INVESTIGACIÓN SOCIAL

La antropóloga que se infiltró en el PAU: "En estos barrios encuentras una continuidad de lo patriarcal"

Inés Gutiérrez Cueli se mudó durante dos años al PAU de Carabanchel (Madrid) para estudiar la vida de sus habitantes

Inés Gutiérrez Cueli vivió dos años en el PAU de Carabanchel para estudiarlo

Inés Gutiérrez Cueli vivió dos años en el PAU de Carabanchel para estudiarlo / Cedida

Analía Plaza

Analía Plaza

¿Qué tiene de interesante la vida dentro de una urbanización? ¿Hay algo que estudiar en las trayectorias de las parejas que llegan, se compran 'el pisito', tienen un par de retoños y viven tranquilos porque pueden 'soltarlos' en la piscina sin preocupación? ¿No es todo esto... lo normal? Inés Gutiérrez Cueli (Las Presillas, Cantabria, 1993) es doctora en antropología social por la Universidad Autónoma de Madrid. En 2017, cuando poca gente les había prestado atención, decidió irse a vivir a un PAU para hacer su tesis. Pasó tanto tiempo sola que tituló a su diario de campo —el cuaderno en el que anotaba todo lo que veía— Tristes PAU.

Los PAU (Programa de Actuación Urbanística) son los barrios residenciales que se construyeron en la periferia de muchas ciudades entre finales de los 90 y los 2000. En Madrid son ejemplos Sanchinarro, Las Tablas, Montecarmelo, Valdebebas, el Ensanche de Vallecas... Están hechos a base de grandes urbanizaciones cerradas con piscina, avenidas gigantescas y centros comerciales. Gutiérrez Cueli escogió el PAU de Carabanchel, al sur de la ciudad.

En los últimos años, los PAU han sido objeto de análisis en la prensa y algunos partidos políticos los han incluido en su discurso. Para entonces, Gutiérrez Cueli ya había ido y vuelto dos veces y preparaba una tesis con las conclusiones. Su trabajo, Venir de barrio: estrategias familiares, espacio y clase en los PAU de Madrid, acaba de ser publicado por el CSIC y ofrece una mirada fascinante al interior de estas urbanizaciones, a la cotidianeidad de sus habitantes y a sus deseos de mejorar en "calidad de vida".

PREGUNTA: ¿Por qué un PAU? Imaginaba que los antropólogos preferían estudiar tribus exóticas, no un barrio residencial.

R. En antropología se hacen trabajos "en casa" desde hace tiempo, no hace falta ir a un lugar extraño. Las reacciones al principio eran: ¿por qué quieres ir a este barrio tan aburrido? Estás un poco loca. Durante mucho tiempo nadie entendía por qué había elegido este espacio y qué era lo que me apasionaba. 

P. Usted es de Cantabria, así que en principio los PAU de Madrid pueden resultarle ajenos.

R. En realidad, es una tipología muy característica del 'boom' inmobiliario en muchas ciudades. Cuando le contaba a gente de otros sitios que vivía ahí, lo comparaban con las zonas nuevas de sus ciudades. El PAU tiene más analogías con otras zonas residenciales de lo que a priori puede parecer. 

P. Cuando escogió el PAU de Carabanchel, ¿era consciente de que sus habitantes serían diferentes de los de Valdebebas o Sanchinarro y la historia habría sido otra? 

R. Los PAU son muy heterogéneos. Se construyeron trece hasta 1997. Cuando llegó la crisis algunos estaban terminados y con gente viviendo y otros, como El Cañaveral o Los Berrocales, eran asfalto. Por otro lado, los PAU reproducen la brecha histórica que existe en Madrid entre un noroeste con rentas altas y un sureste empobrecido. Con los datos de renta se ve que los del norte tienen rentas más elevadas.

Mapa de los PAU de Madrid, con Carabanchel al sur. Los del este aún están en construcción

Mapa de los PAU de Madrid, con Carabanchel al sur. Los del este aún están en construcción / Comunidad de Madrid

Desconozco qué pasa en el norte, pero nos podemos imaginar que también habrá hijos de las zonas cercanas. Creo que pasa en todo el territorio: cuando se crea una nueva zona residencial cerca de los barrios, hay un proceso de movilidad, porque muchas veces esos barrios no tienen productos inmobiliarios disponibles. En Carabanchel era difícil quedarse porque los pisos eran muy viejos y había poca oferta. Además, cuando la gente se independiza o quiere formar una familia, quiere estar cerca de sus padres.

P. Decidió mudarse aun sabiendo que sería una 'rara avis'. ¿Valoró otra opción? ¿Cómo fue este proceso?

R. Tenía clarísimo que quería vivir en el PAU. Tenía muchas ganas. Llevaba tiempo investigando sobre los PAU y me daba cuenta de que, si no vivía allí, iba a ser difícil de entender. Me interesaba la vida cotidiana, las experiencias de vecinos y vecinas, cómo se posicionaban en distintos temas… Cuando conseguí el contrato, una beca que me permitía mudarme, dije: esta es la mía. Y para allá que me fui.

Cuando llegué estaba completamente fuera de lugar. Tenía 23 años, una edad que no existía allí: era demasiado joven para ser una madre con hijos y demasiado mayor para ser una hija, porque la generación de niños y niñas mayores empezaba a ser adolescente. No llevaba una vida en familia, vivía de alquiler, así que el acceso a la gente fue complejo.

P. Aún así, encontró habitación en alquiler: primero con un hombre separado de 37 años y después con una mujer soltera de 43. ¿Son estos perfiles residuales en los PAU?

R. Sí. En 2017 ya empezaba a fraguarse la burbuja del alquiler. Más allá de trayectorias como rupturas familiares, empezaba a haber población expulsada del centro que llegaba a la hiperperiferia por ser más barata. Me di cuenta de que en las urbanizaciones hay una lucha de poder, entre comillas, entre las familias con hijos y las personas solteras. También hay mujeres que se han separado o no tienen pareja y se sienten extremadamente solas, porque es un barrio muy organizado en torno a la familia. 

P. Llega al PAU y se aburre muchísimo. ¿Cuánto duró su frustración?

R. Yo llegaba completamente emocionada. Decía: ahora voy a hacer mi trabajo de campo, voy a ser una antropóloga genial. Y llego a un barrio en el que paso desapercibida. Nadie me hace ni puñetero caso, no consigo entablar relaciones. ¡Y yo me he ido ahí para entablar una relación muy próxima con la gente! Solo hablaba con el guardia de seguridad de la urbanización, migrante, y la mujer subsahariana que pedía dinero en el supermercado.

Llegué en septiembre y me tiré así hasta mediados de junio, que abrieron la piscina. Más de medio año sola y aburrida. Me pasó algo bonito, pero triste. Me apunté a las clases de pilates de la urbanización. Cuando las descubrí, pensé: ya está hecho. Pero la gente salía y se iba a hacer la cena. Pasaban de mí. Tomaba nota de todo, pero estaba muy aburrida. Lo interesante es que cuando llega el verano y la vida de la urbanización es mucho más rica, porque la gente socializa en torno a la piscina, todo ese trabajo de hormiga da sus frutos. Las compañeras de pilates me presentaron a vecinas que me incluyeron en sus conversaciones.

P. ¿Les decía que eran parte de una investigación?

R. Sí, siempre aviso. Me preguntaban por qué estaba ahí y no iba a mentir. Explicaba que estaba haciendo un trabajo y por eso me había mudado. Pero la antropología es una disciplina desconocida y la gente nunca es consciente de hasta qué punto su vida es importante para ti.

P. ¿Sabía María, su compañera de piso, que su vida iba a terminar en un libro?

R. No creo que lo imaginara. Aunque vivía con ella, nunca la entrevisté. Con otras vecinas me senté para que me contaran su vida, aunque luego eso se anonimiza y se pone en relación con la vida de otras personas.

P. Hablando con mujeres llega a la conclusión de que el PAU refuerza "el modelo conservador patriarcal de familia y feminidad". ¿Lo imaginaba?

R. Una de las primeras cosas de las que me doy cuenta cuando llego y busco actividades es de que es un barrio bastante organizado. No solo dentro de las urbanizaciones. El poco tejido comercial eran academias infantiles de inglés, además de espacios de manualidades o yoga enfocados a mamás. Todas las actividades a las que me podía apuntar eran yoga: yoga para embarazadas, yoga con tus criaturas… Todo muy familiar y montado en torno a los horarios de crianza. Durante el horario laboral y escolar está vacío. A la salida de los coles se llenan un poco los parques. Y son las madres, fundamentalmente, las que acompañan a los niños. Entre otras cosas, porque son ellas las que combinan su tiempo de ocio con el tiempo de cuidado sin salir de la urbanización.

Las clases de pilates son un doble filo para las mujeres: es tiempo para ellas, pero siguen cuidando a los hijos

Dentro de la urbanización había clases de yoga, pilates y zumba. Los hombres no hacían estas actividades. En mi clase de pilates se contaba una historia casi mitológica: que una vez fue el marido de una de ellas y nunca más volvió.

Las clases de pilates son un doble filo para las mujeres. Por un lado, es tiempo para su ocio y descanso, "tiempo para una misma". Pero a la vez hacían un cuidado de retaguardia, porque los niños y niñas estaban fuera, en el patio, o haciendo actividades extraescolares al lado. Las mujeres salían de las clases a tiempo para recogerlos y subir a casa a hacer la cena.

P. Cuenta que, mientras tanto, los hombres hacían deporte fuera de la urbanización: running, ciclismo, gimnasio... ¿Es el PAU un espacio de dominación para la mujer? En otro pasaje aparece una madre explicando lo difícil que es coger el autobús con el carrito del bebé. ¿Están ahí las madres atrapadas con sus hijos?

R. El PAU está construido sobre una expansión muy importante de lo privado. En términos físicos, porque las urbanizaciones cerradas ocupan mucho espacio. Y en términos sociológicos, porque la socialización se realiza fundamentalmente en el interior de la urbanización. Esto tiene consecuencias. La primera es que el espacio público se reduce a la centralidad del hogar y de la célula familiar. Lo doméstico se dilata, aumenta, rebasa las fronteras de la casa y se esparce por la urbanización. Hay una expansión del espacio doméstico y de sus cargas y responsabilidades. Esto aumenta la carga reproductiva de las mujeres.

Yo no creo que ellas fueran conscientes o que lo vivieran de esta manera. Como digo, hay un doble filo. Cuando hablaba con ellas me decían: la urbanización es súper cómoda porque puedo dejar a los niños y seguir haciendo mis cosas, echarme una siesta o cocinar. Sigues en el espacio doméstico haciendo cuidado de retaguardia. La frontera entre el cuidado y el descanso es mucho más porosa. Lo que encontramos en estos barrios es una continuidad de lo patriarcal, pero con ciertas reacomodaciones.

P. ¿Y qué no es así hoy en día? ¿Qué no es "sociedad de los hogares", un concepto al que hace referencia?

R. Estoy de acuerdo en que, en sí, no es una característica extremadamente propia del PAU y otros espacios. Pero sí hay una parte de falta de separación entre la crianza, los espacios reproductivos, y el tiempo de descanso. Los PAU contribuyen a esto.

Si decides apuntarte a yoga en el centro de Madrid, tendrás que hacerlo cuando tus hijos estén en otra actividad o a cargo de otra persona. En el PAU, los niños pueden estar jugando en la pista de fuera. Alguna vez, estando en pilates, llamaban niños preguntando por su madre. Las paredes domésticas se amplían. Que se permita esta simultaneidad es perverso para las mujeres.

P. Los defensores de los PAU dirán que esto es positivo: una especie de vuelta al pueblo porque la ciudad es peligrosa y no se puede dejar a los niños sueltos. Sin embargo, es difícil entablar relaciones porque las comunidades son muy cerradas.

R. Sí. A veces hay cierta idealización de las relaciones de control social. En el PAU había mucho control social hacia el interior y muchas redes de poder. Esto pasa en todas las comunidades de vecinos. Hay una frontera fina entre estar pendiente de las otras personas y cierto cuidado comunitario. El tema de los niños y las familias generaba muchos roces.

P. Habla del miedo de los habitantes del PAU a los centros de realojo y la vivienda social. Su investigación es de 2017, pero esto es algo que sigue muy presente en nuevos PAU [El Cañaveral, por ejemplo, no quiere realojos de la Cañada Real]. ¿Por qué sucede?

R. Yo observaba tres grandes preocupaciones: Pan Bendito, una zona históricamente estigmatizada y que conecta con la trama urbana del PAU, las viviendas públicas y el centro de acogida. Me di cuenta de que tenía mucho que ver con la trayectoria desde el barrio obrero de los habitantes. Un discurso que se repetía mucho era: "Esto lo he vivido yo en mi barrio, me he criado con ellos". Y había una posición que decía: "Me he comprado una vivienda aquí para tener una vida más tranquila, para no tener jaleos cada día y la policía a la puerta de casa". Era una exageración, esto no pasaba. Las personas del albergue simplemente estaban por la calle, a veces se orinaban, pero no causaban problemas.

Luego se reproducía otro discurso: "Siempre nos toca a los mismos". "Siempre somos los mismos barrios los que tenemos que tener el vertedero al lado, el centro de acogida...". Esto era muy fuerte: comparaban el vertedero con… 

P. Con los pobres.

R. Sí. Esto pasaba. Era curioso, porque había personas intentando separarse de esos conflictos y de esas condiciones incómodas de su barrio obrero, pero a la vez había un discurso aprendido de la periferia de "esto no pasa en los PAU del norte ni en el centro, siempre nos pasa a los mismos". Estos temas levantan muchísimas ampollas. Hay un abanico de discursos. Unos son más degradantes. Por ejemplo, había uno que decía: "Pues que construyan un muro y se los lleven a todos en coches de policía". Y luego había gente con más sensibilidad y cuyo discurso era: "No es por mí, es por ellos". "Pobrecitos, aquí tienen que caminar muchísimo bajo el sol". Pero tampoco proponía mejoras. Al final reconocían que les generaba incomodidad.

P. Los PAU son sitios aparentemente tranquilos donde se demanda mucha policía. ¿Por qué?

R. Cada vez entendemos que los conflictos sociales y problemas de desigualdad social se solucionan más por la vía de lo policial más que por la vía de políticas públicas que tengan que ver con igualdad y justicia social. La gente demanda policía para conflictos con sus vecinos por el uso del espacio, la música… Demandan policía para todo. Pensamos que con la policía se resuelven cosas que no tienen que ver con la policía, sino con la convivencia.

La gente demanda policía para solucionar conflictos con sus vecinos

P. Desde que en 2019 se formó el cinturón naranja de los PAU (en estos barrios, Ciudadanos fue la fuerza más votada) se discute sobre si este tipo de urbanismo 'derechiza' a la gente. ¿Es así, es que esta gente ya era de derechas o es que toda la sociedad se inclina hacia la derecha?

R. Las políticas neoliberales suponen que, poco a poco, el Estado va reduciendo su responsabilidad en la provisión de servicios públicos. Nos hemos acostumbrado a que determinadas cuestiones, como la sanidad, las tenemos que pagar en el mercado. Y la responsabilidad de procurarse cierta calidad de vida y bienestar es individual. De ahí la idea de las familias trabajadoras de "lo único que puedo dejar a mis hijos es el piso pagado y los estudios".

Para mí, hay que entender las decisiones de la gente que llega a los PAU desde ahí. No es que el urbanismo sea una especie de virus o un molde que te obliga a adoptar unas ideologías. Es un proceso más complejo. La gente teje sus estrategias. Yo las llamo estrategias familiares. Son estrategias de supervivencia, para intentar vivir un poquito mejor. Evidentemente, tienden a reproducir lógicas neoliberales. Pero creo que algunos discursos nos llevan a simplificar la realidad y a culpabilizar a la población que se ha ido a vivir a estos espacios. Me gustaría salir de ese marco.

P. ¿Cómo cree que serán los PAU en el futuro, cuando las madres que van a clases de pilates tengan 50 años y sus hijos salgan del nido? ¿Y cuando a los nuevos PAU Los Berrocales, Valdecarros... sigan sin llegar los servicios públicos?

R. El PAU de Carabanchel se habita a la vez por el mismo perfil social. Son 30.000 personas que llegan en parejas jóvenes con niños pequeños o a punto de tenerlos. El barrio sigue el ciclo de vida: primero había farmacias y guarderías; cuando los niños crecen, cierran las guarderías y aparecen las escuelas de inglés. ¿Qué pasará cuando los padres y madres sean ancianos? ¿Qué necesitarán? Sanidad pública, atención primaria… Los habitantes crecerán, cambiarán sus necesidades y esto supondrá un reto para los servicios públicos. No podrán ir andando a todos sitios y será necesario más transporte público. Veremos qué pasa.

Respecto al otro punto. En 2017, cuando se reactiva el desarrollo de Los Berrocales, se da un debate entre los movimientos sociales y el ecologista que dice: no tiene sentido seguir apostando por este tipo de barrios y de urbanismo. Se ha comprobado que es ineficiente porque hay mucho consumo de suelo y los recursos públicos no llegan. Yo entiendo que el camino [para pedir servicios] es la lucha vecinal.

P. La gente de los PAU se queja, pero ¿con tanta fuerza como antes? El movimiento vecinal de los años setenta en Madrid consiguió viviendas para quienes habitaban chabolas y la remodelación de muchos barrios...

R. En el PAU de Carabanchel pasa algo curioso: quien lleva estas reivindicaciones, sobre el metro o centros educativos, es la asociacion de vecinos de Carabanchel Alto, del barrio. Son los que siempre están ahí, los que se van a juntas municipales, los que protestan… Los de siempre con pequeñas oleadas de vecinos del PAU, que se unen para cosas concretas pero luego se desinflan.

P. En los setenta, esos vecinos vivían en chabolas y pasaban mucho más tiempo en la calle. De ahí surgía la unión vecinal.

R. Cuando pedía entrevistas a vecinos del PAU me decían: es que yo no conozco el barrio. No te puedo contar nada porque no estoy aquí. Voy en coche, voy al trabajo y no te voy a poder ayudar. ¿Qué pertenencia, qué sentimiento de apropiación tienes? Se dice que en los PAU no hay relaciones y sí las hay: allá donde hay gente, hay relaciones sociales y conflictos. Pero el sentimiento de pertenencia que se genera al usar el espacio público es diferente. Por ejemplo, en el PAU hay sentimiento de pertenencia a la 'urba'. En el de Carabanchel hay un huerto comunitario gestionado por la Asociación de Vecinos de Carabanchel Alto y los niños le ponen a sus plantitas el nombre del residencial. La idea de pertenencia cambia: ya no es tu barrio, sino tu urbanización.