CRÍTICA
'El fin de la inocencia', de Stephen Koch: nadie es impune
Este ensayo sobre la manipulación de la cultura occidental por Stalin sigue siendo actual
Quim Barnola
La manipulación de la historia es tan poderosa que inscribe en nuestro cerebro episodios maniqueos construidos por hábiles propagandistas. Pero no hay más placer intelectual que el asombro que producen obras como El fin de la inocencia de Stephen Koch (Saint Paul, Minnesota, 1941). Con este libro me ha sucedido lo mismo que describe Franz Kafka en una carta a su amigo Oskar Pollack: «A mi juicio solo deberíamos leer libros que nos muerdan y nos piquen… Un libro tiene que ser un hacha para clavarla en el mar congelado que hay dentro de nosotros».
La obra concluye que el estalinismo construyó una gran estrategia de propaganda bajo la bandera del antifascismo con el objetivo de hacer proselitismo del comunismo y ganar la pugna a Adolf Hitler por el relato. El Komintern aprovechó la candidez de los intelectuales occidentales para manipularlos y vendar sus ojos ante las atrocidades de Stalin. Koch especula que, con los datos recabados, la campaña fue un contubernio entre ambos dictadores.
El gran arquitecto del aparato de propaganda fue el comunista alemán Willi Münzenberg, camarada de Lenin, que, como todos los que se arrimaron a Stalin, acabaron mal o peor. Apadrinado por Karl Radek, secretario de la Tercera Internacional Comunista, recibía órdenes directas del Komintern y las ejecutaba a través de sus hombres de confianza. Fundó medios de comunicación para divulgar las consignas antifascistas o se encargó de que gozaran de popularidad películas como El acorazado Potemkin de Serguéi Eisenstein.
Penetración en la intimidad
El índice de penetración en la intimidad de los generadores de opinión llegó a límites insospechados. El apparat soviético se coló en las alcobas de Paul Éluart, Louis Aragon, el nobel Romain Rolland y el guionista de Hollywood Donald Ogden Stewart, amigo de Ernest Hemingway y John Dos Passos, a través de sus amantes y esposas, bautizadas por los servicios secretos como «las damas del Kremlin». Los tentáculos de Münzenberg llegaron más allá con el fichaje de Otto Katz. Ambos lograron la simpatía de Kafka, Bertolt Brecht, Henri Barbusse, H.G.Wells, André Gidé y André Malraux, quien intermedió en la compra de bombarderos para la República española.
Aquí el libro se vuelve especialmente interesante. Koch explica las triquiñuelas de Stalin respecto a la Guerra Civil española. Se comprometió a mandar apoyo, pero de tapadillo. Münzemberg fue el encargado de formar brigadas de voluntarios y controlar al Gobierno de la República junto con el agente y periodista Míjail Koltsov, Karkov en Por quién doblan las campanas de Hemingway y uno de los autores de la matanza de Paracuellos en 1936.
El Komintern controló al Gobierno a través del ministro de Estado y comisario general de guerra, Julio Álvarez del Vayo, y del de Hacienda, Juan Negrín, que apartó a Francisco Largo Caballero de la presidencia por ser díscolo con los soviéticos. El objetivo de Stalin no era gobernar España, sino utilizar el país a nivel estratégico y de paso saquear el tesoro público, el oro de Moscú.
Grandes mentiras y medias verdades
Para saber más, por ejemplo, de cómo Dos Passos supo del asesinato de Andreu Nin por parte del NKVD o como Willi Münzemberg convirtió a dos delincuentes -Sacco y Vanzetti- en héroes para hacer tambalear la democracia liberal norteamericana y otras historias de terror lean este libro y verán cómo la historia está llena de grandes mentiras y medias verdades sobre las que hemos edificado nuestro criterio.
Nadie esta a salvo de la manipulación de la información. En el siglo XVIII, Voltaire proclamó la conveniencia del estudio empírico de la historia, sin presupuestos dogmáticos. Tres siglos después continúa siendo necesario reeditar esta investigación aparecida por primera vez hace 30 años. Esta reflexión debería llegar a escuelas y universidades para que actúen e introduzcan cambios en los currículos académicos, pues la cultura es la única manera de combatir los intentos de manipulación.
Nadie es impune. «Nadie es una isla, completo en sí mismo… La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti» (John Donne, 1624).
'El fin de la inocencia'
Stephen Koch
Traducción de Marcelo Covián
Galaxia Gutenberg
472 páginas. 27 euros
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