Opinión | A LA PRIMERA

¿Ciudadanos jacobino, un PP girondino?

En un futuro no muy lejano será necesario rehacer puentes con partidos como Junts o el PNV

El hasta ahora secretario general de Ciudadanos, Adrián Vázquez, en una rueda de prensa.

El hasta ahora secretario general de Ciudadanos, Adrián Vázquez, en una rueda de prensa. / Alejandro Martínez Vélez

Ciudadanos pasará a la historia por ser el partido que pudo tenerlo todo en la política española y abdicó. Surgido en Cataluña como respuesta de algunas élites intelectuales al torticero proceso de elaboración del Estatuto de Autonomía de 2006 fruto de la radicalización del nacionalismo catalán y de la connivencia del PSC, en 2014 dio el salto a la política española surfeando la ola de la nueva política.

Ciudadanos, que se había distinguido en Cataluña por su hostilidad hacia el catalanismo en particular y hacia el Estado autonómico en general, pretendió ser en la política española un partido de centro con un alma socialista a la fuer que liberal, aunque optó por prescindir de la primera para competir con un PP en horas bajas. Obtuvo la primera plaza en Cataluña a renglón seguido de los hechos de otoño de 2017 y la tercera posición en las elecciones generales de abril de 2019 pero renunció a formar gobierno con el PSOE.

Con su decisión, auspiciada por unas infundadas expectativas de superar al PP, Ciudadanos no solo cavó su propia tumba por aparecer como un partido inútil a ojos del electorado, sino que acabó dejando al PSOE sin más alternativa que Podemos y los partidos periféricos. Y de esos polvos estos lodos. Desde entonces todo han sido abandonos personales y retrocesos electorales hasta descartar presentarse a las elecciones generales del 23 de julio. Su única esperanza de supervivencia era un pacto con el PP para las elecciones al Parlamento Europeo, posibilidad que la convocatoria electoral anticipada en Cataluña ha desbaratado.

Y eso es así en parte porque dadas sus buenas expectativas, el PP no lo necesita y en parte porque atarse a Ciudananos en Cataluña puede resultar muy contraproducente para sus intereses a medio plazo. El PP sabe que en ausencia de mayoría absoluta, algo que en el ámbito estatal es muy improbable por la elevada fragmentación existente, quien quiera gobernar España -como siempre ha sucedido excepto cuando Ciudadanos lo tuvo en su mano- necesita del apoyo de las fuerzas periféricas.

Y como en España existen dos fracturas políticas, en un futuro no muy lejano será necesario rehacer puentes con partidos como Junts o el PNV, de quienes está muy distante en el eje nacional pero muy cercano en la dimensión izquierda y derecha, una vez Junts supere su confusión. Y a su vez estos dos partidos saben que no habrá ninguna decisión duradera en materia territorial que no cuente con el apoyo del PP. Al fin y al cabo, las últimas grandes transferencias autonómicas y el cierre del modelo territorial se produjeron bajo un gobierno del PP. Ciudadanos, en cambio, fue el primer partido en impugnar el Estado autonómico (con permiso de UPyD), algo que Vox con su idea de desmantelarlo ha elevado a la enésima potencia. 

Pero el PP no solo no discute ese modelo, sino que lo apoya por lo que tarde o temprano, si se atreve a enarbolar la bandera reformista que el fracaso de los nuevos partidos ha abortado, afrontará la cuestión territorial. Su trayectoria avala que, en vez de hacerlo con la lógica jacobina propia de Ciudadanos y de Vox, pueda hacerlo con una lógica más girondida de la que posiblemente Feijóo y algunos de los barones populares puedan sentirse cercanos, al igual que algunos partidos periféricos. Y ahí quizás haya una oportunidad para el entendimiento y la reconciliación.