Opinión | EL OBSERVATORIO

Educación: segregación o equidad y humanidad

Si unas políticas iliberales se acomodan a las desigualdades, el individualismo y la mercantilización, la educación puede quedar reducida a una formalidad escolar de baja calidad

Archivo - Unos niños jugando en una mesa en una escuela de educación infantil.

Archivo - Unos niños jugando en una mesa en una escuela de educación infantil. / Joaquin Corchero - Europa Press - Archivo

El enfoque más razonable y provechoso de la difícil tarea de prever el futuro tendría que partir del reconocimiento que todo futuro solo puede ser hecho de la materia del presente y de la forma de la libertad, que se expresa en grandes políticas -democráticas o autoritarias-; primero hace falta, pues, un repaso de los ingredientes del presente que condicionan -para bien y para mal- la educación actual y son embrión de futuro; y en segundo lugar, una previsión modestamente aproximativa a las grandes evoluciones posibles de la educación.

Nuestro presente, de gran complejidad, tiene algunos rasgos generales fuertemente condicionadores de la educación; primero, las tres grandes crisis de la globalización: la ecológica -cambio climático, descalabro energético-, la crisis social -devaluación del trabajo, crecimiento de las desigualdades, descohesión social y migraciones mal resueltas- y la crisis institucional -viejos estados desbordados, populismos rampantes, democracias de baja intensidad-. Muy relevantemente, también, una cultura individualista y agresivamente competitiva, mercantilizadora de todo, incluido el conocimiento. Y todavía, la cultura líquida (Bauman), la comunicación hipervirtualizada y el "homo videns" resultante (Sartori), con la emergencia de la inteligencia artificial y los especiales riesgos de la generativa (Harari, Zizek), el big data y el nuevo "capitalismo de la vigilancia" (Zuboff). Todo ello configura un escenario inquietante para la educación, si se piensa más allá del habitual registro reduccionista que la limita a una transmisión formalista de conocimientos encapsulados, incluso si son avanzados y transmitidos de forma amena. La educación de verdad, en cambio, es básicamente transmisión, en buena medida implícita, de valores de todo tipo -conocimiento incluido, que también es valor-, y las grandes fuentes de valores son precisamente las situaciones referenciadas.

Si aceptamos que solo las grandes políticas pueden influir en los escenarios globales y complejos marcados por estos rasgos de fuerte repercusión educativa, estamos aceptando que la educación depende de grandes decisiones políticas; y, en función de esto, son previsibles dos principales evoluciones de la educación que hoy tenemos.

La primera, pesimista: si unas políticas iliberales -o simplemente derechistas- cabalgan los rasgos más negativos del escenario descrito -desigualdades, individualismo, mercantilización, etc.-, la educación futura puede quedar reducida a una formalidad escolar de baja calidad general, que mantendrá y acentuará fuertes tendencias actuales segregadoras basadas en desniveles crecientes de riqueza, poder y cultura: pocos estudiantes accederán a espacios educativos singulares de alta calidad y exigencia, a precios imposibles para la mayoría. La mayoría pasará con una educación low cost, inútil y desalentadora.

La segunda, más optimista: políticas de espíritu democrático y de progreso social orientarán los sistemas educativos, con gran predominio público, hacia objetivos importantes para superar las actuales limitaciones y disfunciones. El primero, reducir hasta evitar la actual segregación socioeducativa, desgraciadamente estabilizada con centros de calidad aceptable y centros dichos de alta complejidad -que suele incluir baja calidad. El segundo objetivo, necesario, deseable y posible, una óptima formación y profesionalización del profesorado de todos los niveles, condición indispensable para el objetivo siguiente. El tercero, unas pedagogías motivadoras y habilitadoras de las mejores capacidades de cada estudiante, a partir de aspectos claves de la construcción personal, que no cambiarán por mucho que cambien circunstancias tecnológicas y económico-sociales: el pensamiento crítico, una muy buena formación simbólica -lenguaje natural, matemáticas-, una avanzada formación éticosocial, una firme sensibilización estética

Las capacidades críticas, simbólicas, éticosociales y estéticas son indispensables siempre, pero lo serán más cuanto más avancen las tecnologías que pretenden cierta supra o poshumanidad; frente a esta engañosa alucinación tecnoboba, hará falta más equidad sistémica y más humanidad que nunca, que es la que asegura las capacidades mencionadas.