Opinión | ANÁLISIS INTERNACIONAL

El odio a los judíos

El judío ahora es el magnate capitalista que pisotea naciones oprimidas o que destruye el planeta

Miembros de la comunidad judía iraní exhiben una pancarta, durante una manifestación antiisraelí para condenar el ataque de Israel a Gaza.

Miembros de la comunidad judía iraní exhiben una pancarta, durante una manifestación antiisraelí para condenar el ataque de Israel a Gaza. / EFE

¿Por qué siempre han caído tan mal los judíos? Buena pregunta, y más aún en Mallorca. Es posible que ahora ya lo hayamos olvidado —por fortuna para todos—, pero aquí el antisemitismo formaba parte de nuestro inconsciente colectivo y estaba totalmente arraigado en nuestros hábitos mentales (y también sociales). Cualquiera que tenga una cierta edad sabe que aquí se despreciaba a los xuetes nada más que por el apellido que delataba un supuesto origen judío. En los colegios —yo lo viví—, los apellidos xuetes recibían su carga cotidiana de burlas cada vez que se pasaba lista. En las reuniones familiares siempre aparecía alguien —si las circunstancias lo permitían— que no se privaba de hacer sus comentarios ofensivos sobre un Forteza o una Picó. Y en una conversación normal, a la hora del café, lo más frecuente era que los apellidos «contaminados» se pronunciaran con un inconfundible sonsonete burlón. Y al poco tiempo, alguien se ponía a contar el viejo chiste sobre la crucifixión de Jesús que seguramente ya habían contado sus padres y sus abuelos y los padres de sus abuelos: «Picó picava, Miró mirava i en Fuster feia sa creu».

Si creen que exagero, es que ustedes son muy jóvenes y no han conocido ese mundo de la vieja provincia carcomida por los prejuicios. Hay frases que oí de niño y que nunca he conseguido borrar de mi memoria: «Però si aquest tio és un xuetonarro. Què vols que faci? Ho duu dins sa sang». La frase, claro está, se pronunciaba con una especie de histérico chirriar de dientes cuando se llegaba a la palabra xuetonarro. Puede que estas cosas se hayan olvidado, pero nadie las había olvidado hace treinta o cuarenta años, y no digamos ya hace cincuenta o sesenta. Xuetaxuetó, xuetonarro eran insultos que figuraban en el vocabulario cotidiano de los mallorquines. Y lo peor de todo es que muchos mallorquines ni siquiera las consideraban insultos.

En Mallorca, el odio a los judíos era compartido por aristócratas, eclesiásticos y payeses (aunque los payeses fueran siempre los más antisemitas). Sólo las clases medias urbanas —tan raquíticas en aquella época— parecían estar libres de ese prejuicio, ya que los xuetes pertenecían a las clases medias urbanas y eran bastante bien tolerados. Al fin y al cabo, todos los xuetes eran sastres o tenderos o relojeros o joyeros. Los mejor situados habían podido alcanzar un buen trabajo de médicos o de abogados, pero nunca hubo ni militares ni campesinos entre los xuetes, igual que ocurría entre los judíos del resto del mundo. Los judíos trabajaban «con sus manos», como se decía antes, y eso era lo que suscitaba el desprecio de los hidalgos (que odiaban el trabajo manual), y más aún el de los campesinos, que no soportaban a los judíos porque estos no trabajaban la tierra y además se dedicaban a la usura, o se decía que se dedicaban a la usura. Y era cierto, claro que sí. Pero algunos judíos se dedicaban a la usura porque todos los judíos tenían prohibido poseer tierras o cultivar la tierra. Y justo por eso estaban confinados a las ciudades, es decir, a los guetos. Ejercer la usura fue una simple cuestión de supervivencia, igual que ser ropavejeros o vendedores ambulantes o tenderos.

Pero todo esto tuvo sus consecuencias. El economista Keynes —tan admirado por nuestra izquierda— creía que la fascinación que sentían los judíos por el oro y las riquezas se debía a los oscuros traumas sexuales que había estudiado Freud, un personaje al que Keynes admiraba sin mesura (pese a que Freud era judío). Y como es bien sabido, Freud relacionaba la obsesión por el dinero con los desórdenes de la retención anal en la primera infancia (pobre Freud: toda la vida pendiente de estas cosas). Si uno se enreda con los traumas psicoanalíticos, es muy fácil empezar a hablar de aberraciones psíquicas, y hubo mucha gente que dio ese paso en la época de Keynes y de Freud, es decir, en los primeros años del siglo XX. Así que un buen día el judío ya no sólo era un ser despreciable que experimentaba una repugnante excitación erótica cuando acariciaba monedas de oro o fajos de dinero. Pues bien, ahora ya no solo era eso, sino también una criatura mucho más peligrosa que manifestaba en su conducta los elementos más sucios y más perturbadores de la mente humana. A partir de ahí, considerar a los judíos una plaga de cucarachas y de bacilos patógenos que había que exterminar como fuera, por el bien de una sociedad sana, era sólo cuestión de tiempo. Y ese tiempo llegó en los años 30 del siglo pasado.

Estos prejuicios no han desaparecido, sino que se han transformado. El judío ahora simboliza otras ideas y otros conceptos: ya no es el viejo avariento que acaricia monedas de oro en un cuchitril nauseabundo. Ahora es el magnate capitalista que pisotea naciones oprimidas o que destruye el planeta —y la sagrada causa climática— por medio de sus operaciones financieras sin escrúpulos. Y yendo más allá, el judío simboliza el sistema capitalista y el orden moral que impera en la civilización occidental. De ahí que sea tan fácil odiar a los judíos de Israel y todo lo que representan. Y de ahí que la angelical Greta Thunberg  se manifieste a favor de Gaza, pero no haya dicho jamás una sola palabra en favor del caduco sistema de la democracia liberal que le paga y le consiente todos los caprichitos.