RUIDO
Choque generacional por la música alta en la playa
Los jóvenes vigueses usan los altavoces “para que se escuche bien” frente a los mayores que opinan que “es una molestia insoportable” | Portugal ya los prohíbe y anuncia multas de hasta 36.000 euros
Coco Vecino
Ir a la playa es mucho más que tomar el sol y refrescarse, es un acto social. Y como tal, muchos jóvenes aprovechan para crear su propio espacio donde charlar y reír con sus amigos. Y en ello, la música juega un papel estelar, especialmente entre los adolescentes que acuden a las playas viguesas, que no quieren dejar pasar la oportunidad de estar un rato sin renunciar al ambiente que más les gusta, el que marca el ritmo de su música (principalmente trap, reguetón, flamenco pop...). Un momento que se convierte en mítico para ellos y un verdadero suplicio para el resto de personas que les rodean.
“Ponemos música porque nos gusta, pero intentamos no molestar. La solemos poner bajita, aunque es verdad que mucha gente no hace lo mismo y la pone a todo volumen”, explica Paula. Sentada junto a sus amigas, come un bocadillo en la playa de O Vao. A mediodía aún mantiene un ambiente predominantemente familiar, es a partir de la hora de comer cuando una oleada de chavales inunda el arenal. Y con ellos, la música que ameniza su tarde de verano.
Altavoces grandes y pequeños, algunos con más potencia de lo que nadie esperaba conectados por Bluetooth a móviles, animan la jornada con sus listas de reproducción favoritas. Suenan hasta el atardecer y convierten la estancia en la playa en un racimo de mini fiestas, impidiendo echar una siesta, charlar tranquilos o simplemente, disfrutar del sonido del mar.
“Es muy molesto, a veces me he cambiado de sitio porque era insoportable. No solo es la música, que si encima no va contigo se hace muy pesada, es que hablan muy alto y no paran”, se queja Mónica. Madre de dos niñas pequeñas piensa que el ruido que ellas provocan al jugar no es comparable con las molestias de estos adolescentes.
“Yo también uso mi altavoz”, dice riéndose María. No es adolescente, pero sus treintaitantos no impiden que valore la experiencia de disfrutar de la playa entre sus artistas favoritos. “Pongo listas de música de verano porque es muy agradable. El altavoz hace que se escuche mucho mejor que simplemente con el móvil. A ver, intento no molestar, pero a veces hay que subirlo un poco para que se oiga bien”. Reconoce que no le importa que otros lo hagan. Y se sorprende al enterarse de que en Portugal está prohibido. Y que quien incomode a los demás imponiendo su música alta en la playa, se enfrenta a multas que oscilan entre los 200 y los 36.000 euros.
“¿Cómo? ¡Pero eso es muchísimo (dinero)!”, dice Javier alucinado con la decisión del vecino luso de acabar de una vez con los prolíficos bafles playeros. Aunque está de acuerdo en que se trata de una molestia, “es insoportable tener que aguantar la música de los teenegers”, no comprende qué debe hacer el portugués que se gane semejante multa.
“Tendrán que medir el ruido”, dicen Lena y sus amigas ante la posibilidad de que las multas lleguen a Vigo. “Porque nosotras la ponemos baja y no queremos molestar”, añade.
No se trata de una cuestión de edad, sino de consideración hacia los demás. Pero, ¿dónde está el límite de la libertad en un espacio público y abierto? Parece ser una cuestión más de respeto y empatía, sobre todo estos días que las playas viguesas están al límite de su aforo debido a los anómalos más de 35 grados de estos días. Así, conforme avanza la tarde la gente se va agolpando, dibujando playas donde las toallas se solapan y es imposible mantener un espacio ‘privado’.
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