PERSONAS MAYORES

Ángeles Caballero: "El cambio que va a tardar más en los cuidados es que pueda nacer una mujer y no llevar de tercer apellido 'Cuidadora'"

La periodista narra en 'Los parques de atracciones también cierran' el proceso en pocos años de envejecimiento, enfermedad y cuidado de su padre y madre, que fue una de los 7.291 ancianos fallecidos en residencias en la primera ola de la pandemia

La periodista y escritora Ángeles Caballero, autora de 'Los parques de atracciones también cierran' (ed. Arpa), en Madrid.

La periodista y escritora Ángeles Caballero, autora de 'Los parques de atracciones también cierran' (ed. Arpa), en Madrid. / Alba Vigaray

Ángeles Castellano

Ángeles Castellano

Ángeles Caballero (Madrid, 1976) es periodista, columnista y comentarista de radio y televisión. Pero en su casa siempre fue La Mari. Es la pequeña de dos hermanas, pero después de la marcha de la mayor a estudiar a Estados Unidos para no volver, cuando sus padres, mayores, enfermaron, tuvo que enfrentar como su apoyo principal sus cuidados. Las vivencias de aquellos años en los que tuvo que hacer malabares para sacar adelante a sus hijos, seguir con su profesión y a la vez cuidar con dedicación a sus padres enfermos hasta su fallecimiento, son la materia prima de su primer libro, Los parques de atracciones también cierran (Arpa, 2023), que en estos días ha lanzado su tercera edición. En él, desde el amor más profundo y sin regodearse en el drama -tirando de mucho humor- cuenta las vicisitudes que se viven en España cuando se atraviesa una etapa vital casi inevitable.

-Pregunta: Cuando comenzó a escribir el libro su madre aún estaba viva. ¿Qué fue lo que le motivó empezar a escribirlo?

Bueno, se me propuso a raíz de las columnas que escribía en El Confidencial. Algunas eran de actualidad política, pero a veces me pillaban en el hospital, y bueno, las usaba para contar lo que ocurría en las estancias hospitalarias y salas de espera y recibía mucho cariño de los lectores. Así que me propusieron transformarlo en libro.

-P: En el libro cuenta con cierta ligereza cosas que en realidad implican mucho trasfondo. Después de lo que vivió como cuidadora de sus padres, ¿quedan secuelas?

Sí, pero bueno, yo las secuelas las tengo más o menos controladas, porque si hay algo que he aprendido en todo este este tiempo ha sido tropezarme a cada minuto con con mi propia realidad, que es la realidad de una persona absolutamente privilegiada, con lo cual me ha ayudado mucho a relativizar. Nos hemos podido permitir unos lujos que no son los normales en una familia tipo, si es que puede haber una familia tipo en España, como pagar una plaza de una residencia privada durante tres años sin que ni mi hermana y yo pusiéramos un duro. Y yo he podido bajar mi ritmo de trabajo. Pero bueno, a nivel emocional, yo creo que he sobrevivido gracias al sentido del humor que he mamado en mi casa. A mí me ha sostenido mucho. Pero es verdad que las secuelas vienen. Y aunque hayan pasado casi cuatro años, la forma en la que murió mi madre la tengo ahí guardadita, pero cuando veo noticias que se refieren a esa época sacaría un lanzallamas. Pero bueno, trato de no mostrar mi visceralidad. Tengo que hacer un enorme ejercicio de educación y de templanza y de serenidad para el trabajo que tengo.

La periodista y escritora Ángeles Caballero, en Madrid.

La periodista y escritora Ángeles Caballero, en Madrid. / Alba Vigaray

-P: Su madre fue una de los 7.291 ancianos fallecidos en residencias en la primera ola de la pandemia porque la Comunidad de Madrid dio la orden de no trasladarlos a hospitales. Sin embargo, en el libro no profundiza en esto. ¿Por qué?

Bueno, yo cuando digo lo de sacar el lanzallamas creo que lo sacaría un poquito y luego diría: "pues mira, ya pasó", un poco por sobreponerme. Y porque tampoco me gusta ir por la calle en una actitud agresiva. Esta es una historia donde Manolo y La Juli son el centro, y son merecedores de todo el amor del mundo. No quería incluir a según qué personas, en mi parque de atracciones esa gente tiene prohibida la entrada. Y fíjate que cuando he tenido la oportunidad, el privilegio de estar en contacto con asociaciones de familiares que también perdieron a sus padres, sus madres o sus parejas, sus tíos o quien sea, en la primera ola del coronavirus en las residencias de la Comunidad de Madrid, todo ese bonito paquete película de terror, hasta ahí me he reconocido en mi privilegio. A mí se me comunicó que a mi madre no la trasladaban a un hospital, pero tenía un carcinoma de hígado, habría muerto sin pandemia, probablemente tres semanas después, o un mes, un mes y medio después. Pero cuando pienso en eso sí que me sale la rabia y la impotencia, porque he estado con familiares cuyos padres o cuyas madres estaban, dentro de su edad, en un estado bueno de salud. Me genera muchísima tristeza que esa gente no duerma, mientras que probablemente, y les doy la enhorabuena, haya gente responsable, directa o indirecta de ese asunto y de esa gestión que duermen a pierna suelta. Me genera mucha rabia cuando escucho esta cosa de bueno, esto ya está olvidado. Muchos familiares habrán olvidado y es súper respetable, pero tan respetable como la gente que sigue insistiendo y está empeñada a dedicar su día a día a que se esclarezca ese tema.

-P: Es cierto que el libro evita ofrecer un tono excesivamente dramático, pero tampoco pasa por encima de lo difícil que es cuidar, y particularmente, cuidar a dos personas mayores, a los padres. Por un lado, menciona el privilegio de poder poner los cuidados en el centro y que el trabajo pase a un segundo plano, pero al mismo tiempo, en ocasiones trabajar se convertía en un descanso emocional y físico...

Totalmente. El trabajo y la misa de siete de los domingos, porque ahí no tenía ni que hacer el esfuerzo de hablar. Era llegar, oler a incienso, comulgar y decir: qué 40 minutos más bien invertidos, con gente que va a lo mismo que tú, en una actitud pacífica, sin gritar...

-P: Esos descansos son la otra cara de que este sistema no le da espacio a los cuidados, y siguen siendo las mujeres, las familiares mujeres las que renuncian a todo para poder ocuparse de sus mayores...

Y esto va a ir a peor, porque no nacen hijos o nacen cada vez más tarde. Yo tengo dos, pero es una rareza. Algunas conocidas, a raíz de leer mi libro, me dicen: ¿y a mí que no tengo hijos, quién me podría cuidar si me pasa esto? Hacen falta muchos cambios en las políticas públicas en relación a los cuidados, el modelo residencial y todo eso. Yo creo que el que va a tardar más tiempo es que pueda nacer una mujer en este país y no llevar ya consigo como tercer apellido el de cuidadora. Tener a un hombre que cuide, como en mi caso, mi marido, sigue siendo raro.

-P: En el libro cuenta que sus padres eran conservadores -votantes de Alianza Popular- y describe el racismo de su madre que impidió que entrase a trabajar en casa una asistenta interna por ser negra. ¿La enfermedad nos iguala o saca lo peor de nosotros?

Sí, bueno, a mí cuidar a mis padres me ha ayudado mucho a eliminar muchos de mis prejuicios. O sea, todos nos creemos que estamos cincelados con unos principios, cada uno los suyos, pero que nada te va a alterar. Pero claro, de repente se te viene la enfermedad encima y te atropella. O sea, si esa frase de "una negra no entra en mi casa" la hubiera dicho una persona que no fuera mi madre, que no formara parte de mi entorno más cercano, habría sido merecedora de un artículo mío en el que la habría puesto a parir. Pero cuando te lo dice tu madre te pesa un amor absolutamente salvaje. Entonces, dices: ¿Qué hago? ¿Le doy la chapa a mi madre, dejo de hablarle en este momento porque no puedo consentir que me salpique alguien así o intento comprender que ella ha estado criada en una época, en una España o que es que simplemente es así?

-P: Quizás también era una excusa para impedir que le impusieras una cuidadora. A veces con las personas mayores es difícil que se dejen cuidar porque les cuesta admitir que ya no se valen por sí mismos...

Yo he llegado a la conclusión, en el caso de mi madre, que no ha trabajado fuera de casa, de que era una absoluta intolerancia a perder su cuota de poder. Por eso entendí tanto que entrar en una residencia para ella fuera letal en ese sentido, porque tú ya no te levantas a la hora que te da la gana. A mi madre no le gustaba el cine y la llevaban los domingos a ver una película. Es esa sensación de pensar: Aquí yo no decido nada.

-P: En el libro también resalta la importancia de contar con una red de apoyo para cuidar. Su hermana vive en Estados Unidos, pero usted pudo contar con el apoyo y la descarga de otros familiares en su entorno. Sin embargo seguimos pensando que podemos solas, ¿no es contraproducente?

Claro. Cuando enfrentas a esto dices: yo voy a poder con todo y les voy a hacer a mis hijos para cenar un pollo en pepitoria. Y no pasa nada porque cenen una tortilla francesa. Pero yo lo digo ahora, cuando ya he pasado por eso. No, no hay que llegar a todo. Yo con esa frase del "si quieres, puedes" y parecidas, ahí sí que sacaría el lanzallamas y le prendería fuego a todo. Me parece un mensaje perverso. Porque además hay momentos en los que quieres salir corriendo. Y reivindico que en las familias, a los hijos, se les diga que no pasa nada si no pueden, que no piensen que tienen que ser los mejores, que si quieren intentarlo, adelante, pero que no pasa nada si no llegan.

-P: El libro va por la tercera edición. En estos meses, ¿qué historias le han transmitido los lectores que se asimilen a las que usted vivió?

Muchas. Es interesante ver cómo los lectores se identifican con alguno de los personajes, por ejemplo, o que me digan que se lo han regalado a su madre que todavía arrastra la culpa de haber dejado a la abuela en una residencia cuando ya no podía dedicarle toda la atención que necesitaba. Pero lo más interesante es que haya servido a gente cercana para hablarme sobre problemas de adicciones. Mi madre sufrió una adicción al alcohol durante el proceso de enfermedad de mi padre y enfrentar esto fue muy duro. Y de repente hay tantas adiciones que se dan por rupturas de matrimonios, por insatisfacciones de la adolescencia... Y no hace falta entregarse a las drogas. Te das cuenta de cómo hay un montón de refugios al alcance de nuestra mano en supermercados, en farmacias, en sitios absolutamente legales que cumplen con todos los requisitos, pero hay un un mundo muy sórdido, muy turbio, en un mundo cotidiano donde toda la insatisfacción se canaliza así. Nunca sabes qué golpe te puede dar la vida o en qué momento te puede pillar, con qué sistema inmunológico te va a pillar algo, que abrirás la nevera, verás chocolate e iniciarás un camino hacia tu propia autodestrucción. He aprendido a empatizar mucho.