Opinión | ANÁLISIS

Lo que queda del 11M

Memoria de un excombatiente en la guerra política y mediática contra la teoría de la conspiración

El expresidente del Gobierno José María Aznar interviene durante la manifestación organizada por el PP, a 24 de septiembre de 2023, en Madrid.

El expresidente del Gobierno José María Aznar interviene durante la manifestación organizada por el PP, a 24 de septiembre de 2023, en Madrid. / JESÚS HELLÍN / EUROPA PRESS

Ancien combattant. Excombatiente. Puedo decir que me enrolé en el ejército que se dispondría a combatir a las huestes de la conspiración cuando caía la noche del 11 de marzo de 2004 desde la columna de análisis que escribí en mi despacho de la redacción de El País.  

En la edición impresa del 12 de marzo de 2004 quedó escrito: “Unas horas después [de las declaraciones de Otegi esa mañana del 11-M en el sentido de que no contemplaba ni como hipótesis que ETA esté detrás de los atentados”] José María Aznar hizo una declaración institucional después de la reunión de su gabinete de crisis. Llamó la atención un hecho: habló de 'terroristas' y de 'los asesinos', pero no mencionó a ETA”.

Y preguntaba ese 11 de marzo, publicado a las 04:59 de la madrugada del día 12, "¿qué pasó?". He aquí la respuesta que daba: "Ángel Acebes y el Gobierno no podían concebir la posibilidad de que no fuera ETA. Pero ¿acaso España podía estar absolutamente a salvo, por ejemplo, de Al Qaeda, habiendo patrocinado la guerra de Irak? El juez Baltasar Garzón lo avisó el 4 de marzo de 2003. En su carta pública a Aznar, señaló: 'Lo único que va a generar esta guerra injusta es el aumento del terrorismo integrista a medio y largo plazo. Su crecimiento en otros puntos, entre ellos España, es algo tan evidente como terrible y usted no quiere o no sabe verlo'".

El 12 de marzo, también decía en mi análisis: "Y, ayer, [por el 11 de marzo] Alfredo Urdaci, [director de los servicios informativos de Televisión Española y encargado del Especial Informativo de la noche electoral del 14 de marzo], a cuenta de ETA y de Josep Lluís Carod-Rovira, acosó a José Luis Rodríguez Zapatero, el candidato del PSOE, al entrevistarle en TVE. Sí, ¡justo en un día como ayer!".

Si la mentira de Aznar el 11-M me parece coherente y comprensible con sus antecedentes, el presunto asombro estos días, veinte años después, sobre la capacidad de Aznar de mantener el tipo y la mentira, ya me resulta menos entendible.

Jesús Ceberio, entonces director de El País, me encargó el seguimiento en Nueva York de las sesiones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a finales de febrero y primeros de marzo de 2003. Dos embajadores ante la ONU -el chileno Juan Gabriel Valdés y el mexicano Adolfo Aguilar Zinser- con los que tenía una relación entrañable me informaban minuto tras minuto de las maniobras de la Administración Bush, mira por dónde, habida cuenta de que estaban usando los servicios voluntarios de Aznar para atraer al presidente de México, Vicente Fox, y de Chile, Ricardo Lagos, al propósito de sacar adelante la cobertura que necesitaba Bush pero, sobre todo para encubrir a Aznar, a fin de justificar su respaldo a la invasión de Irak: la resolución fallida de la ONU para legitimar la guerra.

Todo ello, según investigué, se pactó en la visita que Aznar y su esposa Ana Botella hicieron a Bush el 22 de febrero en el rancho del presidente norteamericano en Crawford. Allí Bush le dice: “Quedan dos semanas. En dos semanas estaremos militarmente listos. Estaremos en Bagdad a finales de marzo”.

La decisión, pues, estaba tomada. Había que vestir el muñeco con una resolución. Y en eso estaba Aznar que ya había dado luz verde a la guerra. He aquí extractos del acta de la reunión.

Bush: La resolución estará hecha a la medida de lo que pueda ayudarte. Me da un poco lo mismo el contenido.

Aznar: Te haremos llegar unos textos.

Bush: Nosotros no tenemos ningún texto. Solamente un criterio: que Sadam Husein se desarme. No podemos permitir [desde el punto de vista militar] que Sadam Husein alargue el tiempo hasta el verano. Al fin y al cabo ya ha tenido cuatro meses en esta última etapa y eso es tiempo más que suficiente para desarmarse.

Aznar: Nos ayudaría ese texto para ser capaces de patrocinarlo [la resolución] y conseguir que mucha gente lo patrocine.

Bush: Perfecto.

Aznar: Necesitemos que nos ayudéis con nuestra opinión pública.

Bush: Haremos lo que podamos.

Aznar: Lo que estamos haciendo es un cambio muy profundo para España y para los españoles. Estamos cambiando la política que el país ha seguido en los últimos 200 años.

El entonces presidente del Gobierno español intentó el apoyo de Fox, muy irritado con su gestión, y de Lagos. Fracasó. Tampoco la ministra Ana Palacio lo consiguió con los ministros de Asuntos Exteriores de ambos países. Ambos fracasaron. La resolución no prosperó. Bush y Blair sumaron a Aznar y se reunieron en las islas Azores el 16 de marzo - fecha idéntica a la Bush había anticipado a Aznar el 22 de febrero -para anunciar los ataques y la invasión de Irak a las 3:40 (hora española) de la madrugada del 19 de marzo de 2003.

Al seguir la farsa en el Consejo de Seguridad no conocía el diálogo completo de la reunión del 22 de febrero que acabo de transcribir parcialmente a lectores y lectoras. Fue en 2016 para un proyecto de libro (todavía no escrito) cuando obtuve la transcripción de la reunión, elaborada por el embajador en Washington Javier Rupérez, intérprete durante el encuentro de Crawford, que el propio Aznar ha dado por fidedigna en su libro El compromiso del poder Memorias II (Editorial Planeta). La transcripción integra abrió la portada de El País el 26 de septiembre de 2007.

Aznar y el vicepresidente Mariano Rajoy no dijeron la verdad a sabiendas en aquellos días de marzo cuando declararon que además entre las armas de destrucción masiva Sadam Husein se había hecho con armas nucleares y había adquirido uranio enriquecido.

Porque precisamente el responsable de la ONU, presidente de la Agencia Internacional de Energía Atómica, Mohamed El Baradei, desmintió explícitamente semejantes bulos alimentados por la Casa Blanca. Más tarde lo ratificó en una entrevista que le realicé en Viena.

Dirán ustedes, ¿a qué viene todo esto?

Antes de responder contaré que el político del núcleo de Aznar que mostró reservas más serias a la política de respaldo incondicional a la guerra de Irak fue el vicepresidente Rodrigo Rato. Primero porque no creía que la apuesta de pretender un liderazgo internacional tuviera eco en la sociedad española, y compartía, me dijo en el verano de 2003, esa idea con Felipe González. Pero reconoció que su oposición se había visto debilitada porque en las elecciones municipales del 25 de mayo de 2003, donde él preveía un castigo de los votantes, si bien el PSOE había conseguido ganar con 7,9 millones de votos (un 9,6% más) el PP había incluso subido un 7,4% con 7,8 millones. “Después de todo, Aznar no se había equivocado”, apuntó. Tiempo al tiempo. 

Las mentiras de las armas de destrucción masiva y la conducta del Gobierno ante el atentado del 11-M despertó una reacción de la sociedad española en la que se reunieron las mentiras acumuladas. Fue lo que expliqué en mi análisis de las 5:03 del 15 de marzo titulado Doble factura: guerra y manipulación. “Aunque para José Luis Rodríguez Zapatero la guerra de Irak no fue ni mucho menos el tema estrella de la campaña, tanto el atentado terrorista del 11-M como, sobre todo, la conducta del gobierno de Aznar ante él, han refrescado la memoria de la guerra. Una mentira, las armas de destrucción masiva incluyendo las nucleares, sobre otra, la de la atribución a ETA, sin pruebas y más bien con indicios contrarios, provocaron la indignación del pueblo ante la matanza entre el 11 y el día de las elecciones, el domingo 14 de marzo de 2004. El 15 de febrero de 2003 las movilizaciones contra la guerra, una de las mayores en el mundo, se desarrolló unos días antes de que Aznar entregaba en Crawford el respaldo incondicional de España a Bush. Fue el retorno del fantasma durmiente de la guerra de Irak”.

Aznar y el PP nunca admitieron haber mentido sobre las armas de destrucción masiva. Y mucho menos reconocerán que también lo hicieron el 11-M, aunque veinte años más tarde unas y otras son incuestionablemente mentiras.

Pero es que Aznar defendía ya entonces su carrera personal internacional como exmandatario de España durante ocho años. La rentabilidad de su comparecencia en las Azores con Bush y Blair tampoco era difícil de advertir. Unos meses después de abandonar la Moncloa, cuando era miembro del Consejo de Estado omitió su deber de informar a dicho órgano que desde septiembre de 2004 cobraba mediante contrato 10.000 euros mensuales al grupo News International del magnate periodístico Rupert Murdoch a través de la sociedad Famaztella S.L. (Familia Aznar Botella), una información que saltó porque fue dicho conglomerado, editor de The Wall Street Journal, firme defensor de Bush y de la guerra de Irak, quien informó a la Securities and Exchange Commission (SEC).

Aznar debió dejar el Consejo de Estado el 22 de junio de 2006 al ser nombrado miembro del consejo de administración de News International. Su carrera como conferenciante, generosamente remunerado, y asesor de gobiernos conoció un impulso, sobre todo en el mundo conservador.

La victoria de Rodríguez Zapatero dio lugar a teoría de la conspiración para sostener la ilegitimidad del gobierno socialista. También contra ella durante la instrucción de la causa, el juicio y la condena, fuimos con José Manuel Romero, actual subdirector de El País, anciens combattans, dianas de los ataques de El Mundo.

Pero cuando pregunto qué es lo que queda del 11-M, es decir, qué subsiste de la peor barbarie -incluidas en el recuento dictaduras militares y asesinatos a quemarropa ejecutados por escuadrones oficiales de la muerte- que he -hemos- vivido en directo apunto al método de dirimir las diferencias políticas y la alternancia en nuestro país. 

En 1995 y 1996 todas las instituciones estaban en la hoguera. En mayo de 1996, el PP, que había anunciado prematuramente su victoria prematura 1993, consiguió por fin llegar a la Moncloa en las elecciones anticipadas convocadas por Felipe González. En 2004, Rodríguez Zapatero, cuya campaña desbordó a la de un Rajoy tributario de Aznar, obtuvo la victoria con el vuelco impulsado por la conducta del gobierno del PP en el 11-M. Durante gran parte de sus dos mandatos, el 11-M y más tarde las negociaciones con ETA, fueron los instrumentos de destrucción masiva de su gobierno, cuya guinda llegó con la Gran Recesión de 2007-2011. A caballo de ella llegó Rajoy a la Moncloa en diciembre de 2011.

La historia se repite ahora. 

Alberto Nuñez Feijóo aspira a continuar la tradición y llegar a caballo de de una combinación: la proyección de un panorama 1995-96, la conspiración del 11-M, la denuncia de moción de censura de 2018 primero y el gobierno de coalición PSOE-Podemos después, y la amnistía en esta legislatura. Ya han declarado a la mayor parte de las instituciones víctimas de un cáncer del Estado de derecho, empezando por el Tribunal Constitucional, y utilizan su artillería de desgaste desde las trincheras de la Sala Penal del Tribunal Supremo y desde el sector conservador del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), un órgano que permanece secuestrado cinco años y tres meses.

Estos últimos meses y semanas, para denostar la proposición de ley de amnistía que aprobará el Pleno del Congreso de los Diputados finalmente el jueves próximo, 14 de marzo, el aplauso a la ley de amnistía de 1977 parece unánime. 

Y, sin embargo, esa ley, siendo un paso adelante, dejó incólume la raíz de la enfermedad de nuestra vida política. La incapacidad de las elites de encarar una comisión de la verdad como ha ocurrido en otras naciones nos legó una transición inacabada. 

Uno de los candidatos a ser fiscal de sala de Derechos Humanos y Memoria Democrática, el fiscal Carlos Castresana, presentó al pedir la plaza un programa de actuación un proyecto para ir hacia esa comisión de la verdad, bajo la fórmula de la llamada “jurisdicción voluntaria”.  

Castresana, con una amplia experiencia internacional, que permanece en el Tribunal de Cuentas y colabora con la ONU, perdió la plaza ante la exfiscal general del Estado, Dolores Delgado, a quien el actual fiscal general del Estado, Álvaro García, decidió nombrar, decisión que con toda probabilidad será anulado por la sección cuarta de la Sala Tercera del Tribunal Supremo, a finales de abril próximo.

El objetivo pendiente sigue ahí: alcanzar una “narrativa compartida”. Sobre la Segunda República, sobre el levantamiento militar de 1936, la dictadura de Franco, los desaparecidos durante el franquismo y las víctimas de crímenes pretendidamente sepultados.