LIMÓN & VINAGRE

Nayib Bukele, así se gesta un tirano

El presidente de El Salvador empezó en política elaborando campañas publicitarias y no ha dejado de hacer propaganda, aunque ahora él es el producto: el nuevo rostro de la autocracia

Diseño sin título   2023 03 21T205112.590

Diseño sin título 2023 03 21T205112.590 / REUTERS / EPE

Emma Riverola

Emma Riverola

Nayib Bukele corre. Tiene prisa. Con su gorra, su sonrisa, su porte y esa ropa informal que tan bien luce. Corre y aparta todo lo que molesta. Manotazo al poder judicial, al legislativo. Que nadie chiste. ¿Y el pueblo? ¿Qué dice el pueblo? Lo aplaude, lo adora. Porque empieza a pasear por las calles sin miedo a ser tiroteado, agredido, extorsionado... Y eso bien vale el alma de la democracia. O eso cree.   

Corre Bukele y en tan solo 11 años ha saltado de la agencia publicitaria familiar a acaparar todo el poder. ¿En qué momento se gesta un tirano? Nacido en 1981 en San Salvador, es hijo de padre palestino musulmán y madre católica. Él también se declara católico. La religión es un elemento más de su cuidada imagen de marca. Esa que combina la estética del empresario cool, la firmeza del hombre contra el mal y la cercanía del esposo y padre cariñoso. Su mujer -atractiva, siempre sonriente y entregada a las mejoras de la natalidad- y su pequeña hija apuntalan la imagen de familia bella y joven. Irresistible. 

En 2019, Bukele ganó unas elecciones sin enseñar sus cartas. Le bastó con gritar que no era como los demás. Se aupó sobre las ruinas de unos partidos desacreditados. Él acabó de denigrarlos. Para quien quisiera verlo, sus formas populistas ya se habían desnudado durante su alcaldía. Cuando fue investigado por presuntos ataques digitales contra los dos principales diarios del país, amenazó al fiscal general. Acudió a declarar acompañado por un millar de seguidores. 

Y Bukele siguió corriendo por la pista del autoritarismo. En febrero de 2020, harto de esperar a que la Asamblea Legislativa aprobara los fondos para su Plan de Control Territorial, entró en la cámara con militares y policías. Allí, ante la imposibilidad de votar su plan, pronunció una oración. A la salida, ante la multitud que había congregado, afirmó que Dios le había pedido paciencia. Un desgarro democrático. 

Bukele gobernó la pandemia a golpe de tuit. Una publicación, y los militares y policías salieron a la calle: se detendría a cualquiera que violara el confinamiento sin razones. Al no haber límites legales, quedaba bajo criterio de los uniformados el destino de quien fuera a cuidar a un familiar o a su puesto de trabajo esencial. La Sala de lo Constitucional declaró improcedentes algunas de las medidas. "Ninguna resolución está por encima del derecho constitucional a la vida y la salud del pueblo salvadoreño", respondió el líder populista. Las redes se poblaron de fotografías de seguidores suyos con armas y mensajes de apoyo al presidente. A Bukele no le gusta negociar. Ya sabemos, tiene prisa. Y, además, esa monserga de los derechos humanos… 

Después de un fin de semana especialmente violento de marzo de 2022, Bukele declaró la guerra a las maras (pandillas de delincuentes) y declaró el estado de excepción. El Parlamento acaba de aprobar una nueva prórroga. Estos días hemos visto las imágenes: el traslado de centenares de presos a una nueva cárcel de seguridad. Hombres semidesnudos, con la cabeza gacha, corriendo descalzos y humillados. Los vídeos son un evidente ejercicio propagandístico. Pero ¿qué hay detrás de ellos? 

Amnistía Internacional denuncia detenciones arbitrarias, torturas y nulas garantías judiciales. Estar tatuado, ser señalado por cualquier vecino o tener un familiar pandillero basta para ser prendido, especialmente si se es vecino de un barrio pobre. La mayoría de los detenidos son acusados del delito de "agrupación ilícita". La pena va de 20 a 30 años de prisión. Periodistas y activistas pro derechos humanos están en el punto de mira. Por otro lado, recientes investigaciones señalan que Bukele ha pactado con las maras una reducción de la violencia hasta las elecciones presidenciales de 2024. 

Bukele gana adeptos. Entre la población atenazada por la violencia más allá de El Salvador. Entre los ultraconservadores y populistas por su exhibición de poder. Y entre los jóvenes que admiran su imagen moderna y quizá desconocen su carácter profundamente retrógrado. Una joven ha sido condenada a 50 años de cárcel tras sufrir una emergencia obstétrica, el aborto está prohibido en El Salvador en todos los casos.

Bukele empezó en política elaborando las campañas publicitarias del progresista FMLN. No ha dejado de hacer propaganda. Ahora, él es el producto: el nuevo rostro de la autocracia. Un aviso para la izquierda: la democracia se escurre entre las grietas de la seguridad