Opinión | EL OBSERVATORIO

La sanidad, “nuestra joya de la corona”

El aplauso unánime de la sociedad desde los balcones durante la pandemia debe convertirse en inversión, respeto, reconocimiento y mejora de las condiciones laborales de los profesionales, así como la construcción de espacios de trabajo compartido entre la gestión política, los expertos y la ciencia

Manifestación en defensa de la sanidad pública

Manifestación en defensa de la sanidad pública / Zipi

Aunque nuestra percepción ahora pueda parecer lejana, la pandemia vino a condicionarnos rotundamente la vida en diferentes planos, influyendo también claramente en las prioridades políticas. El sentido de los bienes públicos en general, y de la sanidad pública en particular, vuelve a ser determinante para la ciudadanía y sin lugar a dudas estará entre los elementos de mayor peso en las próximas elecciones. La salud entendida como recuerda la OMS “no solo como ausencia de enfermedad sino como un bien físico, psíquico y social”, es la base de la seguridad y el bienestar de las familias, y la mejor salud, la más justa, sólo es posible con una sanidad pública fuerte y bien financiada. No es casual que la sanidad esté entre las principales prioridades de la ciudadanía en todos los sondeos de opinión, como tampoco lo es el hecho de que el sistema sanitario sea una de las instituciones en las que más confía la ciudadanía.

Hoy por hoy, pocas cosas movilizan más la preocupación ciudadana que la sanidad. La preocupación por su deterioro no es nueva (lo vimos en las CCAA que más recortaron tras la crisis financiera), pero lo que sí que ha cambiado es cómo se gestionan y se abordan sus retos, más acuciantes en algunos territorios; la percepción de la ciudadanía se configura en torno a la realidad y a la experiencia como usuarios. La realidad objetiva la marcan los datos que son públicos y marcan diferencias. En todo este debate enfocado particularmente por su fuerte deterioro y movilización de los profesionales en la comunidad de Madrid, conviene no olvidar que hoy estamos donde estamos, sin mascarillas y viendo el COVID-19 como una terrible pesadilla que estamos superando, gracias especialmente a la ciencia y a la sanidad pública y destacadamente a sus terminales más sensibles y necesarias; la atención primaria.

Esta merece toda la atención, recursos, respeto y cuidado hacia sus profesionales. De hecho, si algo ha merecido y merece siempre un acuerdo (ha habido ejemplos en el pasado en las conferencias de presidentes, por ejemplo) es nuestra llamada joya de la corona, especialmente en un país descentralizado y de gestión compleja como el nuestro. Un sistema en el que se llega a más acuerdos de lo que parece, pero donde se debe escuchar más a las personas expertas y a los/as profesionales de la Salud; Pero no conseguiremos la sanidad que merecemos si no ponemos el acento en las desigualdades, especialmente en la desigualdad entre hombres y mujeres. Según el INE el sector sanitario está fuertemente feminizado (999.000 mujeres frente 330.000 hombres), pero las mujeres están ausentes en la mayoría de los ámbitos de decisión del sector; del liderazgo de los campus sanitarios públicos, de la academia de medicina y farmacia (un 14 y 22 por ciento respectivamente) de los medios de comunicación cuando se requieren expertos/as, de los comités de respuesta a las crisis. Si a esto le sumamos como debatíamos este fin de semana, el sesgo de género en muchas ocasiones en la práctica clínica, la infravaloración de las patología de mayor prevalencia en las mujeres, la falta de investigación con datos desagregados por género, o la normalización del dolor en diferentes patologías, entre otros elementos, el sistema dibuja un escenario que discrimina y maltrata en muchas ocasiones a las mujeres.

El aplauso unánime de la sociedad desde los balcones durante la pandemia debe convertirse en inversión, respeto, reconocimiento y mejora de las condiciones laborales de los profesionales, así como la construcción de espacios de trabajo compartido entre la gestión política, los expertos y la ciencia. Pero debe incluir además una perspectiva de género tanto en el sistema científico como en el sanitario, garantizando la presencia de las mujeres y de las personas más vulnerables en los ámbitos de decisión y la igualdad real en las políticas públicas.