CRÍTICA

'Tres enigmas para la Organización', de Eduardo Mendoza: la elegancia del humor

La nueva novela del autor barcelonés conserva la frescura, el cuidado y la dosis justa de disparate que han marcado su carrera literaria en lo que se refiere a sus textos más jocosos

El escritor Eduardo Mendoza, autor de 'Tres enigmas para la Organización'

El escritor Eduardo Mendoza, autor de 'Tres enigmas para la Organización' / EFE

Malcolm Otero Barral

Malcolm Otero Barral

No son pocas las ocasiones en las que autores de dilatada trayectoria literaria nos ofrecen libros postreros que no están a la altura de su propia obra. Los ejemplos serían infinitos y se dan hasta en los más egregios nombres de la literatura universal. Esta era la prevención con la que este crítico se acercaba a la última novela del ya octogenario Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943,) sobre todo al tratarse de un texto humorístico, más propenso al óxido que otros géneros.

Pero, para tranquilidad de la inmensa legión de lectores del escritor barcelonés, Tres enigmas para la Organización conserva la frescura, el cuidado y la dosis justa de disparate que han marcado la carrera literaria de su autor en lo que se refiere a sus textos más jocosos.

La novela parece parodiar esas abundantes producciones televisivas en las que hay un grupo gubernamental secreto que se encarga de solventar los casos a los que no llegan las otras agencias policiales. Solo que aquí, en lugar de un grupo de élite, se trata de un desecho de tienta, de un puñado de detectives disfuncionales que trabajan sin medios en un piso del Eixample barcelonés, con una estricta y absurda burocracia y que se encarga, teóricamente, de unir los cabos sueltos que se producen por la ineficiencia en la comunicación entre los distintos cuerpos policiales de Catalunya.

Más olvidados que secretos, los miembros de este caricaturesco grupo (un jorobado, una mujer con veleidades de clase pudiente, un hombre vestido con lamparones y un expresidiario, entre otros), comandados por un jefe falsamente severo y paternalista, tienen todos identidades falsas y nombres tan pintorescos como Pocorrabo, Monososo y Buscabrega. Nombres que se deciden democráticamente entre los agentes y que no pueden cambiarse sin la correspondiente burocracia una vez al año. Hay que destacar la ternura, sin condescendencia, con la que el autor trata a sus personajes. No importa cuán contrahechos o esperpénticos sean, el libro siempre rezuma respeto y comprensión.

Misterio

El misterio por resolver se nos presenta nada más empezar el libro y tiene tres ramas de investigación aparentemente inconexas: un hombre muerto en ropa interior en un hotel, un millonario que no volvió a su yate de lujo en el puerto y el sorprendente hecho de que una empresa de conservas no subiera los precios. 

Si bien la Organización recuerda un poco a la T.I.A. de Francisco Ibáñez, las conexiones van más allá de una versión literaria, y más lumpen si cabe, de la agencia del tebeo. El lenguaje es de otra época, con el uso de palabras y expresiones de antaño como "hombres rana" por buzos, y los diálogos de los personajes tienen, como los de Ibáñez, algo anacrónico o cuando menos atemporal que desmiente el tiempo en el que sucede la novela. Ya sean prostitutas, chaperos o agentes secretos, todos se alejan de lo grosero y se expresan como en las novelas de género de otro tiempo (a las que Mendoza parodia pero también homenajea).

Siempre evitando la solemnidad, Mendoza encuentra el balance entre la trama y lo absurdo y entre la voluntaria ligereza y las cargas de profundidad

Un agente expresidiario que en su primera pesquisa pregunta "dónde se produjo el óbito" y una madame enana de un burdel que dice que "los humanos adolecemos de muchas carencias" son algunas muestras de ese tono pretendidamente extemporáneo que, unido al hábil ardid de Mendoza de que, por exigencias profesionales, sus agentes no puedan usar teléfono móvil y solo se comuniquen por fax y reciban sus mensajes cifrados en un programa radiofónico nocturno, nos sitúa en una Barcelona que, aunque sea la de 2022, pudiera ser la de hace 30 o 40 años.

Existía el riesgo de que ese tono jocoso-protocolario y esa forma de hablar de los personajes pudiera restar verosimilitud al libro, pero no es el caso; al contrario, sumerge al lector en una ficción pura, con cierto aire de irrealidad, pero, como en las buenas películas de Wes Anderson, todo tiene un sentido propio y esta medido con precisión. Quizá el único desliz, y quién sabe si lo sea, es que un personaje usa la expresión "tronco" tan madrileña y tan poco barcelonesa.

Cargas de profundidad

El ritmo rápido, pero sin atropellos, no impide a Mendoza detenerse en la vida personal de los agentes después del trabajo: la que cuida a una madre con problemas de memoria o el que tiene que ocuparse de la cena de un hijo adolescente que siente desprecio por su padre. Ahí reside parte del acierto de este libro: el juego de equilibrios.

Siempre evitando la solemnidad, encuentra el balance entre la trama y lo absurdo y entre la voluntaria ligereza y las cargas de profundidad, que las hay. Siempre a través de sus personajes, se dejan entrever, con algo de caricatura, los males de la sociedad. Trabajadores inmigrantes sin papeles o frases como "si matas a un cristiano, sales absuelto, pero si le das un capón a un Mustafá, se te cae el pelo" sazonan sutilmente de seriedad una narración desopilante.

Tres enigmas para la Organización es una novela divertida, con pinceladas de Ibáñez e incluso de Charles Dickens, en la que todo está medido y que aúna humor y elegancia. Los amantes de Sin noticias de Gurb encontrarán aquí al mismo autor, en plena forma, con un libro menos pop y quizá por eso mismo más perdurable y que –qué más se puede pedir– nos entrega todo aquello que promete. Con creces.

'Tres enigmas para la Organización'

Eduardo Mendoza

Seix Barral

408 páginas

21,90 euros