Opinión | LIMÓN & VINAGRE

Josu Ternera, asesino y dietista

Jordi Évole no consigue mucho simplemente porque no puede -ni de lejos- domesticar dialéctica y provisionalmente a la bestia, que de vez en cuando suelta un bufido y sonríe con desprecio

Josu Ternera.

Josu Ternera. / EPE

El mayor acierto (y casi el único) del documental de Jordi Évole sobre Josu Ternera consiste en haberlo puesto frente a una cámara. El otro éxito fue no cabrearlo nunca demasiado para evitar que se largase. Y nada más. El pobre de Évole está singularmente mal equipado para un entrevistado como Urrutikoetxea.

Sus instrumentos habituales -ese aire algo panoli de inocencia o confusión, su barbita de mindundi, la impresionante astucia de meter una pregunta incómoda antes o después de tres preguntas naif- no sirven para nada frente a un asesino. ¿Blanquea Évole a Ternera? Un poquito. Paga un precio -no muy oneroso - para que el terrorista esté dispuesto a hablar. Es casi al principio, cuando el periodista -llamémosle así - le reconoce como "pieza clave" para llegar "al fin de la violencia", es decir, para que la mafia etarra dejara de matar. No solo es una mentecatez, sino también una mentira, un piropo grotesco y arrastrado. Urrutikoetxea no decidió absolutamente nada en esos años finales. Y ETA decidió abandonar la lucha armada cuando no tuvo más remedio.

A pesar de todo eso entrevistar a esta bestia es periodísticamente legítimo. Entrevistar a alguien no implica reconocerle otro estatus que el de ser humano. No legitima su comportamiento moral ni exalta su pasado. No concibo a un periodista rehusando hacerle una entrevista a Hitler en el búnker de la Cancillería. Otra cosa es lo que pudieras conseguir. Évole no consigue mucho simplemente porque no puede -ni de lejos- domesticar dialéctica y provisionalmente a la bestia, que de vez en cuando suelta un bufido y sonríe con desprecio. Porque Josu Ternera -lo siento, criminal hiperestésico- no es otra cosa que un asesino, un ladrón y un extorsionador con balazos como trienios. Lo tiene escrito en el engrudo de unas facciones cargadas de asco. Esas son sus especialidades profesionales. Todo lo demás -para él- es irrelevante. Y no solo moralmente. A veces, con ocasión del atentado de Hipercor por ejemplo, dice que ETA cometió un error. Un error de cálculo, precisa. Pero nunca admite llamar al error asesinato. Ni siquiera admite que ETA practicase el terrorismo.

En otras ocasiones, qué grande, se dirige a las víctimas y ensaya unas escuetas disculpas. Puede pedir disculpas, con un punto de desgano indisimulable. Pero jamás expresar arrepentimiento. Se lamenta -tal vez- el daño causado, pero no se le considera una equivocación. En el fondo esa parodia de argumento ilumina la personalidad del terrorista. Matar está mal, quién lo duda, pero matar cuando se tiene razón es hasta liberador. Josu Ternera - y no solo mientras estuvo en la cúpula de la organización etarra- fue el terrorista más temido por los propios terroristas.

Hoy Urrutikoetea no está en la cárcel. Estuvo unos pocos años, luego fue un diputado más espectacular que relevante en el Parlamento Vasco, una especie de Hannibal Lecter con escaño gracias a EH, y se largó de nuevo a Francia para evitar los resultados de una ratificación de sentencia del Tribunal Supremo. También se argumentó -para ablandar jueces o condenas - un cáncer de estómago que debe haber sanado milagrosamente. No tiene buen aspecto a los 73 años, pero se antoja harto dudoso que sea la mala conciencia. En sus ratos libres ha trabajado como nutricionista, dicho sea para todos aquellos que mantienen que la bestia carece de sentido del humor.