Opinión | LIMÓN & VINAGRE

Isabel García, en busca de la coherencia

Las disculpas de la nueva directora del Instituto de las Mujeres iban acompañadas de una repentina transmutación de su opinión sobre la ley trans, no hay nada como un cargo para ver la luz

Isabel García, directora del Instituto de las Mujeres.

Isabel García, directora del Instituto de las Mujeres. / EPE

¿Hasta qué punto son relevantes las convicciones de un político? El sociólogo alemán Max Weber escribía, en 1919: "La pasión no convierte a un hombre en político si no está al servicio de una causa y no hace de la responsabilidad con respecto a esa causa la estrella que oriente su acción". Convicciones, sentido de la responsabilidad y mesura vendría a ser la fórmula del buen político. En el pelotón de los indeseables, los que carecen de todo ello y solo se mueven según el viento y su vanidad.

La reflexión viene a cuento de la polémica elección de Isabel García como directora del Instituto de las Mujeres. No habían pasado ni 48 horas de su nombramiento, que la política entonó un mea culpa por "si alguno de mis comentarios personales, manifestados durante el debate previo a la tramitación de la ley trans, hubieran podido causar alguna ofensa". Las disculpas iban acompañadas de una repentina transmutación de su opinión sobre la ley. De denostarla pasó a defenderla "firmemente". No hay nada como un cargo para ver la luz.

Con un pasado en ventas y márketing desarrollado en Gran Canaria, Barcelona y Valencia, García (Las Palmas, 1968) se estrenó en política en 1995 como diputada de Igualdad en la Diputación de Valencia y concejala del mismo ramo en el Ayuntamiento de Xirivella. En su ejercicio, impulsó numerosas y valiosas actividades contra la violencia de género. Se define como feminista, socialista, republicana, lesbiana y activista. Un buen currículo enturbiado por su virulencia en las redes sociales a cuenta de la ley trans.

La caja de Pandora contra la transfobia se abrió en Estados Unidos a mediados de la década pasada. En una clara estrategia de divide y vencerás, asociaciones vinculadas a la extrema derecha estadounidense centraron su discurso anti LGTBI en la T de la sopa de letras, sabiéndola la más vulnerable. Desarrollaron un discurso simple, efectivo y perverso contra el colectivo trans, afirmando que sus derechos se lograban a expensas de los de las mujeres, los niños, las atletas… Nada nuevo, en realidad; el odio siempre se construye convirtiendo al débil en amenaza. En 2017, el autobús de Hazte Oír recorrió nuestras calles. Ya saben, el de "los niños tienen pene y las niñas tienen vulva".

La ola transfóbica tomó fuerza en España con el primer Gobierno de coalición progresista de Pedro Sánchez, cuando Carmen Calvo fue apeada del Ministerio de Igualdad e Irene Montero ocupó la cartera. Una parte del feminismo socialista no llevó bien la pérdida de un área que sentía indisoluble a su tradición política. Al agravio se sumaba la amenaza de un cambio generacional y, al fin, una pérdida de relevancia. La ley trans se convirtió en el muñeco al que apalear. Injusto, porque los golpes también los sufrían las personas trans. Incoherente, porque aquella ley era fiel al programa electoral del PSOE de 2019.

García, próxima a Carmen Calvo, se apuntó con brío a cargar contra la ley trans, contra el colectivo y, en especial, contra la "teoría queer", la "dictadura queer", el "delirio queer" o "la chorrada queer". Vale la pena especificar que no existe una teoría queer monolítica ni, mucho menos, una agenda política tramposa a su espalda. En el pasado, queer era un insulto dirigido a las personas cuya orientación sexual o identidad de género diferían de la norma. El activismo resignificó el término. Hoy es un paraguas contra la represión y la discriminación que acoge movimientos, pensamientos y personas que escapan de las etiquetas impuestas. Desde el feminismo transexcluyente, el término queer se ha convertido en el anatema, el saco donde verter todo lo execrable, todo lo monstruoso.

A pesar de la beligerancia de García en las redes sociales, llegando incluso a cargar contra compañeros de filas, en los debates se amansaba. Entonces, esbozaba una sonrisa, animaba al consenso y, todo hay que decirlo, demostraba una ignorancia palmaria sobre algunos de sus propios postulados. Incapaz de recomendar una sola lectura sobre esa "teoría queer" de la que tanto abominaba o desarrollar coherentemente sus argumentos. ¿Eran sus ataques fruto del convencimiento o, simplemente, se subió a la ola que creyó mayoritaria?

Sumar y numerosas asociaciones han pedido su dimisión. Será difícil que se produzca. García se ha comprometido a desarrollar una "política integradora". De paso, no estaría de más que recogiera la fórmula de Weber: convicciones, sentido de la responsabilidad y mesura.