Opinión | ANÁLISIS

¿Cómo abordar el reto de los incendios forestales?

Disponemos de uno de los mejores dispositivos de lucha contra los incendios del mundo y sin duda de la UE solo comparable con los EEUU

Incendio forestal en Asturias, en una imagen de archivo.

Incendio forestal en Asturias, en una imagen de archivo. / EFE / José Luis Cereijido

Tras un decenio relativamente tranquilo, 2022 nos deparó debido a las reiteradas olas de calor estival y a una considerable actividad tormentosa un año difícil de incendios que tras la pausa otoñal e invernal han vuelto a reiterarse en marzo y los primeros días de abril. Para tener una visión correcta deben de compararse series de al menos un decenio dado que la severidad meteorológica concreta de cada año varía muchísimo y podría ofrecernos una imagen distorsionada.

Si bien en 2022 ardieron 115.000 ha de bosque de las 268.000 afectadas, la media de la última década no supera las 40.000 hectáreas de bosque superficie sensiblemente inferior a la quemada en las décadas de 1980 y 1990. Por otro lado, los bosques se han expandido en España de 1970 a la actualidad de 11,8 millones de hectáreas a 18,5 millones lo que supone un crecimiento de unas 150.000/año. Una parte por repoblación, pero el grueso por expansión espontánea sobre campos y pastizales abandonados además de recuperación natural de la mayor parte de los bosques quemados. Hoy España es el 2ª país de la EU en superficie de bosques solo superada por Suecia país que cuenta con una superficie y producción agropecuaria, así como población mucho menor.

En 1989 y 1994 sufrimos los peores incendios de nuestra historia reciente lo que comportó una extraordinaria inversión en medios de extinción de todo tipo reduciéndose considerablemente la superficie quemada y también el número de incendios. Hoy disponemos de uno de los mejores dispositivos de lucha contra los incendios del mundo y sin duda de la UE solo comparable con los EEUU en proporción a la superficie o el PIB lo que nos ha llevado a un reconocido liderazgo de los profesionales y empresas españoles a escala global como puso en evidencia el premio The Good Tech de The New York Times otorgado a la PYME leonesa Technosylva.

No obstante, hace ya años que nuestros mejores especialistas en incendios forestales nos recuerdan que la fase de inversión en la mejora de los dispositivos de extinción ya ha pasado y que ahora toca centrarse en la otra parte de la ecuación: el estado del paciente, es decir, de nuestro territorio rural. No es algo inusual en políticas sectoriales donde se recomienda a escala internacional siempre priorizar la prevención antes que solo centrarse en la actuación de emergencia una vez producida sea en el ámbito sanitario, de los conflictos sociales, inundaciones, etc. Y en este contexto nos recuerdan la “paradoja de la extinción” que consiste en que, pese a unas cifras en su media aceptables, cada vez menos incendios queman más superficie lo que indicaba un escenario muy peligroso en pocos años si lo unimos al extenso abandono de nuestro medio rural, especialmente en zonas montañosas, y el cambio climático.

Como quiera que no podemos alterar la orografía ni el clima ni impedir los rayos o que no se produzca algún accidente o error humano el único vector sobre el que podemos actuar es ajustar las cargas de combustible a la capacidad de extinción evitando así exponer a riesgos inasumibles a los profesionales que cada año dan lo mejor de sí mismos por todos nosotros para preservar nuestros bosques.

Mediante la modelización de incendios tipo para cada zona conoceremos las condiciones meteorológicas más criticas de cada lugar y donde el desarrollo previsible del incendio ofrece la oportunidad de actuar con mayor eficiencia conocidos como puntos estratégicos de gestión lo que permite actuar preventivamente reduciendo la carga de combustible, generando discontinuidades del mismo y accesos seguros para los medios de extinción.

Pero hemos de ir mucho más allá y actuar sobre el resto del territorio inflamable. ¿Como? Gestionando sus masas forestales reduciendo sus densidades de combustible aplicando tratamientos selvícolas, recuperando cultivos que separen masas forestales y permitan actuar en caso de incendio, reintroduciendo el ganado y el uso del fuego controlado.

Estas actuaciones no solo reducirán el riesgo de sufrir un megaincendio, sino que además nos aportarán mucha energía renovable térmica clave en la transición energética, especialmente en el medio rural, pero también empleo para luchar contra la despoblación interior. No acaban aquí las sinergias permitiendo aumentar los caudales hídricos disponibles que se ven mermados en caso de bosques hiperdensos, cuestión especialmente sensible en una fase de sequía como la actual. Recuperando cultivos mejoraremos también el paisaje y la biodiversidad negativamente afectada por el emboscamiento generalizado, especialmente en el caso de especies como el águila perdicera especializadas en paisajes que combinen cultivos extensivos y bosques. De hecho, uno de los cultivos estratégicos en la lucha contra los incendios es la vid al estar verde en verano y preferir en montaña laderas sur reduciendo así el recorrido del fuego.

Para ello son necesarias algunas premisas como es abordar el minifundio forestal, crítico sobre todo en el Cantábrico y Galicia, pero también el Mediterráneo, así como las infraestructuras que permitan la gestión de los montes y cultivos intercalados y la actuación de los equipos de extinción.

La respuesta al reto de los incendios no se encuentra en este momento en la tecnología ni en fiarlo todo a la lucha contra el cambio climático que confunde la escala temporal y espacial sino recuperando la gestión de nuestro territorio rural montañoso en un alto grado abandonado por acción – figuras de preservación estática a reconsiderar - u omisión – falta de rentabilidad, minifundio, falta de personal, maraña de intervencionismo administrativo, etc. -. Las actuaciones requeridas se caracterizan precisamente por su alto grado de sinergia con otros objetivos p.e. en términos de agua disponible, lucha contra la despoblación o el cambio climático en la que movilizar más madera y otros productos forestales solo reforzará la bioeconomía y permitirá reducir la demanda energética que requieren los productos sustituibles por un mayor uso de madera como cemento, metales o plásticos.