Malestar del campo

La policía francesa detiene a 79 agricultores que entraron en el mayor mercado de mayoristas de Europa

Las movilizaciones del campo no decaen en Francia y provocan las primeras escenas de tensión con las fuerzas de seguridad

Un agricultor francés lleva en su tractor carteles protesta y un muñeco de Macron.

Un agricultor francés lleva en su tractor carteles protesta y un muñeco de Macron. / EFE

Enric Bonet

Primeras escenas de tensión entre policías y agricultores indignados en Francia. Las fuerzas de seguridad han detenido este miércoles por la tarde a 79 militantes del sindicato agrícola Coordinación Rural, la tercera organización sindical del primer sector en el país vecino. Lo hicieron después de que lograran entrar brevemente en el interior del mercado de Rungis, en el sur de la región de París. Esta infraestructura representa uno de los focos de tensión de las protestas de campesinos franceses, quienes cortaron el lunes la circulación en ocho de las principales autopistas y carreteras del área metropolitana de la capital, además de más de un centenar de bloqueos viarios en otros puntos del territorio galo.

“Algunas personas entraron a pie y causaron desperfectos”, ha indicado una fuente policial a la Agencia France-Presse. La dirección de Rungis, el mayor mercado de mayoristas de Europa, ha presentado una denuncia contra los militantes de esta organización sindical. Sus dirigentes y militantes iniciaron el lunes una marcha de tractores desde Agen (suroeste). Tras haber jugado al gato y el ratón estos últimos días con la policía, lograron llegar este miércoles, aunque sin los tractores, a Rungis, una zona considerada como una “línea roja” por el Ministerio del Interior. Otra marcha con tractores, impulsada por otro sindicato, se encontraba igualmente a unos pocos kilómetros de esa infraestructura, donde hasta el miércoles por la noche hubo un importante dispositivo de las fuerzas de seguridad.

Límites en la estrategia del Gobierno de Macron

A diferencia de otros movimientos de protesta—la revuelta de los chalecos amarillos o las multitudinarias protestas de los sindicatos contra la reforma de las pensiones— gestionados con mano de hierro, el Gobierno de Emmanuel Macron actúa con prudencia y cierto beneplácito ante estas movilizaciones agrícolas. Hasta este miércoles prácticamente no había habido ningún detenido, pese a la contundencia de algunas de las acciones, como los camiones españoles saqueados o degradaciones en edificios gubernamentales. “No se responde al sufrimiento enviando antidisturbios”, dijo la semana pasada el ministro del Interior, Gérald Darmanin. 

Esta aparente comprensión del Ejecutivo macronista con la rabia del campo empieza a agrietarse. Y se empiezan a vislumbrar los límites de su estrategia. Los sindicatos agrícolas consideran “insuficientes” los anuncios hechos hasta ahora por el primer ministro, Gabriel Attal, —básicamente la recuperación de una subvención sobre el diésel rural y otras medidas más tímidas—. Han aumentado la presión sobre Macron, quien se reunirá el jueves con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, para tratar cuestiones como el porcentaje de tierras en barbecho, el tratado de librecambio con Mercosur o las importaciones agrícolas ucranianas.

Más de 10.000 campesinos movilizados

Aunque los focos mediáticos están puestos en París, hasta 120 cortes de carretera tuvieron lugar en el conjunto del país, algunos de ellos concentrados en afectar el funcionamiento de la gran distribución. La movilización no decae y este miércoles hubo unos 10.000 agricultores movilizados. A eso se suman las protestas parecidas en Alemania, Países Bajos, Bélgica, Polonia, Rumania o Italia. Y pronto tendrá lugar probablemente en España.

“Se trata de un movimiento social de envergadura que no habíamos visto desde la crisis lechera de 2009. Entonces, ya hubo grandes movilizaciones en Francia”, recuerda Edouard Lynch, historiador del mundo agrícola y profesor en la Universidad Lumière-Lyon 2, en declaraciones a El Periódico de Cataluña, del grupo Prensa Ibérica. Una vez se ha desatado la rabia del precarizado mundo agrícola, no resultará nada fácil calmarla.