Opinión | LA ESPIRAL DE LA LIBRETA

Biden, con el barro hasta la cintura

Gaza no es Vietnam en 1968, pero la movilización en las universidades podría costarle la reelección al candidato demócrata. Mientras, se criminalizan la protesta y el disenso

El presidente de EEUU, Joe Biden

El presidente de EEUU, Joe Biden / Jim Watson / EFE

Cuando Joe Biden se postuló por vez primera para el Senado de Estados Unidos en 1972, la guerra de Vietnam entraba en su fase final. Por aquel entonces, el candidato demócrata norteamericano, hoy un pato muy cojo, se había licenciado en Derecho, ya estaba casado y vestía americanas deportivas, en lugar de las chaquetas de aire militar y las camisetas teñidas a mano, tipo ‘hippy’, que se estilaban entre la juventud. En sus años mozos, Biden se benefició de cinco prórrogas por estudios que lo libraron del reclutamiento, y en 1968 un examen médico lo eximió de la mili por haber padecido asma durante la adolescencia, aun cuando practicaba deporte sin problema. Digamos que no fue un muchacho radical. Ni participó en las sentadas en los campus ni abrazó el movimiento antibelicista ni entonó las canciones de Joan Báez y Pete Seeger («estábamos metidos hasta la cintura en el fango / y el gran idiota dijo que siguiéramos adelante»). El Vietcong y el ‘agente naranja’ no iban con él; al presidente norteamericano la guerra le parecía un «trágico error», pero mantuvo una postura distante respecto de las protestas contra un conflicto que se cobró la vida de hasta 2 millones de civiles vietnamitas y 58.000 soldados estadounidenses.

Aquellas masivas movilizaciones —en su mayoría, encabezadas por jóvenes de clase alta y media alta, exentos de ir a guerrear a la Conchinchina— alcanzaron su cénit en la ‘batalla de Chicago’ durante la convención demócrata de agosto de 1968. El turbulento contexto hizo que el candidato pacifista, Gene McCarthy, perdiera la nominación demócrata. Y pocos meses después, en noviembre, el republicano Richard Nixon se hacía con la presidencia. Aunque Gaza no es Vietnam, Biden podría sufrir un resbalón parecido medio siglo después.

Las protestas arrecian en las universidades norteamericanas a pesar de los desalojos y la represión policial (más de 2.000 estudiantes han sido arrestados en cerca de 40 campus). Biden ha tardado casi dos semanas en pronunciarse al respecto y, cuando por fin se ha decidido a hablar, lo ha hecho con un discurso timorato, como si caminara de puntillas sobre una alfombra de ascuas: «Existe el derecho a protestar, no el derecho a provocar el caos». Por una parte, necesita desesperadamente el voto de los jóvenes para aspirar a la reelección (si logra arrancarlos del abstencionismo); por otra, teme perder el favor de los indecisos, en un país donde el 80% de la ciudadanía apoya sin ambages a Israel. Algunos padres están pidiendo que se les devuelva el dinero por las clases suspendidas, en facultades para la élite que cuestan hasta 90.000 dólares anuales. Es uno de los grandes dilemas del Partido Demócrata: o permitir que Netanyahu termine la ‘faena’ o bien dar un paso adelante para salvar algo de entre las ruinas de la sociedad palestina.

Mientras, en EEUU y en el resto del mundo, se criminalizan la protesta, el disenso y la reflexión. Calificar de atrocidad moral lo que está sucediendo en Gaza (34.000 muertos ya) se equipara con el antisemitismo.