Opinión | CONFLICTO INTERNACIONAL
Diálogo con Oriente
La estrategia más eficaz para acabar con el terrorismo pasa por tratar de resolver los problemas de la inmigración, la lucha contra la pobreza, el desempleo, el analfabetismo, la contaminación y toda muestra de injusticia o tiranía
La guerra de Israel-EE.UU en la Franja de Gaza ha concitado el apoyo de numerosos intelectuales de Europa y Norteamérica. Se trata de un fenómeno cultural peligroso, aunque no extraño a la luz de la actual situación internacional, las transformaciones sufridas por el conflicto palestino-israelí en los últimos años y el ascenso de la ultraderecha en Europa. El argumento de estos “intelectuales” se basa en la necesidad de luchar contra el terrorismo. Cabría advertir que la experiencia histórica ha demostrado que el terrorismo, no se vence con intervenciones militares. Israel, con el apoyo de Estados Unidos, puede derrotar y ocupar por la fuerza el mundo árabe e islámico; pero eso no significa, necesariamente, que vaya a erradicar el terrorismo.
La estrategia más eficaz para acabar con el terrorismo pasa por tratar de resolver los problemas de la inmigración, la lucha contra la pobreza, el desempleo, el analfabetismo, la contaminación y toda muestra de injusticia o tiranía. Las políticas basadas en la superioridad militar, tal y como se estipula en la visión estadounidense-israelí sobre la cuestión palestina, tienen una deriva casi fascista que bebe en las fuentes de la supremacía y el orgullo nacional, propiciando un nuevo tipo de terrorismo en el cual la cultura y sus valores quedan supeditados a la política. De este modo, la cultura se convierte en una herramienta de encubrimiento y camuflaje que calla ante las acciones de países que vulneran la libertad e infringen los derechos humanos con el bombardeo indiscriminado de civiles y el desplazamiento forzoso de centenares de miles de personas.
La experiencia demuestra que recurrir a la fuerza armada, más en el modo desproporcionado ejercido hoy por el gobierno israelí, con el pretexto de hacer justicia y luchar contra el terrorismo, constituye, en la práctica, una agresión y un acto de flagrante injusticia. El terrorismo es “individual”, lo cual significa que no puede ser ni general ni practicado por todos los individuos de un pueblo. Resulta impensable pues que una comunidad entera o un país completo sean terroristas. Por ello, la fuerza armada que ocupa un pueblo o una nación para “erradicar” su terrorismo ha de convertirse en sinónimo de injusticia y brutalidad, justo en el polo opuesto al universalismo, la humanidad, la democracia y la lucha por la paz.
La pregunta es: ¿en verdad quiere Europa consagrarse, culturalmente, como un socio activo de este nuevo exponente de Terrorismo de Estado? ¿Hasta qué punto la cultura europea logrará superar la visión política estadounidense o distanciarse de ella para dar espacio a los valores humanos con los que se ha venido identificando? ¿Dónde están la racionalidad europea, los principios democráticos y los derechos humanos cuando se trata de defender, por ejemplo, la legalidad internacional en Palestina? ¿Qué pasó con las numerosas resoluciones adoptadas por las Naciones Unidas al respecto? ¿Hasta qué punto puede Europa ver a Palestina de forma independiente y aislada de su relación con Estados Unidos?
Una cosa es que los palestinos puedan comprender la posición europea en relación con el establecimiento del Estado de Israel, condicionada en buena medida por las tragedias y el dolor infligido al pueblo judío a lo largo de la historia, sobre todo en la propia Europa, y otra muy diferente aceptar su apoyo continuo a la política israelí respecto a Palestina o los países árabes. Este apoyo explícito, si acaso modulado, según las ocasiones, con tímidas denuncias verbales, no sólo perturba las relaciones árabe-europeas; ofende a quienes tienen por bandera la libertad, la justicia y los derechos humanos. Significa, además, la aceptación implícita de que la injusticia sufrida por un pueblo puede enmendarse ejerciendo una similar sobre otro.
Los árabes estamos acostumbrados a esperar posturas solidarias y comprensivas por parte de Europa, aunque con un simple repaso histórico constatamos que no hemos tenido más que una larga lista de decepciones, desde los acuerdos Sykes-Picot de 1916, la Declaración Balfour de 1917, el fomento de la emigración masiva de población judía a Palestina y un largo etcétera. Con todo, aún confiamos en el apoyo cultural y humanitario de Europa. Sin duda, la razón de esta insistencia radica en nuestra profunda apuesta por los principios de la modernidad europea y esa brillante y esperanzadora proclama: “la Defensa de los Derechos Humanos”.
Lo más peligroso es que la desesperación de los palestinos ante la ausencia de justicia internacional y la contemporización europea con Israel lleva décadas empujándolos a los brazos del fundamentalismo religioso. Los resultados solo pueden dar lugar al agravamiento del conflicto entre oriente y occidente, el refuerzo de las tendencias fascistas y la inevitable descomposición de las corrientes liberales. Se revela así el peligro de la política estadounidense, firmemente partidaria de los puntos de vista israelíes, no sólo para los árabes o los palestinos sino, también, para los europeos.
Europa se equivoca si no se da cuenta de que la Cultura, como actividad humana creativa, está desapareciendo de sus ciudades y pueblos. No sólo como consecuencia de la censura política sino también, y esto es lo más peligroso, como resultado de una suerte de censura voluntaria y de “autosumisión” de sus artistas e intelectuales.
Este declive se manifiesta de dos maneras: por un lado, en el ostracismo y la marginación de la actividad cultural como denuncia de la injusticia y la violación de los derechos humanos universales; por otro, en la conversión de la cultura en un elemento de simplificación y vulgaridad, supeditada a esa enorme máquina trituradora que son los medios de comunicación. Estos, con su potente maquinaria y su poder de radiación, rara vez producen algo más que miseria en lo que a cultura se refiere.
El hecho de que los países europeos se alineen con Israel en la guerra contra Gaza resulta significativo porque revela un estado de crisis cultural y de civilización. En primer lugar, al renegar de su independencia para convertirse en colaboradores pasivos de las políticas de aquella. Después, al traicionar los valores democráticos y la historia de la lucha europea por la democracia, la libertad y los derechos humanos.
Una vez dijo Schlegel: “Sólo hablo con aquellos que miran ya hacia Oriente”.
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