Opinión | ESPEJO DE PAPEL

Qué raro, septiembre

Qué raro, septiembre. Permítanme decir que lo odio. Ese falso prestigio de su regreso, no regresamos, volvemos a estar, ha habido la sensación de eternidad que tienen también los lunes

Manual práctico para superar la cuesta de otoño

Manual práctico para superar la cuesta de otoño / EFE/ VICENTE ROSO

Qué raro, septiembre. Escribió Federico García Lorca: «A esta hora de la tarde, qué raro que me llame Federico». A su amigo Macedonio Fernández le dijo Jorge Luis Borges mientras no hablaban de nada y apareció en la conversación el nombre de Leopoldo Lugones, aquel autor prolífico: «Qué raro, Lugones, con todo lo que lee, por qué no escribirá libros».

Qué raro, también, septiembre. Un periodista no debe hacer autobiografía, pero permítanme que les diga que odio septiembre, el mes en el que nací. Fue el 27, por la tarde, en torno a las seis, según mi madre, que todo lo apuntaba en la cabeza. «Y te pusimos Cosme». Qué raro, Cosme. ¿Por qué, ma? «Porque el 26 fue San Cosme». Mi padre me apuntó en octubre, acaso huyendo también del raro septiembre que él mismo habría pasado.

Abren las clases, el mes irrumpe en la alegría de los niños que ganan partidos en la plaza y de pronto se ven sometidos al un, dos, tres de la vida

El prestigio de septiembre. Abren las clases, el mes irrumpe en la alegría de los niños que ganan partidos en la plaza y de pronto se ven sometidos al un, dos, tres de la vida, el camino para hacerse parte de septiembre para siempre. Agosto, o julio, incluso junio, les ha abierto el camino de una alegría que no tiene ni nombre ni meses, sino juegos, la palabra amigos empieza a cambiar de geografía, así que ellos la atribuyen a muchachos a los que no verán nunca más.

Las novias y los novios que se conocen en junio llegan sin nombre, aunque con recuerdos, al 31 de agosto, cuando ya la vida tiene la marcha de un tren, las incomodidades de un avión y el regreso cansado a una casa en la que hay una llave para el olvido. A Federico le extrañaban los meses y los días, qué raro que ahora me llame Federico.

El mundo está lleno de rarezas, y septiembre alberga la naturaleza de la traición. Empieza el mes, por ejemplo, el once de septiembre, tú estás comiendo en un restaurante de Madrid que está sobre las ruinas, es decir, los recuerdos entre adolescentes y viejos del Sol de la calle Jardines, y estalla el mundo en Nueva York. Eduardo Arroyo, el pintor, alza en ese momento el tenedor, va a decir algo, y se le queda en la mano la palabra Nueva York, y mira hacia nada, esperando noticias.

La Puerta del Sol hierve de sol, se ha vaciado. En la Biblioteca Nacional se queda un hombre solo, Mario Vargas Llosa, al que no le llega la noticia hasta que sale de allí, de noche, para cenar en un restaurante que parece una sombra quieta, con Javier Cercas. No se conocían, Cercas acaba de publicar 'Soldados de Salamina', sobre el mundo que era España, rompiéndose por las puntas, como los almanaques. El mundo alrededor se prepara para la nada de la que advierte Susan Sontag.

No hay televisor allí, pero todo se derrumba y se cuenta, lo cuenta la radio, lo dicen quienes te llaman, precisamente de Nueva York, para decir qué está pasando. El universo es un locutor hablando. Susan Sontag, que era la mujer más informada de la tierra, en ese momento y antes, llama para preguntar qué se sabe en España de la tragedia. Qué rara, Sontag, su voz al teléfono, ya tiene una teoría y un temor: el mundo será peor a partir de este septiembre, porque Estados Unidos pondrá policías hasta en el cielo de la boca del universo.

El mundo está lleno de rarezas, y septiembre alberga la naturaleza de la traición

Qué raro, septiembre. Permítanme decir que lo odio. Ese falso prestigio de su regreso, no regresamos, volvemos a estar, ha habido la sensación de eternidad que tienen también los lunes (decía Eliseo Diego, el poeta cubano, en su poema más citado por su hijo Lichi, La eternidad, por fin comienza un lunes, y el hijo le puso ese título a un libro triste). Vuelve la temporada de todo, incluso de LaLiga, los futbolistas aparecen morenos, y aparecen morenos los directivos, ya habrán visto el aire de marinero en tierra que tiene Laporta, Cristiano no tiene quien le fiche, la morenez intransitiva del que fue mejor delantero del mundo.

Septiembre is back. Compramos lápices felices, cuadernos por empezar, al escritorio regresan proyectos de los que ya no nos acordábamos, alguien recordará que despertar es el momento más arriesgado del día, como dejó dicho Kafka, y en efecto ahora el despertador eres tú, ¿hay tostadas? El teléfono suena como le da la gana, ya nos saturamos de la palabra vacaciones.

He buscado en el libro más triste de la tierra ('El oficio de vivir', de Cesare Pavese. Nueva edición en Seix Barral, prólogo inmenso, bellísimo, de su amiga Natalia Ginzburg, se titula ese prólogo 'Retrato de un amigo', qué retrato) qué le pasaba el escritor más importante del siglo XX en Italia (¿y en Europa?) en el mes de septiembre de 1938.

Precisamente en septiembre, el 21 de septiembre, escribe el autor de La playa (¡la playa se acaba en septiembre!): «No debemos quejarnos si una persona queridísima tiene a veces con nosotros actitudes odiosas que nos sacan de quicio o nos hacen sufrir de cualquier modo. No debemos quejarnos, sino atesorar ávidamente estas iras y amarguras nuestras: nos servirán para aliviar el dolor el día que esa persona llegue a faltarnos de alguna manera».

"Se odia aquello que se teme, aquello, pues, que se puede ser, que se siente ser un poco. Se odia a uno mismo." - Cesare Pavese

Me acerqué en el mismo libro final de Pavese a ver qué escribió cerca del 27 de septiembre en que nací, y me encuentro con esto el 29, pues el 27 no dijo nada: «Se odia aquello que se teme [las cursivas son suyas], aquello, pues, que se puede ser, que se siente ser un poco. Se odia a uno mismo. […] Vencer al odio es dar un paso en el conocimiento y el dominio de sí mismo, es justificarse y, por consiguiente, dejar de sufrir. Sufrir es culpa nuestra». Juro por septiembre que no había leído recientemente esas conjeturas sobre el odio y septiembre cuando, más arriba, me permití decir que odio septiembre.

Odio septiembre y amo el periodismo. Perdonen, por favor, que hoy haya escrito de mí mismo con el pretexto de hablar del mes de septiembre que me vio nacer en torno a las seis de la tarde de hace ahora, ay, tantos años como los que dice el almanaque en el que vivo.