Opinión | FE DE ERRORES

Empoderamiento de la estulticia

La estupidez está muy repartida y no es incompatible con la inteligencia: ni los genios ni los países más civilizados del mundo han logrado escapar de ella

Steve Jobs, uno de los genios de Sillicon Valley, murió a los 59 años de cáncer de páncreas

Steve Jobs, uno de los genios de Sillicon Valley, murió a los 59 años de cáncer de páncreas / Justin Sullivan / AFP

Desde los pensadores clásicos y Erasmo hasta contemporáneos como André Glucksman, el "nuevo filósofo" posmarxista crítico tanto de Sartre como de Nietzsche, Heidegger y el posestructuralismo, que escribió sobre las ideologías del Posmodernismo en un libro titulado precisamente La bêtise, son innumerables los autores que han abordado el tema, de manera que podemos considerar con ellos la estupidez como un genuino universal humano.

Una de las características distintivas del estulto se relaciona tanto con la inconsciencia narcisista como con el exhibicionismo. Huelga decir que las pantallas digitales ofrecen escenarios ilimitados y ecuménicos para su empoderamiento. Podríamos pensar que la memez era más discreta en tiempos pasados, pero probablemente de ser así no sería tanto una consecuencia de la discreción de los cenutrios como de su carencia de medios.

Umberto Eco, a la puerta del paraninfo de Turín donde iba a ser doctorado honoris causa, no se mordió la lengua al afirmar que los medios de comunicación y las redes sociales daban cancha a "legiones de imbéciles" que antes solo podían ejercer ante la barra de un bar, donde era fácil que un contertulio menos majadero los hiciera callar.

Le agradezco también a Eco la noticia de una Scientific and Technical University for Politically Intelligent Development, identificada por el acrónimo STUPID. En su web se dan datos sobre la organización de su campus, en donde por el prurito de la diversidad las señales y letreros para orientar el tráfico están en cinco lenguas y en braille. Entre los cursos ofrecidos se incluye, por caso, el dedicado a la contribución de los aborígenes de Australia y los indios de las Aleutianas a la mecánica cuántica, o cómo el ser vertically challenged favoreció la creatividad de investigadores como Einstein, Newton o Galileo.

La estupidez, muy repartida

Desde la cosmología feminista, el Big Bang tiene claras connotaciones eyaculatorias, por lo que la teoría alternativa es la del gentle nurturing, que explica el nacimiento del universo no por una explosión falocrática, sino por una suave y demorada gestación. El ayuntamiento de Madrid, en la misma línea, modificó hace años la imagen en las pantallas de algunos semáforos para que proyectaran no la silueta de una persona sino de dos, aparentemente del mismo sexo, cogidas de la mano.

Es importante notar que la estupidez está muy repartida y, sobre todo, que no es incompatible con la inteligencia. Resulta difícil, aunque no imposible, encontrar un estúpido que lo sea "a tiempo completo" según afirma Ricardo Moreno Castillo. Pero el propio Ortega y Gasset admitía que al perspicaz lo atormenta el temor a convertirse en algún momento en un badulaque, mientras que el babieca está siempre seguro de sí mismo, aprensión compartida por Bertrand Russell.

La imbecilidad es cosa seria según Mauricio Ferraris, pues representa un lastre para el progreso de la inteligencia, pero sobre todo porque el que esté libre de ella que tire la primera piedra. Los genios han demostrado que no son inmunes a la cretinez. Hay constancia expresa de las estupideces de Bacon a quien Kant dedicó la Crítica de la razón pura, cuyas sonseras bien se encargó de airear aquel gran enemigo de la Ilustración que fue Joseph de Maistre.

Pero uno de los genios de Silicon Valley, Steve Jobs, cuando le fue diagnosticado un cáncer de páncreas, se negó a ser operado por sus convicciones budistas y naturistas, orientadas hacia terapias alternativas. Fracasadas estas, aceptó tardíamente la intervención, seguida por un trasplante de hígado que no evitó su fallecimiento a los cincuenta y nueve años.

También se recuerda cómo Jimmy Carter declaró en campaña electoral que si era presidente daría toda la información oficial hasta entonces embargada sobre los ovnis, en cuya existencia creía firmemente, pues había visto uno. De hecho, llegó a enviar una carta a los extraterrestres en la sonda Voyager 1 en el año 1977.

Bien sabía aprovechar en su beneficio político el impensable alelamiento del pueblo alemán, que supuestamente estaba entre los más educados de Europa, aquel filólogo perverso que fue Joseph Goebbels. Se le atribuye un comentario muy acertado a este respecto, hecho después de un masivo acto en el que Hitler anunció la guerra total, es decir, la autodestrucción: "¡Esta es la hora de la estupidez! Si le hubiera dicho a aquella gente que se arrojara de la tercera planta del Columbushaus, lo habría hecho".

Salvadas todas las distancias, el exabrupto del ministro de Propaganda del Tercer Reich recuerda una de las numerosas fanfarronerías y chuminadas de Donald Trump: "Podría disparar a la gente en la Quinta Avenida y no perdería votos". A este respecto, no olvidaré tampoco el testimonio de Martin Amis incluido en un libro suyo de 1986, The Moronic Inferno. Recuerda allí el novelista inglés que Saul Bellow y Gore Vidal coincidían en el convencimiento de que en su país "la estupidez es profundamente reverenciada", y eso que todavía no había sobrevenido la presidencia trumpiana.

Amis sí que escribe, con su perspectiva de inglés oxoniense, desde el conocimiento directo de Reagan y George W. Bush. Admite que el primero de ellos sabía hablar y actuar fotogénicamente ante las cámaras, pero su entronización anunciaba el triunfo de líderes mediocres que harían de Gerald Ford "un Bismarck, un Napoleón, un Alejandro". Y para explicar semejante depauperación, aducía que el electorado norteamericano iba a votar directamente desde su poltrona televisiva. Ya lo había vaticinado Gore Vidal cuando cubría periodísticamente una convención republicana en 1968: a medida que se afianzase la era de la televisión, los Reagan serían la norma, no la excepción.

Pero de la universalidad de la estulticia no queda a salvo ninguno de los otros países "civilizados". La revolución neoliberal de la conservadora Margaret Thatcher, que no se quedó a la zaga del propio Ronald Regan en estas lides, afirmaba programáticamente que la sociedad como tal no existía, solo los individuos y sus familias. Y añadía la premier británica: "Y muchos de estos individuos son imbéciles".