Opinión | DIVIÉRTETE AHORRANDO

¿Es la ciencia cosa de progres?

Ninguna de ellas ha estado nunca totalmente superada, pero la aparición del Covid y la movilización de los antivacunas han devuelto viejas luchas al primer plano

Un momento del rodaje de 'El prodigio'

Un momento del rodaje de 'El prodigio' / Netflix

Una niña lleva cuatro meses sin comer. O eso sostienen ella y su familia: está tocada por la gracia divina. Es el año 1862 y la región irlandesa de las Midlands sufre una terrible hambruna. En el pueblo, un comité de notables (el alcalde, el médico, el cura…) llama a una enfermera inglesa para que verifique si la niña efectivamente no come y poder certificar que es una santa.

La enfermera laica es Florence Pugh y la película la dirige Sebastian Lelio. Se llama El prodigio, la acaba de estrenar Netflix, y está basada en una novela de Emma Donoghue, que se inspira en algunos casos reales de “ayunadoras”. En la película, el pueblo recibe con desconfianza a la enfermera inglesa. Primero, claro, por inglesa. Y después, por enfermera. Los devotos habitantes de esa aldea perdida entre páramos saben que la comprobación del milagro es su única oportunidad para salir de la miseria. Y la ciencia es el cuerpo hostil y extraño —y más hostil y más extraño cuanto que aparece encarnada en una mujer— que se interpone entre ellos y su oportunidad. La historia, la de una enfermera que lucha por salvar a la niña de la inanición, se convierte en una batalla entre las convicciones científicas y el fanatismo religioso.

Poco después de cuando transcurre la película, en 1866, José Echegaray pronunciaba en España su discurso de ingreso a la Academia de Ciencias, en lo que acabaría siendo el primer acto de la “polémica sobre la ciencia española”. Lo cuenta Álvarez Juncoen Mater dolorosa. Echegaray expone cómo desde el siglo XV, con la expulsión de los arábigos, España “no ha tenido ciencia”, lo cual, aclara, no se debe a ninguna cuestión de raza ni incapacidad congénita; aunque Echegaray no llega a explicitarlo, nos dice Álvarez Junco, era fácil vincular su pensamiento con quienes denunciaban que “la religión católica, la Inquisición, habían aniquilado el desarrollo científico del país”.

Mater dolorosa, un ensayo vibrante y utilísimo para entender qué cosa es la política, cuenta cómo el nacionalismo español pasó de ser de signo progresista, en 1808, a conservador, una vez que la Iglesia reescribió qué significaba ser español (y que pasó a consistir, fundamentalmente, en ser católico). Aunque de manera indirecta, el libro traza una pequeña genealogía de los campos de batalla en los que se ha librado la pugna histórica entre fuerzas progresistas y conservadoras. Hoy son sobre todo los derechos civiles y la capacidad de intervención del Estado, pero no siempre ha sido así. La lucha tuvo otras formas como las de la superstición contra la razón, el oscurantismo contra la ilustración o la religión contra la ciencia.

Ninguna de ellas ha estado nunca totalmente superada, pero la aparición del Covid y la movilización de los antivacunas han devuelto viejas luchas al primer plano, si bien es cierto que en España menos que en otros países occidentales como Estados Unidos o Italia. Aquí los líderes de Vox —salvo Macarena Olona— no colgaron fotos vacunándose, y azuzaron el negacionismo, pero fueron los únicos y aun así lo hicieron de forma desigual y solo en ciertos foros. En cambio, el Partido Popular decidió no recuperar la ciencia como territorio de disputa política en este ámbito. Algo que sí han hecho con el cambio climático, el asunto más sangrante en el que hemos asistido al rearme de las arcaicas fuerzas del oscurantismo.

La película de Lelio abre con una extraña mise en abyme, en la que vemos el set de rodaje y la película se confiesa una ficción. Una voz en off nos dice: “Hola. Este es el principio. El principio de una película llamada El prodigio. Las personas que vas a conocer, los personajes, creen en sus historias con total devoción. No somos nada sin historias, por eso te invitamos a creer en esta”. El prodigio y Mater dolorosa tienen puntos en común: ambas permiten reconocer una genealogía del conservadurismo y ambas muestran la capacidad del relato, o de la narrativa si se quiere, para revelar filiaciones, establecer una nueva lógica o reinventar una ideología. Como demuestra Álvarez Junco que logró hacer la Iglesia con la idea de nación española, una idea que había nacido justamente para arrinconar el poder de la religión.