Opinión | CAMPAÑA ELECTORAL

Sánchez contra el sanchismo

La valentía también tiene cierta parte de irresponsabilidad, aunque el éxito difumine los riesgos tomados

Pedro Sánchez.

Pedro Sánchez. / Atlas Agencia

Albert Rivera me confesó en 2015 que Pedro Sánchez y él tenían mucho sintonía para desbancar a Mariano Rajoy. La frase, ocho años después, adquiere un valor diferente. O se engañaron, o se engañaban, o me engañó. Opto por la primera. El juego de la política, y más si la mirada va hacia atrás, facilita estas situaciones. Lo cierto es que en aquel 2015 los dos tenían filin. Algo les conectaba: el rechazo que Rajoy sentía por los dos. Uno por socialista; al otro por imberbe.

Lo evidente es que Pedro Sánchez es un sobreviviente de su propia figura. Así fue desde sus primeros días como líder del PSOE, hasta su vuelta, pasando por la época del rechazo de su partido que le hizo hacer una gira en coche por toda España para recuperar el socialismo de izquierdas. Porque fue su impronta de subirse a la moda que llegaba de las plazas del 15M lo que convirtió al político en líder.

Los que trabajaron con él entonces, de los que no conserva a casi nadie, lo recuerdan con una dotada inteligencia emocional, capaz de darle la vuelta a las situaciones más complicadas. Y valiente. Decididamente valiente, dispuesto a todo. Como a convocar unas elecciones a las puertas de las vacaciones o entremedio de cientos de fiestas mayores. La valentía también tiene cierta parte de irresponsabilidad, aunque el éxito difumine los riesgos tomados.

Cuatro años más tarde, Rivera lo recordaba como un mentiroso. Un político dispuesto a lo que fuera para alcanzar sus objetivos. Claro que era Rivera, que demostró no estar a la altura de la inteligencia de Sánchez, que no del “sanchismo”.

Ahora que los tiempos cambian, como ocurre siempre, es Pedro Sanchez quien quiere acabar con ese sanchismo. Sánchez contra el “sanchismo”. Aunque es una imagen creada por la derecha, no les falta razón. Pero igual que existió el felipismo, el aznarismo, el marianismo, y pasando por Catalunya, el pujolismo. Cada uno con unas características concretas. Lo definitivo, en su caso, es que es guapo, alto y sabe inglés. Si es de los tuyos, mola; si es de los contrarios, molesta. Condición humana.