CRÍTICA

'Donde tu nombre apenas se debate', de José Antonio Fernández García: lo más importante de la vida

En su último poemario, el autor nos hace sentir los espacios donde el amor se inscribe

El poeta José Antonio Fernández García, autor de 'Donde tu nombre apenas se debate'

El poeta José Antonio Fernández García, autor de 'Donde tu nombre apenas se debate' / EPE

Concha García

Decía el poeta argentino H.A. Murena en su ensayo ‘La metáfora y lo sagrado’ que la melancolía es nostalgia de la criatura por algo perdido o nunca alcanzado, nostalgia por un mundo que falta de modo irremediable, pues si no fuera así la herida por la que mana la poesía podría restañarse, aunque la esencia del arte es nostalgia por el Otro Mundo. Decía él. ¿Y qué mundo es ese otro?

Como sabemos, la palabra metáfora lleva dos partículas del griego, que significa más allá. Es decir, llevar más allá lo que se dice, que es traer aquí ese mundo del pasado o lo que ya no podemos tener y hemos tenido, aunque solo sea pensado, pero siempre de una manera poética.

Para Murena, el arte no era fin en sí mismo, sino símbolo, mediación. La calidad de cualquier escritura depende de la medida en que transmite el misterio, dijo. Las grandes obras de la literatura son poéticas, arquetípicas, cualquiera sea su género. La poesía no juzga, nombra mostrando, es sustantiva, crea, salva. El arte es la operación mediante la cual Dios mueve el amor recíproco de las cosas creadas.

Traigo a colación este autor porque leyendo el poemario de José Antonio Fernández García ‘Donde tu nombre apenas se debate’, me vino a la memoria aquel exquisito ensayo que pone en relieve el humanismo y no la losa de la frialdad a la que nos está llevando cierta tendencia poética que mira hacia la tecnología y a un futuro distópico, desproveyendo al poema del aura que debe tener para que lo sea.

Un pulso muy personal

Los ochenta poemas de este libro están distribuidos en cuatro partes y nos hacen pasear por sus reflexiones y sentir el amor con el desamor, todo junto pero no al mismo tiempo con un pulso muy personal, poemas construidos a la perfección mediante una serie de anécdotas engarzadas metafóricamente para quien siente el mundo con la profundidad de lo humano. No hay fingimiento, sino reflexión. El primer poema comienza así: "Ya lo sé, vine al mundo con las manos heladas,/ con las manos heladas y los ojos marcados/ de negro hasta las cejas. Fui –y soy- un ingrato/ cada día que nazco y que proclamo venganza".

Estos versos me han parecido una poética, la de un hombre que en su humildad reconoce que los más importante de la vida es el amor como he dicho antes, el amor en todas sus manifestaciones, aunque cause mayor relevancia el amor a una mujer a quien el poeta le dedica el libro además de a sus hijos.

Pero lo que más llama la atención es ese cuidado por nombrar, nombrar el nombre para atestiguar o darle vida a algo que si no se nombra no existe. El poema nombra y crea, pero antes debe creer él en sí mismo. Nombra para abrirse paso entre el sentimiento que domina este poemario, la búsqueda y el hallazgo, pero para que se haya encontrado ha habido que pasar por la aridez de la pérdida, de ahí esos tintes románticos en muchos de sus versos, en otros, la reflexión filosófica, y siempre, la verdad que nos hace sentir alrededor del mismo tema.

La soledad no es recomendable

¿Qué tiene el amor, el ser amado que nos convierte en seres más felices? Podemos verlo por las estadísticas, quienes están solos están más tristes. Y en este sentido, la poesía de José Antonio nos abre a la certeza de que la soledad no es recomendable, pero tampoco lo es aceptar compañías no adecuadas, como en el poema "Hombre ahogado en un pozo".

Este poemario nos hace sentir los espacios donde el amor se inscribe: la cómoda, la barra de un bar, las ventanas, la ciudad de Córdoba... se nutren del sentimiento del poeta, a veces con tonos machadianos, otras su propia respiración nos lleva a una poesía de corte clásico y otras más no puede ocultar un sesgo romántico muy recurrente por ejemplo en el poema Doblan. La mención de las campanas, del ciprés, la iglesia, el ambiente otoñal, nos lleva a una penumbra de tristeza que él mismo corona al final del poema: "¿Qué desazón es esta que asalta mis ojos?".

La ciudad de Córdoba asoma de tanto en tanto. No podemos negar que en estos poemas se nota la ciudad donde han sido escritos, no siendo un tema relevante, sino el aire que se respira y que, como diría Blas de Otero, se trata de poemas fieramente humanos.

'Donde tu nombre apenas se debate'

José Antonio Fernández García

Jákara

114 páginas

12 euros