Opinión | EL EDITORIAL
Sostenibilidad turística
Hoy empieza oficialmente Fitur, la gran feria del sector turístico, en la que los principales operadores internacionales y destinos exponen sus ofertas. Pero los días previos, con foros como el de Exceltur, la plataforma que reúne a las 32 principales empresas del sector en España, han sido el momento del debate y la reflexión. Del diagnóstico optimista sobre un 2023 en el que finalmente se han recuperado los resultados prepandemia, al análisis de las pruebas que se deberán superar si el turismo debe seguir siendo uno de los puntales de la economía española (responsable del 70% del crecimiento del PIB en el último año).
Una cifra de doble filo. El turismo ha superado sus marcas durante este año en un eufórico efecto rebote tras las restricciones a la movilidad de los últimos años y una vez constatado que los efectos de la inflación o el estancamiento económico en mercados emisores clave era mucho menor de lo previso según los pronósticos más reservados. Pero al mismo tiempo, la diversificación del tejido empresarial español, con la reindustrialización y la electrificación como algunos de los sectores que debían beneficiarse del empujón de los fondos europeos, no llega. Volvemos al punto de partida tras el temporal. Un alivio para las empresas del sector, para el mercado laboral y para la economía general del país. Pero no parece que hayamos aprovechado la oportunidad para haber rectificado el rumbo.
En los años de bonanza cundió un discurso que, más allá de plantear de forma racional la necesidad de buscar alternativas, se dejó arrastrar hacia una turismofobia miope, que llegó al extremo de considerar más deseable el paisaje de unas ciudades desiertas de visitantes aunque tras las persianas bajadas se arruinaran empresas y desaparecieran puestos de trabajo, y que rebrotó en cuanto el turismo regreso. Sin embargo, esa visión crítica también contenía elementos difíciles de cuestionar, hasta el punto de que las propias grandes empresas del sector han dedicado estos días a reflexionar sobre cómo «gestionar el éxito para ser socialmente sostenibles». Evitando que la saturación en grandes destinos turísticos acabe arruinando la experiencia y sobre todo alienando a la población local, por la pérdida de servicios y comercios destinados al vecino y no al visitante, el encarecimiento gentrificador del mercado inmobiliario (los datos indican una relación directa entre el peso del sector turístico en cada comunidad autónoma y el incremento de precio de la vivienda, pero también con la afluencia de nuevos residente permanentes) o las molestias para la convivencia ciudadana.
Las empresas han asumido que son las primeras interesadas en la sostenibilidad del modelo. Y eso incluye lograr un entorno local acogedor y no hostil hacia su negocio... y una adaptación a las consecuencias de la crisis climática. Desde no contribuir al cambio climático (con un modelo de movilidad que pueda integrar el transporte aéreo y marítimo y las exigencias ambientales) a no resentirse de sus consecuencias. Algunas en un futuro a medio plazo (como la reducción de un 10% del turismo en España si la temperatura aumentase 3 grados de media) y otras tan inminentes como las consecuencias que puede tener este mismo verano la sequía en las comunidades del arco mediterráneo.
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