CANTABRIA

Cuando Noja se convierte en 'The walking dead': así es un día de invierno en la ciudad más deshabitada de España

La mitad de las casas son de uso vacacional y su población pasa de los 100.000 habitantes en verano a 3.000 en invierno

Los oriundos están "encantados": "Ahora te encuentras con vecinos por la calle, en agosto es imposible"

ÁLBUM: Vea imágenes del municipio costero de Cantabria casi vacío en invierno

Un vecino observa un escaparate en el centro de Noja, rodeado de casas con las persianas bajadas.

Un vecino observa un escaparate en el centro de Noja, rodeado de casas con las persianas bajadas. / ALBA VIGARAY

Roberto Bécares

Roberto Bécares

Andando por el sendero que serpentea los acantilados que unen la playa del Tregandin y la del Ris apenas se ve gente. Algún matrimonio de turistas, algún vecino de paseo matinal. A la izquierda, uno deja infinitos bloques de apartamentos cerrados, de diferentes colores, como en una película de Wes Anderson. Los parkings están vacíos. No hay niños en los parques infantiles. Sólo se escucha el sonido metálico del vaivén de un columpio azotado por el viento. Es fantasmagórico, como si algún zombi fuera a salir de repente de la nada y te fuera a echar el diente como en 'The Walking Dead'.

La pizarra borrada de uno de los restaurantes cerrados que da a la playa de Tregadín de Noja.

La pizarra borrada de uno de los restaurantes cerrados que da a la playa de Tregadín de Noja. / Alba Vigaray

De los 100.000 habitantes que se llegan a contabilizar en agosto, en invierno no hay más de 3.000 [hay 2.741 personas censadas]. Noja (Cantabria) es la ciudad de las persianas echadas. Según el 'Censo de Población y Viviendas 2021', el último publicado por el Instituto Nacional de Estadística (INE), el 47,7% de sus casas es de uso esporádico. Es la ciudad que más tiene de toda España. "El invierno es durísimo, un aburrimiento", suelta una señora de Bilbao, que va paseando con el perro por la plaza principal, frente al Ayuntamiento, y que está pasando una temporada aquí para "superar la viudedad". "Voy y vengo mucho, pero dentro de poco volveré a Bilbao; es muy bonito esto, pero es un tostón, en mi bloque de 50 casas hay habitadas tres", afirma la mujer, que prefiere no dar su nombre: "Pon una viajera". 

De 13 a dos camareros

En la cafetería Bristol, en el centro del pueblo, hay dos operarios tomando una cerveza. La terraza está vacía. Un cartel anuncia la oferta de la semana: un chuletón con ensalada más una botella de vino crianza, 45 euros. "Durante los inviernos sólo trabajas si hace bueno, son duros, aunque en verano muy bien, de junio a septiembre y luego los puentes", admite Julián, el dueño, que cuenta que ahora tiene a dos camareros por los 13 que contrata en verano.

"Aquí mandan los vascos, tienen muchos la segunda residencia", suelta sobre la predilección de la comunidad vecina por Noja [Bilbao está a apenas una hora en coche]. Durante un largo recorrido por el pueblo, de hecho, EL PERIÓDICO DE ESPAÑA encuentra más vascos que nojeños. Pedro, Carmen y Marisa, jubilados, están sentados en un banco de la plaza tomando el sol. Son de Madrid, Burgos y Bilbao. De tantos años viniendo son amigos. Se suelen quedar todo el año ya.

Una de las calles residenciales de Noja vacía de coches y con todas las casas con las persianas echadas.

Una de las calles residenciales de Noja vacía de coches y con todas las casas con las persianas echadas. / Alba Vigaray

Pedro se queja de que "está demasiado tranquilo" en invierno, pero ellas aseguran que "se está de perlas; para los mayores organizan muchas actividades". "Es que en Semana Santa y verano se desborda esto", razonan. Los tres coinciden que es el destino perfecto aun así. "Por el clima suave en verano, los paisajes, la gastronomía, y las playas, que son impresionantes", concluye Pedro.

Sillas apiladas

En febrero, la mayoría de los restaurantes están cerrados, al igual que los hostales turísticos. Los negocios de hostelería lucen las sillas de las terrazas apiladas, como restos de un naufragio. "Más allá de la plaza no creo que encontréis un sitio para comer", nos advierten desde la oficina de turismo sobre los dos bares que acumulan gente esta mañana agradable, con 15 grados de máxima. No se ve a nadie cruzando la plaza. Algunos vecinos de paseo, otros haciendo recados.   

Alicia tiene la única panadería abierta del centro -"tenemos otra en la playa de Ris"-, al lado de una administración de loterías. Dice que en verano se montan colas en la puerta. "Hay demasiada gente y demasiada poca en invierno", admite, como si alcanzar el punto medio fuera imposible. "A mí me gusta vivir en Noja, si eres de aquí está muy bien", asegura la comerciante, que afirma que algunos de sus amigos de la pandilla se fueron marchando a otros sitios a vivir, pero "al final haces grupo con los que se quedan aquí". "En invierno es agradable", cuenta Carmen, de Bilbao también.

Una vecina de Noja se pasea por la plaza principal del pueblo.

Una vecina de Noja se pasea por la plaza principal del pueblo. / ALBA VIGARAY

"No lloviendo mucho se está de maravilla", ratifican Mariví y Valentín, jubilados de menos de 65 años, mientras toman un pincho de tortilla en otro de los bares del centro. De habitual viven en Guadalajara, pero ya cada vez más aquí. "Vamos, echamos un ojo y volvemos", cuenta el matrimonio, que está encantado, pero se queja del precio del IBI -"son 240 euros por un piso de 60 metros cuadrados, es bastante"- y del del agua: "Te cobran 50 euros cada tres meses estés o no estés". Añaden que faltan tiendas de ropa y "tampoco hay joyería".

Ver a los vecinos

Por el estanco se ve un goteo de gente incesante. Tiene una zona especializada de habanos y a su dueña, Beatriz, se le dibuja una sonrisa al preguntarle cómo es que se vacíe la localidad, que tiene cerca de 14.000 viviendas construidas, aunque sólo hay empadronados vecinos en el 8%. "Está muy bien, puedes ver a la gente que conoces. En verano es imposible, tienes que ir a su casa para verles". Eva, de la Oficina de Turismo, apenas tiene trabajo hoy. En enero y febrero está sola. En verano son cinco, “más un técnico”, y no paran, sobre todo los días que no hace de playa: “Les aconsejamos rutas guiadas, culturales, de senderismo”. Dice Eva que eso de 100.000 habitantes en verano le parece “una exageración”, que son menos y, aunque admite que viene mucho vasco, también Madrid, Cataluña y Castilla y León. “Y últimamente mucho de Aragón”.

Una mujer pasea con un niño por la playa de Tregandin de Noja.

Una mujer pasea con un niño por la playa de Tregandin de Noja. / ALBA VIGARAY

El paseo hasta la playa de Tregandín es también un peregrinar en el desierto. Casas cerradas. Hoteles cerrados. En el restaurante Los Peñones, clausurado a cal y canto, hay una pizarra en la fachada donde se lee que tienen “barco propio” y todavía se intuye que el último día abiertos tuvieron “rodaballo y lubina” recién pescados. Fotos de suculentos arroces y mariscos frescos pueblan las fachadas de los espacios hosteleros, pero en invierno no hay ni arroces ni mariscos en el interior. Ni siquiera el Hotel Las Olas, muy emblemático en el municipio, y también con mirador al mar Cantábrico, abre sus puertas hoy.     

Seis kilómetros de playa

Desde ambos establecimientos se tiene una espectacular vista de la playa, de más de seis kilómetros de largo y claveteada de decenas de enormes rocas que parece que alguien hubiera soltado por azar, como en una bahía de piratas. Las personas que pasean por la enorme playa, de una arena muy fina, se pueden contar con el dedo de una mano.

Janet se quita la arena de las zapatillas con la fuente de chorros típica de playa. Trabaja en hostelería, lleva 20 años viviendo en Noja, y aprecia que, aunque son muy pocas personas, cada vez hay más gente que se queda en invierno. “Eso fue a partir de la pandemia, la gente empezó a venir más”, cuenta la mujer, también feliz de que se vacíe el municipio, ya que siguen teniendo más o menos los mismos servicios. “Hay tres supermercados abiertos y el fin de semana abre el Carrefour”.

Edificios cerrados a cal y canto en Noja.

Edificios cerrados a cal y canto en Noja. / ALBA VIGARAY

“En verano es horrible estar aquí, casi no puedes ni caminar; a esta hora ya no sabes ni dónde poner la toalla”, relata la mujer, para la que es un “lujo” poder disfrutar así del pueblo. Por eso, todas las mañanas, con la fresca, se coge las zapatillas y se va a andar hasta el otro extremo de la playa, donde está una peña montañosa que se conoce como El Brusco: “Si pasas al otro lado está ya la playa de Santoña, se comunican”. “Es que, fíjate, qué paisaje, con las rocas, con esta playa tan abierta, el aire puro”, dice mirando al horizonte, tranquila, disfrutando de cada respiración.