Opinión | FE DE ERRORES

Posmemoria

La conexión de la posmemoria con el pasado está mediada no solamente por el recuerdo, sino también por un impulso imaginativo, creativo y proyectivo

Fotograma de 'Soldados de Salamina', película que dirigió David Trueba basada en el libro de Javier Cercas

Fotograma de 'Soldados de Salamina', película que dirigió David Trueba basada en el libro de Javier Cercas / EPE

El error del que hoy he de dar fe es de mi exclusiva responsabilidad. Tiene que ver con una interpretación reductiva por mi parte de ese prefijo que tanto juego lleva dando desde el comienzo de la Posmodernidad y que en homenaje de Marshall McLuhan me gusta utilizar para referirme a una “Galaxia Post”, que sería la nuestra.

Cierto que en la mayoría de los casos dicho prefijo parece sugerir, mejor que tiempo o posición, una degradación. Así ocurre con posverdad, poshumanismo o posdemocracia. Por eso, me ha merecido especial atención una variante conceptual debida a Marianne Hirsch, judía de origen rumano, profesora del Instituto de investigaciones sobre mujer, género y sexualidad en la Universidad de Columbia. De 2012 data su libro donde, inspirándose en las huellas del Holocausto, pone en circulación el concepto de posmemoria. Ya está traducido por la Editorial Carpe Noctem.

Con Hirsch la significación que aporta el prefijo es especial. El término posmemoria se refiere a la relación de las generaciones más jóvenes con el trauma personal, colectivo y cultural de sus mayores, de la generación inmediatamente anterior. Cuando, sin haber tenido aquellas traumáticas experiencias, sin embargo las “recuerdan” a través de los relatos, las imágenes y los comportamientos de quienes sí los protagonizaron y con los que de niños y adolescentes convivieron. Aquellas vivencias reales de sus padres, tíos, profesores, conocidos o amigos de la familia calaron en ellos de manera tan efectiva y afectiva que acaban por parecerles que formaban parte de sus propios recuerdos.

Impuslo imaginativo

De este modo, la conexión de la posmemoria con el pasado está mediada no solamente por el recuerdo, sino también por un impulso imaginativo, creativo y proyectivo. En cierto modo, pues, podría relacionarse con el mecanismo de la posverdad. Según explica Marianne Hirsch, nacida en 1949, “haber crecido entre los recuerdos abrumadores de los demás, y estar dominado por las narrativas previas al nacimiento de uno mismo o anteriores a la propia consciencia significa correr el riesgo de que las historias de nuestra vida se vean desplazadas o incluso despojadas por las de quienes nos preceden”.

Por ello el post- de posmemoria significa mucho más que un retraso temporal (después) o el antiguo escenario de una catástrofe (por ejemplo, la Shoá). Los sucesos del pasado hacen sentir sus efectos en el presente. En él se producen consecuencias del recuerdo traumático -por eso se habla del síndrome postraumático- desde la distancia generacional. Y no han faltado interpretaciones poestructuralistas del tema, como la que Marianne Hirsch recuerda a propósito de una ponencia de Rosalind Morris que explica cómo los post “funcionan como pósits que se adhieren a la superficie de los textos y de los conceptos transformándolos en suplementos derridianos”.

Sin conocer, probablemente, la obra de Hirsch, Juan Soto Ibars incide en La casa del ahorcado (2021) sobre el tema de la posmemoria, alejándose de su aceptación, pese a su amplio arraigo entre nosotros. Porque una modalidad de esa posmemoria está muy vigente entre los españoles nacidos más allá de 1939 o incluso después de la constitución democrática de 1978, marcados como estamos por esos dos momentos traumáticos consecutivos que fueron la guerra civil y la dictadura franquista.

Un tema inspirador

Como tema inspirador de creaciones literarias, artísticas o cinematográficas, el número de realizaciones que ha suscitado hasta el momento el franquismo no es tan elevado como lo que ha dado de sí la contienda fratricida. Esta, por referirnos solo a la literatura, ha producido un volumen de obras novelísticas que no tiene parangón con las que han inspirado a narradores de todo el mundo otros conflictos bélicos. Lo podemos afirmar gracias al repertorio elaborado por la investigadora canadiense Maryse Bertrand de Muñoz, que comenzó en 1972 con un libro sobre La guerre civile espagnole et la littérature française y que después de publicar tres compendios bibliográficos en años sucesivos, en 1994 ofrecía ya un corpus de mil doscientos títulos escritos por novelistas de treinta países y escritos en veinte lenguas.

Aquel ingente esfuerzo recopilatorio tiene ahora continuidad con los nueve volúmenes que hasta el momento el grupo de investigación bibliográfica de la Asociación para la memoria social y democrática AMESDE viene publicando, el último titulado 2022. Un año de narrativa sobre la Guerra Civil y el franquismo.

Un ejemplo excelente de los frutos novelísticos de la posmemoria nos lo ofreció, por supuesto, Soldados de Salamina de Javier Cercas, publicada en 2001 y llevada enseguida al cine por David Trueba. Con el añadido de un interesante elemento de consulta que se editó en 2003 con el título de Diálogos de Salamina. Un paseo por el cine y la literatura: la transcripción de trece horas de conversaciones que Cercas y Trueba, nacidos en 1962 y 1969 respectivamente, mantuvieron bajo el atento registro de Luis Alegre, que es de 1962.

Por su parte, Ignacio Martínez de Pisón, que nació en 1960, acaba de tener considerable éxito con Castillos de fuego, que trata sobre la mísera y devastada vida del Madrid de los primeros años cuarenta, los mismos que Camilo José Cela, de la quinta del 36, reflejara en La colmena, que ya estaba escrita en 1945 pero hubo de publicarse en Buenos Aires seis años después.

Pero no menor interés encierra otro apunte que relaciona el libro de Soto Ivars con la posmemoria de Hirsch. En su ensayo leemos esta confidencia: “Criarme en una familia en la que confluyen los dos bandos de la Guerra Civil me hizo cínico también ante el llanto propagandístico”. Soto Ivars, que cree en la justicia reparadora, entiende la necesidad de que los hijos y nietos de las víctimas de la guerra y la dictadura recuperen “los restos de las cunetas, nunca exhumados”. Pero declara a la vez que “cuando mis últimos abuelos se mueran, no pienso heredar sus reproches, ni el odio de mi yaya Virginia contra los comunistas que violaron a su hermana cuando tenía catorce años, ni el rencor de mi abuelo Juan por los bombardeos de la aviación fascista italiana. No viví sus vidas y no tengo ningún derecho a aprovecharme del dolor que ellos experimentaron”.