EL ANAQUEL INESTABLE

Las librerías de los escritores

Unos prefieren ocultar sus gustos, otros no temen mostrar sus preferencias

La librería Alberti, en Madrid, una de las favoritas de la escritora Rosa Montero.

La librería Alberti, en Madrid, una de las favoritas de la escritora Rosa Montero.

Paula Vázquez

La tarde antes de partir hacia Europa, donde moriría menos de un año después, Jorge Luis Borges estuvo en una librería. Se sacó fotos con amigos, firmó ejemplares de primeras ediciones de sus libros, conversó con el librero y propietario del local, Alberto Casares. Al día siguiente, dejó su ciudad para siempre. 

Como el resto de los lectores, los escritores y escritoras suelen tener sus librerías preferidas. Quizá amparados en cierto decoro, hay quienes prefieren ocultar sus preferencias, mientras que otros no temen mostrar sus gustos en materia de anaqueles. Así, la madrileña Rosa Montero ha dicho que sus preferidas son Marcial Pons -dedicada principalmente a las humanidades- y la Alberti.

Fernando Aramburu mantiene la añoranza de su librería de toda la vida, Lagun, en San Sebastián. Si uno entra a la catalana +Bernat, quizá tenga la suerte de encontrar a Enrique Vila-Matas deambulando entre sus mesas. El escritor argentino Martín Kohan suele recibir a los periodistas en la cafetería de Eterna Cadencia, en el barrio de Palermo.

Por nuestra parte, en Lata Peinada tenemos la suerte y el orgullo de recibir a todos los escritores latinoamericanos que viven o están de paso por la ciudad, desde Alejandro Zambra hasta Lina Meruane, pasando por Juan Villoro y Cristina Rivera Garza, María Moreno y Raúl Zurita, entre otros. 

En ocasiones, las librerías son además los lugares de trabajo de los escritores, tanto si fueron o se convierten ellos mismos en libreros -como Luis García Montero, en su juventud, como Selva Almada, a través de su web Salvaje Federal- como si hacen de las mesas, los sillones o los rincones sus lugares de escritura.

Además de la librería que fue su despedida de Buenos Aires, se sabe que Borges frecuentaba la histórica librería de Ávila y la desaparecida Pigmalión, entre otras, en la que un joven Alberto Manguel trabajaba por ese entonces. Durante casi 20 años tuvo también a su disposición los grandes fondos de la antigua Biblioteca Nacional, en la calle de México. Allí escribió buena parte de su obra, en un escritorio en forma de herradura y un sillón de madera con mecanismo giratorio.

En la Rusia de las primeras décadas del siglo XX existió una librería que lo reunió todo: lugar de encuentro de escritores y lectores, biblioteca, espacio de trabajo y de publicación y lectura. En aquellos años de pobreza e incertidumbre, un grupo de escritores e intelectuales abrieron en Moscú la Librería de los Escritores. Uno de sus fundadores, Mijaíl Osorguin, escribió la crónica de aquellos días con editoriales cerradas y la amenaza de la censura. La librería fue primero refugio y lugar de escritura, para luego también convertirse en instrumento de publicación de tantas obras, como las Poesías de Marina Tsvietáieva

Siguiendo ese trazo y con cierto carácter de borgeana circularidad, en Aguascalientes, México, en un tiempo y un espacio de desafíos distintos pero aún muy complejos, hace unos años un librero fundó una nueva Librería de los Escritores.

Al parecer, como vaticinó Roberto Calasso -uno de los pocos grandes editores que además fueron escritores- la estela de La librería de los Escritores permanece, como permanece su fantasmagoría: "queda como el modelo y la estrella polar para quien quiera que trate de ser editor -o librero, agrego yo- en tiempos difíciles. Y los tiempos siempre son difíciles".