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Fantasmas del pasado

Algunos han convertido la denuncia de los abusos de la dictadura argentina en una profesión o compromiso religioso

Silvina Labayru, protagonista del libro de Leila Guerriero 'La llamada'

Silvina Labayru, protagonista del libro de Leila Guerriero 'La llamada' / EPE

Silvina Labayru, protagonista de La llamada. Un retrato, historia muy ligada a última la dictadura militar argentina, ha tenido una vida especialmente dramática, vinculada al centro de detención y torturas que fue la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). En una síntesis precisa, Leila Guerriero, describe su epopeya: «Secuestrada. Torturada. Encerrada. Puesta a parir sobre una mesa. Violada. Forzada a fingir. Al fin liberada. Y, entonces, repudiada, rechazada, sospechosa».

La trayectoria de Labayru, joven militante montonera, terminó siendo una historia entre dos orillas (Argentina y España, Buenos Aires y Madrid). Según sus palabras, vivió en un limbo: «Vivo en Buenos Aires, pero a la vez no vivo». No es solo un problema de residencia, es algo vital. Cuando estaba en la ESMA y la trasladaban en coche, miraba la calle a través del cristal «y sentía que no estaba ni viva ni muerta, ni en un lado ni en el otro».

Su historia puede abordarse desde múltiples perspectivas y Guerriero intenta cubrirlas todas. En esta obra, dirigida a públicos distintos, el argentino y el español, el lenguaje conoce constantes desplazamientos y giros idiomáticos, lo que aumenta su riqueza. Junto a la ESMA, hay otros dos protagonistas omnipresentes. El exilio, donde transcurre parte de la vida adulta de Labayru, y el Colegio Nacional de Buenos Aires, donde se formó de adolescente y supo imprimirle una peculiar manera de leer críticamente el mundo y asumir la militancia.

El drama de Labayru no terminó con su liberación. Allí empezó un nuevo acto cargado de incomprensión, rechazo, pases de factura y envidias. Este no es un proceso exclusivo, sino compartido con otros sobrevivientes de los campos de detención y tortura militares. Una vez liberados, todos fueron recibidos por sus antiguos compañeros con un profundo desdén, extendido incluso al exilio, que teóricamente debían recibirlos y ayudarles a sanar sus heridas.

Historia macabra

En lugar de la comprensión y el brazo tendido, se instaló la desconfianza y el recelo: ¿qué hicieron para que los liberaran?, ¿a quién delataron?, ¿cuánto colaboraron?, ¿por qué ellos y no otros? Como señaló Hebe Bonafini, la dirigente de las Madres de Plaza de Mayo: «Los que están muertos eran todos héroes, los que están vivos es porque colaboraron». Más allá de las consignas, como la repetida «con vida los llevaron, con vida los queremos», lo cierto es que a los sobrevivientes apenas se los quiso.

En esta historia macabra hay dos tipos de sobrevivientes. Los que pasaron por los centros clandestinos y en algún momento fueron liberados, y aquellos que estuvieron en las cárceles o en el exilio interior o exterior y llegaron vivos a 1983. Estos, junto a los desaparecidos, son los únicos héroes del relato antidictatorial argentino de derechos humanos. Ellos lo cuentan, y algunos han convertido la denuncia de los abusos en una profesión o en un compromiso religioso al que se abrazaron con pasión.

La llamada es un logrado intento de reconstruir la vida de Labayru sin prejuicios ni tópicos. Guerriero une los distintos hilos de una extensa trama y lo logra mediante el testimonio de la protagonista y de otros personajes, próximos o lejanos, y de material de los juicios contra los militares. Así, retrata a una Labayru nada estereotipada, un personaje complejo donde coexisten, pese al paso del tiempo, fantasmas que aún la persiguen. Aquí cobra todo el sentido un testimonio suyo presente en el museo de la ESMA: «A Mercedes Carazo le debo la mitad de mi vida porque gracias a ella dejé de ser un número».