Opinión | GATO ADOPTIVO

Ortuzar rehabilita a Puigdemont

Una escena más de la obra de teatro que están escribiendo los negociadores del PSOE y de Junts, pero con aroma vasco

Un momento de la reunión de Puigdemont (derecha) y Turull (izquierda) con la dirección del PNV.

Un momento de la reunión de Puigdemont (derecha) y Turull (izquierda) con la dirección del PNV.

La improvisación que reflejaba la puesta en escena del encuentro en Waterloo protagonizado el viernes por el ex president fugado Carles Puigdemont y el líder del PNV, Andoni Ortuzar, era engañosa. Sentados en sendos sofás enfrentados, junto al secretario general de Junts, Jordi Turull, y al responsable de Organización del PNV, Joseba Aurrekoetxea, dos banderas, una catalana y una europea, presidían la reunión. El detalle que podía llevar equivocadamente a la sensación de que la entrevista estaba poco planificada era la ausencia de la ikurriña, olvido que se hizo aún más patente al proyectar una imagen de la bandera vasca en la gran pantalla de televisión que presidía la estancia. Nada más lejos de la realidad. En general, nada en lo que interviene el PNV puede considerarse espontáneo, más bien al contrario, está muy pensado y tiene un objetivo claro. Una escena más de la obra de teatro que están escribiendo los negociadores del PSOE y de Junts, pero con aroma vasco.

La reunión de Puigdemont y Ortuzar del viernes es el hecho político más relevante de la semana pasada, porque pone fin a seis años de alejamiento entre el PNV y los herederos de la antigua Convergència. Ese tiempo es el que ha necesitado Sabin Etxea para digerir lo sucedido en octubre de 2017, cuando el lehendakari Íñigo Urkullu se implicó personalmente en buscar una salida al procés que no desembocara en la declaración unilateral de independencia y en la subsiguiente activación del 155, pero que fracasó por la dudas de Puigdemont, que no aguantó la presión de los independentistas hiperventilados y acabó huyendo en el maletero de un coche.

Urkullu fue un elemento clave de mediación entre el Gobierno central y el de la Generalitat antes y después del referéndum ilegal de independencia del 1-0. Uno de los pocos nexos de comunicación entre Mariano Rajoy y Puigdemont, el que engrasaba también los contactos entre los jefes de gabinete de ambos, Jorge Moragas y Josep Rius. Especialmente relevante fue su intervención en la noche del 25 al 26 de octubre de 2017, cuando pareció conseguir que Puigdemont se inclinara por la convocatoria electoral y no por la declaración unilateral de independencia. Urkullu se fue a dormir pensando que Cataluña eludía el precipicio, pero el ex president no hizo caso de su entonces conseller de Empresa, Santi Vila, y descartó publicar de madrugada en el boletín de la Generalitat la celebración de las elecciones. Nunca lo haría. La presión independentista en la propia plaza Sant Jaume en la mañana del 26 de octubre o el tuit de las "155 monedas de plata" de Gabriel Rufián hizo recular a Puigdemont y Urkullu se sintió engañado. Al día siguiente, Puigdemont declaraba fugazmente la independencia.

El lehendakari en particular y el PNV en general se vieron entonces liberados de cualquier compromiso sobre Cataluña y hasta el pasado viernes, las relaciones eran inexistentes. De hecho, en los últimos tiempos el partido de Ortuzar había tenido más afinidad con el PdeCAT, al que consideraba verdadero heredero de la Convergència pactista de Jordi Pujol, que con Junts. Por eso el encuentro de Waterloo es tan relevante. Una de las exigencias no explicitadas públicamente de Puigdemont es ser rehabilitado como interlocutor político tras percibir el riesgo de ver mermada su figura por su larga estancia en Bruselas. La visita a Estrasburgo de la vicepresidenta segunda en funciones, Yolanda Díaz, forma parte de esta estrategia. Y la del PNV del viernes, también. Aunque la formación vasca niega que haya retomado su papel de mediador, ahora entre Puigdemont y el Gobierno socialista, es imposible aislar ese encuentro de los contactos entre el PSOE y Junts para facilitar la investidura de Pedro Sánchez: el PNV no quiere quedarse fuera de la escena.

Y hay un segundo elemento que explica la visita de Ortuzar a Waterloo: las elecciones vascas del primer trimestre de 2024, en las que Bildu se ha convertido en una seria amenaza. La formación de Arnaldo Otegi tiene una consolidada relación con ERC y ahora el PNV quiere recuperar la sintonía con su referente en Cataluña, la Junts de Puigdemont una vez que el PdeCAT ha pasado a mejor vida. Si la investidura de Sánchez consigue además encauzar el final definitivo del procés y abrir el melón del debate territorial, uno de los retos que tiene España, el PNV ambiciona detentar un papel protagonista. No por casualidad ha lanzado ya el ‘plan Urkullu’. Cuando algunos van, el PNV ya ha vuelto.