Opinión | SALUD Y ROCK N ROLL

Un debate con turbulencias

Los candidatos soltaron por su boca lo que les dio la gana y ni Pastor ni Vallés fueron capaces de rebatir y repreguntar con datos contrastados las mentiras o medias verdades que nos estaban contando

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo en el debate de Atresmedia.

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo en el debate de Atresmedia. / José Luis Roca

Me estaba subiendo a un avión cuando Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo se preparaban para el único cara a cara que tendrían en esta campaña electoral. Era ajena a todo lo que estaba sucediendo en Twitter. En la televisión daban la previa con la llegada de los candidatos y sus equipos de campaña. Todo con un tufo muy ‘yankee’ e impostado. Entraba por el ‘finger’ del avión, dejando atrás unos días de desconexión y entraba en la vuelta a la jungla en plena ola de calor sofocante, con unos días de trabajo por delante que daban ganas de salir corriendo.

Después de una hora con turbulencias incluidas, quitaba el modo avión del teléfono, tenía pocas o ninguna ganas de regresar y menos aún de escuchar a los aspirantes a presidente del gobierno. "Señoras y señores pasajeros, teníamos tantas ganas de llegar que hemos aterrizado en Alicante con veinte minutos de adelanto". Porque lo de llegar al aeropuerto de Corvera lo vamos a dejar para otro día. Esto último no lo dijo el auxiliar de cabina, ya lo digo yo.

No es fácil llegar a la mejor tierra del mundo, sólo la penúltima parte del viaje estaba completada, aún quedaban 45 minutos para llegar a casa. Era el momento de recordar algunas de las canciones que bailé en el BBK o de poner la radio y meterme en Twitter. No tengo remedio y me sumergí en el peor de los escenarios, al darme cuenta de que el debate estaba siendo una pelea de cuñados de bar, con un tono inaceptable. Era todo de un nivel tan bajo que daba hasta vergüenza ajena escucharles. Por su parte los periodistas encargados del debate, lejos de poner a ambos candidatos contra las cuerdas, haciéndoles preguntas sobre sus propuestas para gobernar, brillaron por su ausencia. Los candidatos soltaron por su boca lo que les dio la gana y ni Pastor ni Vallés fueron capaces de rebatir y repreguntar con datos contrastados las mentiras o medias verdades que nos estaban contando.

Llegué a casa, puse la tele, solté la mochila con la esperanza de que el debate se enderezara y viéramos a dos políticos contándonos las medidas que van a adoptar, pero nada. La cosa siguió por un terreno de lo más cutre, sin concreción, ni transparencia en los mensajes de ambos, todo quedó embarrado y sucio. ETA, "Que te vote Txapote" o el Falcon fueron los grandes temas a tratar, es demencial. Me pareció un insulto para los ciudadanos su comportamiento y el de los medios de comunicación que estaban ahí para hacer su trabajo y dejaron que se fueran sin decir nada y con actitud triunfante ambos.

Lo que ocurrió después es para muy cafeteros. Dejé la tele de fondo mientras sacaba de la maleta la ropa de abrigo que me había llevado a Bilbao, adiós fresquito, hola 28 grados a las doce de la noche.

Ferreras arrancaba un programa especial para analizar el debate, droga dura para un lunes por la noche de julio, pero no me pude resistir. Acabé viendo sin parpadear cómo Sánchez y Feijóo llegaban a sus respectivas sedes a darse un baño de militancia y a afirmar con contundencia que ambos ganarían las elecciones, teatro, puro teatro, apariencia y estrategia estudiada y muy artificial por ambas partes. A ambos les diría que el debate lo perdimos todos los que estuvimos pendientes e interesados, todos los que teníamos esperanza en que fueran capaces de debatir sobre datos y propuestas, dejando a un lado el maldito ruido.

Así acababa el lunes, por delante tertulias y análisis infinitos sobre el debate, sobre el ganador, sobre el lenguaje no verbal, agotador. Encuestas de intención de voto, más de lo mismo para una campaña electoral eterna en plena ola de calor sofocante. Lo único bueno de la semana y de mi vuelta a la jungla, desaparecer el miércoles en una playa desierta, a 30 minutos de casa, bañarme desnuda y sólo escuchar el sonido del mar. Nadar hasta el anochecer, y pensar cuándo volveré a coger un avión. Feliz domingo.