Opinión | ISLAS A LA DERIVA

Mater amatissima

La evocación de la madre muerta como subgénero y el cénit de 'El corazón del daño' de María Negroni

La escritora argentina María Negroni

La escritora argentina María Negroni / EPE

Cinco meses antes de dar a luz, la madre de Patricia Highsmith, Mary Coates, se bebió un vaso de aguarrás con el fin de deshacerse del bebé, pormenor que compartió tiempo después con la hija sin rubor alguno, como quien cuenta un chiste ("tiene gracia que te encante el olor de trementina, Patsy"). Ya de adulta, recién cumplidos los 50 años, la escritora quiso escarbar en esa sombra e inquirió a sus progenitores sobre las exactas circunstancias que habían rodeado el intento de aborto. Se las explicitó su padre: la idea había sido suya porque le parecía prematuro formar una familia justo cuando comenzaba a abrirse camino en el mundillo neoyorquino del arte; lo de la trementina lo sugirió una amiga de Mary, que lo probó sin éxito (el matrimonio tampoco lo tuvo).

Joan Schenkar, una de las biógrafas de la autora texana, aventura que, si bien madre e hija se enervaban mutuamente y ambas tenían que recurrir a los sedantes para soportarse, ninguna de las dos vivió otra experiencia de amor tan profunda. Puede que Highsmith escondiera en su escritura una desesperada lucha por complacer a la gélida señora Coates. Ah, el útero, la caverna húmeda y oscura donde chapoteamos todos.

Madres

Madres absorbentes, madres amantísimas, madres castradoras, madres angelicales, abnegadas, madres que lloran, madres que alimentan, madres que enseñan los misterios de la palabra, madres vampíricas, madres juzgadas con severidad, madres que tomaban válium, madres fuertes como soldados espartanos, madres que se inmolan en el altar del hogar, madres pacientes, limpias e indispensables, como las arañas de Louise Bourgeois.

Me alegró que hace un par de años Anagrama reeditara en bolsillo la antología Madres e hijas, inencontrable hasta entonces, que había compilado Laura Freixas en 1996, una gavilla de relatos que ahondan en la compleja y extraña relación maternofilial -sobre todo con las hijas-, convertida casi en subgénero cuando se trata de una evocación del vínculo tras el fallecimiento. Como Simone de Beauvoir en Una muerte muy dulce: "Muy vulnerable -podía rumiar durante veinte o cuarenta años un reproche o una crítica-, el rencor difuso que la poseía se traducía en conductas agresivas". O Annie Ernaux en Una mujer: "Era violenta. Era una mujer que encendía todo a su paso […]. Tenía dos caras, una para la clientela, otra para nosotras".

¿De dónde sale este coro de madres letales?, se pregunta la argentina María Negroni en El corazón del daño, tras intercalar citas de escritores que rememoran a sus progenitoras con imágenes terribles. Desde Marguerite Duras ("mi madre encarnaba la locura. También yo soy madre. ¿Estaré loca?"), hasta el poeta Juan Gelman ("¿te das cuenta del miedo que me hiciste, madre?"). El libro cayó en mis manos por casualidad el sábado, y lo devoré del tirón. ¿Pero qué maravilla es esta? Sí, ya sé, ya sé, va para un año que Random House publicó El corazón del daño, pero aquí sucederán a menudo estos rescates, pues las islas a la deriva ni tienen prisa ni anhelan playa. Obras así, rumiadas en la lentitud, merecen larga navegación.

No se bien qué leí -¿un poema?, ¿un ensayo sobre la escritura?, ¿una novela autobiográfica?, ¿una salmodia fúnebre?-, pero da igual, porque lo hice desde el deslumbramiento. Un fogonazo. Si hablamos de subgénero, lo mejor que he leído (tampoco significa nada). Acero templado más allá del punto crítico, múltiples torsiones -del género, del lenguaje y la sintaxis- y un par de certezas: la imposibilidad del desapego y el temblor íntimo de parecernos demasiado a ellas.