Opinión | DESPERFECTOS

La coalición en discordia

Es previsible que, prorrogado el contrato PSOE-Sumar, nuevas diferencias aporten disfunción a la gobernabilidad

Sánchez y Díaz presentan el acuerdo programático alcanzado entre PSOE y Sumar para un nuevo Gobierno.

Sánchez y Díaz presentan el acuerdo programático alcanzado entre PSOE y Sumar para un nuevo Gobierno. / José Luis Roca

Uno de los mantras actuales consagra la cultura de coalición como un punto ideal de no retorno. Así ha llegado el futuro perfecto y queda sentenciado que el pasado bipartidista era una rémora histórica. Si eso contrasta con el maremágnum de la investidura es –según dicen las voces de la coalición- por culpa de la derecha. No importan las distorsiones que Sumar impone a Pedro Sánchez, ni las dudas que se puedan plantear en la Unión Europea sobre la consistencia del Gobierno de España. El pacto de coalición ha sido reafirmado, aunque de puntillas y con luminosidad apurada. Ahora toca amnistía e investidura.  

La empatía plástica entre Yolanda Díaz y Carles Puigdemont preludió los preparativos tan ambiguos de la amnistía hasta que Podemos decidió vengarse de Sumar y se opuso frontalmente a la política exterior de España cuando Hamás atacó Israel. Podemos propugna ya de forma tangible un fracaso de la investidura. Esa disonancia estrepitosa de Podemos es como la vieja historia del escorpión que acaba autodestruyéndose al destruir al otro. 

Por su parte, cuando Sumar invoca una política exterior radicalmente disociada de la de Joe Biden y del consenso europeo, las respuestas de La Moncloa tienen un barniz de ajedrecismo 'amateur': argumenta, por ejemplo, que no hay más política exterior que la que formulan presidencia de Gobierno y Exteriores. De nuevo, apagar incendios con un sifón no resuelve nada. Se convierte en un problema de credibilidad para mayor incertidumbre de un Gobierno en funciones que quiere repetirse como coalición y con sustentos parlamentarios cada vez más voraces. 

El laborismo gobernó en Israel, ininterrumpidamente, de 1948 a 1977. Durante tiempo el sindicalismo israelí era un referente de la socialdemocracia europea. Futuras figuras del PSOE pasaron temporadas en los 'kibutz' entre naranjales, al mismo tiempo que se informaban sobre el modelo de autogestión yugoslavo. El laborismo israelí desde Ben Gurion estuvo en la Internacional socialista: allí coincidían Golda Meir y Willy Brandt. Y Felipe González. Esa red política tuvo su papel en la guerra fría, deslindando la socialdemocracia del comunismo.  

Sobre el Estado de Israel, en los años finales de franquismo no existía un denominador común en el PSOE: el exilio era más pro-israelí que el clan sevillano. En el PSOE hubo un sector pro-Israel muy activo, con el pugnaz Enrique Múgica y su hermano Fernando, asesinado por ETA en 1996. Tierno Galván siempre se opuso: estaba con las tesis de tercermundismo y tenía que financiar su pequeño partido, el PSP. También agitaba las aguas el canciller austríaco Bruno Kreisky, gran amigo de Arafat. Después de un trayecto muy ajetreado, el pragmatismo felipista estableció relaciones diplomáticas con Israel en 1986, el mismo año en que España ingresaba en la Comunidad Económica Europea. Generalmente, la doctrina oficial es la solución de dos Estados, como ha reiterado Pedro Sánchez, aunque en estos momentos de zozobra sea una propuesta con más aceptación internacional que con arraigo en Israel y entre los palestinos.  

ERC, Junts, Bildu y BNG -piezas imprescindibles para la investidura- estarán ausentes cuando el día 31 la princesa Leonor jure la Constitución. No se sabe qué hará “Sumar Més”. Pere Aragonès ya pasó por el Senado para decir que la amnistía es solo el punto de partida, porque el destino es votar la independencia. Bildu opta por Hamás. Todo sea por Irán.

Es previsible que, prorrogado el contrato de la coalición PSOE-Sumar, nuevas discordias aporten disfunción a la gobernabilidad. En realidad, no es significativo si la coalición gobierna bien o mal.