Opinión | GEOESTRATEGIA

Misiles, submarinos y equilibrio estratégico

Desde el Vis pace, para bellum de los romanos a las modernas teorías de la disuasión, las pugnas entre los grandes poderes se han caracterizado por alterar la correlación de fuerzas

El submarino nuclear ruso ‘Yekaterinburg’ se dirige a su base de Gadjiyevo, en Murmansk.

El submarino nuclear ruso ‘Yekaterinburg’ se dirige a su base de Gadjiyevo, en Murmansk. / REUTERS

Asistimos a una sucesión de noticias relativas a pruebas de misiles hipersónicos por parte de las tres grandes potencias (Estados Unidos, Rusia y China), así como al debate suscitado a raíz del acuerdo AUKUS sobre el papel de los submarinos en el balance estratégico global. Con independencia del ingente esfuerzo tecnológico (y económico) detrás de estos desarrollos, los objetivos que se persiguen no son nuevos. Desde el Vis pace, para bellum de los romanos a las modernas teorías de la disuasión, las pugnas entre los grandes poderes se han caracterizado por alterar a su favor la correlación de fuerzas ofensivas y defensivas, para disuadir al adversario para atacar o para defenderse en caso de agresión, buscando su rendición sin necesidad de luchar.

Desde el inicio de la Guerra Fría tales objetivos han venido marcados por la búsqueda de la superioridad nuclear y, sobre todo, por la capacidad de neutralizar las defensas enemigas y conseguir su inferioridad ante un eventual conflicto atómico. En ese contexto, cabe enmarcar el desarrollo actual de nuevos misiles, así como el despliegue de capacidad submarina. Su alcance es enorme y pueden alterar el presente panorama estratégico, hoy aún decantado a favor de EEUU. Tal superioridad viene de los años ochenta y es una de las causas fundamentales de la victoria occidental en la Guerra Fría. Pero no siempre fue así ni fue un camino fácil.

La preponderancia de EEUU y Rusia en la carrera nuclear sigue hoy intacta; entre ambos disponen de un 90% del armamento nuclear total. Sin embargo, no basta con el criterio numérico, ya que hay que atender a las armas realmente desplegadas y a su distribución entre misiles intercontinentales y táctico), sus plataformas de lanzamiento y, cada vez más, su capacidad para sortear los esquemas defensivos del adversario. Desde ese punto de vista, estadounidenses y rusos disponen de un despliegue similar, aunque sus plataformas de lanzamiento difieren. Pero desde los ochenta, el elemento diferencial entre ambos, y en el que EEUU tiene una superioridad abrumadora, son los sistemas de intercepción de mísiles balísticos, capaces de neutralizar significativamente cualquier ataque y mantener casi intacta su capacidad de respuesta. Son los llamados escudos antimisiles.

La URSS se mostró incapaz de seguir por ese camino dadas sus limitaciones económicas y tecnológicas. El escenario estratégico global se decantó entonces en favor de Occidente gracias a la tecnología y a la determinación política. La gran asimetría se producía por el despliegue del escudo antimisiles y la superioridad ofensiva a través de submarinos y grandes bombarderos.

Hasta hoy. Porque además del recuperado esfuerzo ruso en el ámbito militar, tanto convencional –a través de estrategias de A2/AD, utilizadas también por China en el mar del Sur– como nuclear –con la instalación de misiles móviles rusos en el enclave de Kaliningrado–, el cambio cualitativo viene de dos vectores. Por un lado, por la apuesta de EEUU por mantener su superioridad en submarinos de propulsión nuclear con armamento nuclear táctico y estratégico –de ahí la relevancia del AUKUS–. Los submarinos nucleares tienen enormes ventajas, ya que son enormemente difíciles de detectar, muy rápidos y movibles sin salir a superficie, no necesitan abastecerse de combustible y cuentan con tecnología muy avanzada. Aunque tanto Rusia como China han incrementado su arsenal, la superioridad norteamericana sigue siendo clara.

Pero, por otro lado, esa superioridad, afianzada desde los años ochenta, y basada en los escudos antimisiles balísticos de crucero intercontinentales, de trayectoria elíptica y suficientemente lentos como para ser interceptados en vuelo, se pone en peligro con el desarrollo de los nuevos misiles hipersónicos, ensayados ya por Rusia (los Zirkon) y recientemente por China.

Estos misiles son mucho más rápidos (en seis o siete minutos pueden dar la vuelta a la tierra), se mueven en cotas mucho más bajas (entre 20 y 100 kilómetros de altura) y pueden modificar su trayectoria incluso bruscamente para evitar su detección, y así evitar su destrucción, antes de llegar a su objetivo. De manera que, aunque EEUU esté también desarrollándolos, el mensaje de Moscú y Pekín es claro: aunque se siga invirtiendo en nuevas generaciones de defensa antimisiles balísticos, el esfuerzo puede resultar baldío si se tiene la capacidad de sortear el escudo.

Ese es el gran cambio tecnológico que puede alterar el actual equilibrio estratégico global. Y si bien EEUU y Rusia –con altibajos y provocaciones mutuas– tienen marcos definidos por los acuerdos de limitación, China no está en ellos. Un motivo más para alimentar el temor estadounidense a ver amenazada su hegemonía global a mediados del presente siglo. China no oculta su ambición y EEUU tiene la obligación de mostrar, con hechos, que tiene la determinación de impedirla.

Estamos ante mundo tan peligroso como durante la guerra fría, con una aceleración de acontecimientos gracias a las nuevas tecnologías que lo hacen, además, mucho más impredecible. Es, pues, más urgente que nunca establecer un diálogo entre las superpotencias que evite al planeta el riesgo real de la destrucción de la humanidad.

Lamentablemente, lo que vemos es una creciente escalada de rearme. Están empezando a sonar todas las alarmas. Porque sigue vigente el aforismo romano: Si vis pace, para bellum.