lo dan a los padres porque tienen una deuda con ellos, que necesitan que trabajen para sacar su familia adelante. Lo que es increíble es que esta gente da pasta a sus padres y también beca a otros niños. No sé cómo le salen los números. ¿Cuánto vale una persona así? Por eso, vuelvo a lo mismo: no se entiende por qué no hay una estructura de financiación para el mejor activo, que alguien me diga si hay algo mejor que hacer una buena persona.

P. Y, ¿cómo se puede hacer concienciación?

R. La gente piensa que el dinero que sale de tu bolsillo y vuelve es el mejor dinero. Al hijo de un presidente de Honduras le asaltaron por la calle y lo mataron. ¿De qué te vale tener dinero en el banco y tener posesiones, si has hecho una sociedad donde tu hijo no puede salir a la calle? En este país hay hospitales privados buenísimos, aunque solo en la capital. Como salgas a tres horas de Tegucigalpa, ya puedes ir con una maleta de un millón de dólares que, como te de un 'jamacuco', no te sirve de nada, te vas a morir. Como sociedad, nos conviene que el dinero se reparta a todo el mundo. Yo no entiendo que los padres guardan dinero para sus herencias. Si ese dinero se pusiese a trabajar en cosas que mejoren el mundo, a lo mejor tendríamos menos terrorismo o una mejor medicina. Si tú quieres a tu nieto, lo que tú quieres es que viva en un mundo sin terrorismo y sin enfermedades. Hay una anécdota buenísima de una película de Hollywood, que es un muchacho mexicano que con 14 años cruza a Estados Unidos y se queda allí. Una familia le ayuda a estudiar y, ahora, es de los mejores oncólogos. A lo mejor tu nieto va a tener una enfermedad y le puede salvar una niña de Honduras que la ayudaste a estudiar. Pero, como tú ese dinero lo guardas en el banco para que tu nieto se compre una casa, puede que tenga un tumor cerebral y se muera porque no va a haber nadie que le cure. Si todos los niños de África, América Latina e India los pones a estudiar, muchísimas enfermedades se resuelven. Alemania se dio cuenta de que le interesaba que su dinero fuese a España. La mejor herencia que los alemanes han dado a sus hijos es la Unión Europea, que les permite moverse por todos sitios.

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P. ¿Cuál es su crítica a la sociedad y su propuesta?

R. El mundo capitalista nos ha metido el desarrollo sin corazón, sin ver la realidad. Somos la famosa frase de que el peor ciego es el que no quiere ver. Somos personas que se nos ha metido el egoísmo, el individualismo, no complicarnos la vida, la competitividad… Tiene que ver mucho con la educación, que cada vez es más técnica. Desde las escuelas hasta el propio Estado, debería proponer no un servicio militar, pero sí un servicio social. Yo he entendido mucho mejor España estando en Honduras. Aprendes a valorar, por ejemplo, el Metro. La gente pagaría impuestos más felices, si fuese consciente de todo lo que tenemos.