Opinión | LA VENTANA LATINOAMERICANA

No hubo sorpresas en El Salvador

Bukele podría marchar camino a la reelección vitalicia, siguiendo la estela de Hugo Chávez. De continuar por ese camino, ¿será El Salvador una nueva Venezuela, aunque sin la protección divina de Simón Bolívar?

Nayib Bukele, junto a su esposa, Gabriela Rodríguez.

Nayib Bukele, junto a su esposa, Gabriela Rodríguez. / AP

Las certezas

La supuesta eficiencia de la política de seguridad en El Salvador no tiene correlato alguno en el tratamiento de los datos electorales. Varias horas después del cierre de las mesas de votación, y así seguía al despuntar la mañana, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) solo había contado el 31,5% de las actas de la elección presidencial y prácticamente no había datos de las parlamentarias. Tampoco de la participación popular, aunque se sabe de grandes dificultades en algunos centros de votación en el extranjero. Pese a todo ello, al comienzo de la noche, el presidente candidato Nayib Bukele salió al balcón a anunciar urbi et orbi su incuestionable y arrolladora victoria en las urnas.

No solo eso, también se vanaglorió de ser el verdadero introductor de la democracia: “Nosotros no estamos sustituyendo la democracia porque El Salvador jamás tuvo democracia. Esta es la primera vez en la historia que El Salvador tiene democracia. Y no lo digo yo, lo dice el pueblo”. Esto implica, según su peculiar interpretación política, que en su país no hay dictadura y que la gente vota de forma democrática y con grandes muestras de felicidad.

Según sus cálculos, que deberán ser contrastados con el escrutinio definitivo, habría obtenido más del 85% de los votos y su partido, Nuevas Ideas (NI), habría conquistado 58 de los 60 diputados del Congreso, uno más de lo que predecían las encuestas. Estos guarismos vienen avalados por su enorme popularidad, un 90%, una cifra abismal para los estándares latinoamericanos.

No hay duda de que su respaldo popular se apoya en sus aplastantes éxitos contra las pandillas, que habían convertido al orden público en un tema de pura supervivencia. Para muchos salvadoreños, la paz social que hoy se respira justifica cualquier sacrificio, pese a una situación económica complicada (más de un 29% de pobres y con previsiones de crecimiento para 2024 bastante moderadas, de solo un 2%) y a que muchas familias deben seguir emigrando, fundamentalmente a EEUU. Sin embargo, y salvando todas las distancias, en los últimos tiempos el número de salvadoreños llegados a España ha crecido de forma significativa.

Las incógnitas

Pese a que el triunfo de Bukele es inapelable, persisten una serie de interrogantes, cuya resolución condicionará el futuro del país tanto a corto como a medio y largo plazo. Para comenzar, la sostenibilidad de la actual política de orden público, que explica el impresionante respaldo popular del presidente. La duración del estado de excepción, la opacidad informativa, las constantes violaciones de los derechos humanos y el elevado coste económico de movilizar a miles de policías y soldados son factores a tener en cuenta.

Esto nos lleva a otra cuestión, ¿hasta cuándo será posible mantener el consenso social y político que avala el desempeño oficialista? Hasta ahora, Bukele ha podido exhibir ante la opinión pública sus grandes dotes de gestor. Sin embargo, el desempeño poco prometedor de la economía nacional y las dudas a futuro también llevan a interrogarse sobre el deterioro de la confianza social. Un incremento del descontento económico podría repercutir negativamente en otros frentes.

Rápidamente, distintos gobiernos centroamericanos, con independencia de si son de izquierdas o de derechas, felicitaron a Bukele, incluso antes de disponer de cifras oficiales. Honduras, Guatemala, México y Panamá estuvieron entre los más madrugadores. También China hizo lo propio, al tener en América Central un espacio favorable en su enfrentamiento global con Taiwan. Las respuestas centroamericanas, y la voluntad de agradar a un político tan controvertido, al menos internacionalmente, llevan a preguntarse por las opciones de exportar a otros países su modelo de orden público.

Los últimos interrogantes se relacionan con la salud de la democracia. Como vaticinaban las encuestas, y a la luz de los resultados preliminares y de lo manifestado por Bukele, la oposición apenas rozaría el 10% del voto. Esto supondría prácticamente su desaparición y cuestionaría el futuro de un sistema multipartidario. La opinión del presidente es contundente, al afirmar tajantemente: “sería la primera vez que en un país existe un partido único en un sistema democrático, toda la oposición junta quedó pulverizada”.

Bukele parace encantado con esta situación, que ha llevado a la UCI a toda la oposición, tanto a la tradicional como a la nueva. En este contexto, las posibilidades de recuperación de las agrupaciones políticas y de aquellas vinculadas a la sociedad civil son escasas. En un ambiente tan enrarecido, será difícil manifestarse o encontrar expresiones de descontento.

Más allá de lo repetidamente expresado por Bukele, sobre que no modificará la Constitución para aspirar a un tercer mandato, su evidente ambición de poder, y la de su entorno familiar, hacen necesario extremar la cautela. Cuando Bukele llegó a la presidencia por primera vez dijo algo similar. Sin embargo, hoy podría marchar camino a la reelección vitalicia, siguiendo la estela de Hugo Chávez. De continuar por ese camino, ¿será El Salvador una nueva Venezuela, aunque sin la protección divina de Simón Bolívar?