LA VIDA CONTIGO

Raffaella Carrà: de su gran faceta solidaria a su pasión por Madrid o el último amor de su vida

El libro 'Nada es eterno salvo la Carrà' ahonda en la trayectoria de la diva italiana a través de sus propias palabras y de testimonios exclusivos

Raffaella Carrà, en una imagen de archivo.

Raffaella Carrà, en una imagen de archivo. / EUROPA PRESS

Con más de 60 millones de discos vendidos y audiencias televisivas estratosféricas, la figura de Raffaella Carrà siempre estará ligada a una parte de nuestra memoria sentimental. A todas esas canciones cargadas de sensualidad desenfadada y a aquellos programas que, entre risas, bailes y entrevistas, permitían a los espectadores soñar con un mundo sin preocupaciones. Pero la italiana era mucho más que esa estrella de melena rubia que contagiaba entusiasmo y una vitalidad desbordante. Sobre ello habla largo y tendido Nada es eterno salvo la Carrà, un libro escrito por Pedro Ángel Sánchez, periodista al que Raffaella concedió su última entrevista en España en diciembre de 2020, que recorre la trayectoria profesional y desvela la cara más íntima de la diva italiana.

Nacida en Bolonia en junio de 1943, Raffaella pasó parte de su infancia en Belaria, localidad en la que su madre Iris y su abuela Andreina, la primera en apoyarla en su faceta artística, regentaban el Caffè Centrale. Su padre, Raffaele Pelloni, un hombre acomodado que poseía una quesería en Emilia-Romaña, dejó de lado a su familia para seguir con sus conquistas sentimentales cuando ella era apenas una niña. "Raffaella asumió con mucha naturalidad la separación de sus progenitores y creció feliz con sus dos mammas: su madre y su abuela", explica Sánchez. "La figura masculina en su familia quedó representada por su hermano Enzo, con el que compartió la educación alemana que siempre le brindó su empoderada madre. Su coraje y ganas de vivir sin ataduras llevaron a Iris a ser la primera mujer en Bolonia en separarse por incompatibilidad de caracteres tan solo dos años después de contraer matrimonio".

El libro da fe de lo fulgurante que fue la carrera de Raffaella, quien con solo nueve años se puso por primera vez delante de las cámaras para aparecer en un melodrama titulado Tormento del pasado. Después comenzó a compatibilizar la danza con los estudios de interpretación en el Centro Experimental de Cinematografía de Cinetittà en Roma, y en la adolescencia participó en sus primeras películas ya de forma profesional como actriz y bailarina. A raíz de ello recibió una llamada de la meca del cine, donde a principios de los sesenta rodaría varios filmes de distintos géneros. "Allí me sentía como pez fuera del agua. Aquello no estaba hecho para mí", confesaría luego la italiana, que decidió rescindir el acuerdo por cinco años que tenía firmado con la 20th Century Fox para regresar a la ciudad en la que creció.

Primeras polémicas

En 1970, los directivos de la RAI la contrataron para presentar cada sábado por la noche el programa más visto de ese momento en la televisión estatal: Canzonissima. Y al año siguiente, durante la novena edición de este espacio, Raffaella protagonizó su primera polémica mientras presentaba al gran público Tuca Tuca, una canción de swing que iba acompañada de una coreografía donde el bailarín Enzo Paolo Turchi recorría con sus manos la fisonomía de la italiana de abajo arriba, antes de que ella le diera el relevo haciendo exactamente lo mismo sobre el cuerpo de su compañero. Tras la emisión, el Vaticano dijo que aquel numerito había sido algo amoral y la canción fue eliminada de las listas de éxitos.

Raffaella actuó por primera vez en España en 1974.

Raffaella actuó por primera vez en España en 1974. / PEPE ABASCAL (ARCHIVO)

Cuatro años más tarde, con la dictadura franquista agonizando, Raffaella actuó por primera vez en España. La idea de que formara parte de una de las transmisiones del programa de variedades de TVE ¡Señoras y señores! nació de la cabeza del conocido mánager y ejecutivo madrileño José Luis Gil, que en esa época ejercía como director internacional de CBS. "Un tono sobrio y modulado, acorde a la estética comunicativa de la época, dio paso a la show-girl que, además de interpretar sus ya célebres Felicità tà tà y Rumore, con los que había conquistado las listas de ventas italianas, entre canción y canción quiso mostrar su faceta como bailarina gracias a la performance ideada por Don Lurio, todo un referente de los musicales de Broadway y por entonces también miembro del equipo de Raffaella", apunta Sánchez sobre una actuación de once minutos que simbolizó un nuevo tiempo que ya comenzaba a vislumbrarse.

Al año siguiente, Raffaella regresó a nuestro país para hacer los especiales de La hora de Raffaella Carrà en los míticos Estudios Roma, actuales estudios de Telecinco. Su biógrafo recuerda que ese programa "no solo se convirtió en el escaparate perfecto para exhibir el carisma y el talento" de la cantante, sino que también mostró "una forma de hacer televisión hasta entonces inédita" aquí. Sin embargo, explica en el libro, la exitosa emisión de esos especiales no pudo evitar “los ataques de un determinado sector del mundo del espectáculo que vio con cierta envidia el exceso de protagonismo que la diva italiana comenzó a tener de la noche a la mañana en la televisión patria. Esta vez la polémica no vino de la mano de la censura, sino del resquemor que produjo en algunas de esas señoras expertas en lucir bata de cola que aquella extranjera, y no una española, fuera por primera vez el objeto de varios monográficos".

Personaje transversal

Tras participar en varias televisiones y publicar sus primeras canciones en español, Raffaella se empezó a erigir en el personaje transversal que acabó calando en el imaginario colectivo de toda una nación. "Realmente yo hago muchos espectáculos todos los días, hablo muchísimo, pero ahora no tengo palabras para explicar todas las emociones que me ha regalado España", comentó ella, con la voz quebrada por la emoción, la noche de 1993 en la que recibió el TP de Oro a la Mejor Presentadora. "Se hallaba tan embrujada por Madrid que decidió hacerse con su propio alojamiento en el Hotel Eurobuilding, en el que siempre se hospedó desde que debutó en España y donde convocaba a los medios cada vez que tenía que dar una rueda de prensa”, relata el periodista. "Intentaba no perderse el ‘Telediario’ [de TVE] para estar al tanto de todo lo que sucedía, una información que completaba a través de sus amistades en nuestro país, y a las siempre habituales y discretas visitas que planificaba a Madrid varias veces al año, escapadas que en ocasiones aprovechaba para ir al dentista".

Aquellos que la conocieron tras las cámaras y fuera de los escenarios subrayan de forma unánime que Raffaella era la diva ‘antidiva’. La actriz Miriam Díaz-Aroca, que vivió de cerca su etapa en TVE, apunta que "siempre se comentaba lo amable y respetuosa que era con todo el equipo, con los que estaban delante y detrás de las cámaras, y lo considerada que era con los tiempos de grabación, que a veces llegan a ser extenuantes en televisión". También era una mujer de ideas progresistas, aunque ella nunca quiso hacer bandera de nada. En un artículo de la revista Interviú titulado Siempre voto comunista, Raffaella comentó por ejemplo sin rodeos que "durante toda mi vida he estado de parte de los trabajadores, de la gente que lucha [...] Teóricamente, debería estar del lado de los ricos, por mi condición social. Pero no".

Lo mejor del asunto es que sus palabras no eran simple postureo, pues la que llegó a ser la presentadora mejor pagada de Europa no se despegó nunca de la realidad y más de una vez hizo gala de aquella empatía. "A las 8 con Raffaella, el programa hermano de ¡Hola Raffaella!, dio voz a muchas personas que en ese momento se encontraban pasando necesidades, invitados a los que brindaba su espacio para contar su difícil situación o pedir ayuda a través de la pantalla", explica su biógrafo. "Pues bien, prácticamente todas las personas que por allí pasaron con penurias económicas se fueron de aquel plató con un sobre con dinero. Pero no con dinero de las arcas de TVE, sino del propio bolsillo de Raffaella".

Vida amorosa

En otro capítulo, titulado Sin amantes, esta vida es infernal, Sánchez repasa los escarceos amorosos de la artista. En la lista no falta el productor Gianni Boncompagni, al que conoció en 1968 cuando el susodicho le hizo una entrevista para un programa musical. Él tenía entonces 33 años; ella, 25. “Necesitaba un hombre mayor que me diera seguridad, una figura masculina capaz de reemplazar, en mi imaginación, a la de mi padre, un verdadero playboy”, comentó Raffaella sobre un idilio que acabó debido a los continuos compromisos laborales de la italiana y a la desilusión que provocó en ella el hecho de que Gianni nunca la quisiera acompañar en sus giras internacionales. Después de romper con él emprendió la gira americana que llevaba tiempo posponiendo y fue entonces cuando se enamoró de uno de los componentes de su cuerpo de baile, Sergio Japino, que en este caso era menor que ella.

Con el tiempo, Japino pasó a ser su coreógrafo y hasta se convertiría en el realizador y director de todos los programas de la presentadora, formando desde ese instante un set indivisible. En los inicios de su noviazgo, se especuló a menudo con una posible boda entre ambos. Sin embargo, la prensa acabó siendo consciente de lo mucho que la artista valoraba su independencia y autonomía. La propia Raffaella declaró: "Soy una que cumple sus promesas, por eso me he negado siempre a prometer algo sin estar del todo segura. ¿Por qué jurar delante de todo el mundo que estaré con alguien toda la vida? ¿Por qué tengo que casarme con una persona con la que puedo perfectamente vivir siendo libre?". Aunque cada uno tenía su propia casa y no llegaron a compartir techo, ambos trataron de ser padres cuando la italiana se acercaba ya a la cuarentena y su carrera estaba más que consolidada. Viendo que la naturaleza no le concedía la posibilidad de ser madre de forma natural, Raffaella se planteó incluso adoptar, pero intentar tramitar una adopción sin haber contraído matrimonio resultaba una misión casi imposible en Italia, así que la maternidad se convirtió en la espinita clavada en su corazón.

Su ruptura con Japino se hizo pública a finales de los noventa, pero en los años siguientes no resultó extraño ver a Raffaella reír y charlar junto a sus dos ex en una de las cafeterías a las que todos ellos solían acudir en el Argentario italiano. Durante los últimos años, también era habitual ver a la estrella cerca del discreto Gianluca Bulzoni, que fue su última pareja. “Aunque su relación sentimental nunca se hizo pública hasta después del fallecimiento de la artista, Bulzoni estaría muchos años a su lado ejerciendo de secretario personal y protector”, apostilla Sánchez. “Su silencio y discreción son su bandera, siendo a día de hoy, sin duda alguna, su mayor demostración de amor y respeto”. Sergio y Gianluca, por su parte, estuvieron al lado de Raffaella durante sus últimos meses de vida y, de hecho, el primero fue el encargado de anunciar en julio de 2021 la muerte de la artista a la prensa internacional.