ENTREVISTA

Fernando Vallejo: "Detesto a todas las patrias y a todas las religiones tanto como quiero a los animales"

El autor de 'La virgen de los sicarios' publica 'La conjura contra Porky', una diatriba contra todo lo que se mueve en el ámbito político de su país, que considera absolutamente corrupto, peligroso y detestable

El escritor colombiano Fernando Vallejo

El escritor colombiano Fernando Vallejo / Cezaro de Luca

Juan Cruz

Juan Cruz

Fernando Vallejo Medellín, 1942), autor de La virgen de los sicarios, es uno de los grandes creadores de la lengua española. Su pasión literaria ha sido siempre el lenguaje, su cuidado, el desafío que contiene. Como individuo, como ser humano que proviene de uno de los países más castigados de la tierra, por el terrorismo, sobre todo, Colombia es su obsesión, su quebradero de cabeza, su inspiración y su tristeza.

Aunque él vivió durante décadas en México, con su compañero, el artista David Antón, hasta hace cinco años, su quinquenio en Medellín, donde nació, le ha impuesto una nueva visión de su país, que abarca por entero su nuevo libro, La conjura contra Porky, una diatriba contra todo lo que se mueve, por ejemplo, en el ámbito político de su país, que considera absolutamente corrupto, peligroso, detestable.

Aquí encontrarán los lectores que aún no hayan leído La virgen de los sicarios o La rambla paralela, entre otros muchos títulos, una prosa hecha para remover las conciencias tranquilas de la época, con desafíos que muy pocos autores se atreverían a poner por escrito con la misma audacia, por ejemplo, que empujó a James Joyce a hablar de su país o del mundo.

Leer a Vallejo es hallarse de bruces con la sangre de un desgarro, y leer este libro es convivir con el susto literario que está al alcance de pocos poetas y de muy pocos narradores. Entrevistarlo es, además, un desafío que en ABRIL abordamos como si estuviéramos prolongando el sobresalto nada común que es su literatura.

P. Desde La Rambla paralela narra su propia muerte, y ahora vuelve a narrarla en este libro. ¿Por qué? 

R. Porque me siento ya muy cerca de ella y porque así como la narro en La conjura contra Porky es como me quiero morir. Yo no escogí mi nacimiento, otros lo escogieron por mí, un par de criminales, hombre y mujer, pero mi muerte la escojo yo. En la Declaración de los Derechos del Hombre que se viene renovando desde la Revolución Francesa sigue faltando un derecho que yo considero inviolable: morirse uno como uno quiera y cuando uno quiera. La sociedad hipócrita no tiene por qué impedírselo a uno.

P. En este caso narra su propia muerte en el primer párrafo. Pero el personaje sigue viviendo. Al final muere Brusca, su perra, que es el ser más amado del libro. ¿Por qué tardas en dar la noticia de que ya no está Brusca?

R. Brusca todavía está, es el ancla que tengo en la miserable vida. Y no puedo morirme antes que ella, no puedo dejarla huérfana. Protegiéndola a ella de toda tristeza y de todo dolor siento que estoy protegiendo a todos los animales de la Tierra. A todos los quiero inmensamente, son mis hermanos, mi prójimo, así el infame Cristo no lo haya dicho ni sentido.

P. Este viejo amor a sus perros, siempre rejuvenecido en sus libros, ese amor a los perros, a los que cita uno a uno, no tiene desmayo. ¿Qué le han dicho de este mundo esos perros sucesivos que ahora, además, son enumerados en La conjura contra Porky?

R. Mis perros, o más exactamente perras pues fueron unas niñas, mientras vivieron me dieron la paz del alma, para mí lo más invaluable, y cuando murieron me dejaron envuelto en la muerte.

P. Aquí hay muchos porkies, todos ellos son políticos a los que usted llama sinvergüenzas. ¿Cómo salvarnos en el mundo de esta sinvergonzonería en el ejercicio del trabajo público?

R. Político es sinónimo de sinvergüenza y la inmoralidad es la reina del mundo. El ser humano no tiene salvación, va para la muerte y el olvido y no existe razón para que nazca.

Político es sinónimo de sinvergüenza y la inmoralidad es la reina del mundo

P. Le hace un prontuario a los políticos (ya le hizo lo propio al  político César Gaviria en La virgen de los sicarios); ha sido una constante de sus ficciones. ¿Por qué incluye el más urgente presente, el de Petro, por ejemplo, en este caso, en su libro?

R. Gustavo Petro es un parásito público irredento (delincuente del M–19 en su juventud) y nunca en su vida ha hecho el bien, solo el mal y cuanto toca lo daña. Ahora le dio por la ecología, por competir en la prostituta prensa mundial con la malcogida niña sueca Greta Thunberg.

P. ¿Quién es Petro, durará en la historia, no será que ya no sea sino un borrón, con el expresidente Uribe, cuando este libro sea consultado en el futuro y usted sea el escritor que es y el político al que se refiere sea ya un espectro sin nombre ni calle ni historia?

R. Cuando Petro muera Colombia le podrá poner su nombre a una calle: “Calle de la alimaña Petro”.

P. Al final del libro presente hace un giro sobre esa primera persona, usted mismo, que siempre aparece en sus libros como protagonista del yo. ¿Quién es ahora, en este caso, esa primera persona? ¿Dónde está el personaje que es usted en esa parte del libro?

R. El que dice “yo” en el libro de que hablamos es un loco caótico. Lo saqué de mí mismo, del que hoy soy.

P. En algunos momentos explica qué debe ser la novela, qué papel ha de ocupar la poesía. ¿Podría contarles a los lectores que aun no han llegado a su libro cuáles son las funciones de ambos modos de la escritura literaria?

R. En los últimos siglos los dos grandes géneros de la literatura han sido la poesía y la novela. Los restantes (la biografía, la autobiografía, las memorias, el ensayo, la historia) eran géneros menores. Por “poesía” entendíamos lo que se escribía en verso, en frases rimadas, con las sílabas contadas y los acentos puestos donde la métrica de los distintos idiomas europeos lo pedía. Todos los poetas, también los considerados grandes, lo que han sido es grandes atropelladores del idioma. Pero cuando digo todos son todos. Un ejemplo, el comienzo de la Rima 53 de Becquer: “ Volverán las oscuras golondrinas/en tu balcón sus nidos a colgar,/ y otra vez con el ala a sus cristales/jugando llamarán./ Pero aquellas que el vuelo refrenaban/tu hermosura y mi dicha a contemplar,/aquellas que aprendieron nuestros nombres,/esas no volverán”. ¿En qué quedamos: son “esas”, o son “aquellas”? Bécquer pone “esas” para ajustar las sílabas del heptasílabo que necesitaba (de siete sílabas porque la palabra final es aguda y se cuenta una más). Además, en español se dice “las que aprendieron nuestros nombres”, con el artículo definido y no con el adjetivo demostrativo que Bécquer pone. Ahora bien, si el balcón tenía cristales, ¿cómo iban a entrar las golondrinas para hacer en él sus nidos? Además los nidos no se cuelgan de los balcones porque se caen: se hacen sobre ellos (si es que no tienen cristales para que puedan entrar). Me gustan la mezcla de endecasílabos con heptasílabos, como en las odas de Fray Luis de León, y las rimas pobres de infinitivos, al igual que Fray Luis pone a rimar participios, pero que Bécquer es un atropellador del idioma no me lo pueden negar. ¡Y lo tienen por gran poeta! ¿Y los novelistas de tercera persona omniscientes, que son los de casi todas las novelas y que lo saben todo como Dios? Ahora que se pusieron de moda los de primera persona, los de la llamada “autoficción”, estos arman escenas dialogadas como si tuvieran siempre a la mano una grabadora: son novelistas dialogantes, como los omniscientes, y se ganan los premios Alfaguara o Planeta.

El ser humano no tiene salvación, va para la muerte y el olvido y no existe razón para que nazca

P. ¿Podría pensarse, a raíz de este libro, que ha decidido que el humor es también un buen modo de burlarse de la realidad, e incluso de cambiarla?

R. Cambiarla no porque todo cambio es para mal. Por burla sí, o sea por joder, entendiendo por “joder” molestar.

P. Al final del libro explica que tanto usted, o su personaje, y Brusca añoran México, “con el corazón”, y están hartos de Colombia. ¿Es irreparable el desamor a la patria? ¿En qué incurre ésta para que Fernando Vallejo la ame y la desprecie?

R. Colombia es un país infame, insalvable, irremediable. Me voy a morir ahí porque en algún lado se tiene que morir el cristiano.

P. Escribe, en ese mismo renglón: “Nos vamos a volver para el país azteca a comer enchiladas”. En sus libros siempre parece haber autobiografía. ¿Cuál es el límite de la autobiografía en esta novela en concreto?

R. El que dice “yo” en mis libros no soy yo: soy como mil personas mezcladas. Y mi vida es una repetición continua. Se me hace que como la de todos. Sospecho que todos nos estamos diciendo todo el tiempo en nuestro interior las mismas cosas, cultivando las mismas ilusiones, repitiéndonos las mismas tonterías. Y yo llorando los mismos dolores.

P. Menciona, en ese giro de la primera persona a la que he aludido antes, algunos “rasgos del autor que no han de olvidar sus biógrafos”, como que un “un pobre no puede ser su amigo”, y otros. ¿Hasta qué punto ese ser es Fernando Vallejo?

R. Sí, sí, ese soy yo. Odio a los pobres porque se reproducen y producen más pobres. ¡Como si no hubiera pobres de sobra en este mundo!

P. Me dijo hace unos días que no tiene memoria. Aquí parece Funes el Memorioso, al que además alude. ¿De dónde viene ese manantial de recuerdos que exhibe diciendo además que no los tiene? ¿De qué se olvida, de qué se querría olvidar?

R. El mal de Alzheimer es una enfermedad hermosa, la recomiendo mucho. Si la vida en esencia es triste, ese padecimiento tan bello borra todas las tristezas. Cada quien es sus recuerdos. Alois Alzheimer nos pone a descansar de ellas. Son más las tristezas que hay que borrar que las alegrías.

P. Cita mucha prensa en sus libros. ¿Qué siente ante este oficio, qué opina de nosotros, los que hacemos preguntas?

R. La entrevista es un género muy gastado. Sospecho que ya nadie les hace caso ni a las preguntas ni a las respuestas. Y sí leo mucha prensa, a ver si alcanzo a terminar la cisterna que me están construyendo en el patio de mi casa para llenarla de agua antes de que explote la guerra nuclear y poder paliar en lo que pueda, unos días más, el desastre.

La entrevista es un género muy gastado. Sospecho que ya nadie les hace caso ni a las preguntas ni a las respuestas

P. “¿Cuánto más vas a durar, Colombia, hija de puta, hija de España?” ¿Son esos dos países juntos símbolos de un universo al que le haría esa doble pregunta?

R. Así es, Juan. Detesto a todas las patrias y a todas las religiones tanto como quiero a los animales.

P. ¿Qué hay de esta tierra, de esta vida, qué querría que se conservara?

R. Nada. La vida es una pesadilla de la materia, y hasta donde sabemos solo se ha dado en este desventurado planeta nuestro, un planetoide insignificante. Sin vida el resto del cosmos ha de ser muy feliz. ¡Qué envidia les tengo a los cuásares y a las estrellas de neutrones!

P. El papa, sus antecesores y en general todos los religiosos de la tierra, se merecen aquí el irrespeto que siempre ha exhibido hacia ellos. ¿Qué tiene la Iglesia de hoy que la salve aunque sea un milímetro del infierno que le desea?

R. La Iglesia católica, en la que me bautizaron, es infame. Y todo el cristianismo y el judaísmo y el Islam, las monstruosas religiones semíticas. El jainismo, el de Mahavira, el del que fundó los primeros asilos para los animales viejos o enfermos en tiempos de Buda, no. Pero no sé si todavía existe esa religión.

P. Cuenta el tiempo que lleva de regreso de México a Colombia. Le perturba su ruido, le daña el oído interno “este país atronador”. ¿Qué salvaría del país de sus padres? Lloró en Roma por su madre, levemente. ¿Por qué lloraría ahora, aparte de por Brusca?

R. Sigo llorando por mi abuela materna que murió hace décadas, por mi amigo David [Antón], que me ayudó a vivir casi medio siglo y que murió hace cinco años, y por mis perras que tanto amé y que ya tampoco están. Por lo inexorablemente irremplazable.

P. ¿Qué preguntas se hace a sí mismo una vez que termina una novela, o en el momento de despertar?

R. Cuando la termino me digo: “Por fin”. Y cuando me despierto me digo: “Otro día, por Dios, ¿cuántos faltan?”

P. ¿Qué postal le manda, querido Fernando Vallejo, la infancia que te acompaña? 

R. Veo la postal y me digo: “Yo ya no soy yo, pero no sé cuándo dejé de serlo”.

'La conjura contra Porky'

Fernando Vallejo

Alfaguara

144 páginas

18,90 euros