LIMÓN & VINAGRE

Ahmed Tommouhi, un hombre de honor

La condena de Tommouhi no fue un caso de mala suerte, fue una concatenación de negligencias y errores, de crueldad e incompetencia insoportables

Ahmed Tommouhi inocente condenado a 15 años de cárcel.

Ahmed Tommouhi inocente condenado a 15 años de cárcel.

Emma Riverola

Emma Riverola

Es posible que, ahora mismo, algún productor, alguna plataforma de televisión, esté leyendo con avidez su historia. Tragedia humana, sería la categoría. Lo tiene todo: una víctima menor de edad, un delito repulsivo al que no dejan de sumarse otros, un rostro de infausto parecido, vía crucis judicial plagado de errores colosales, drama carcelario, abogados sin escrúpulos, políticos desinteresados, un puñado de héroes anónimos y una vida destrozada, también una familia. En el trasfondo, un evidente caso de racismo y clasismo institucional y social. Hemos visto historias semejantes en las pantallas. Nos inquietan, nos duelen y nos dejan clavados en la amargura. Si al menos hubiera un final feliz…

Ahmed Tommouhi (Nador, Marruecos, 1951) podría ser un héroe si no pareciera tan cansado. Podría destilar felicidad si no estuviera cubierto por mil capas de desazón. Habla pausado. No hay rastro de odio ni de rencor en su tono de voz. Así debe ser la personificación del honor. Esa palabra caída en desgracia, cuando no olvidada, relegada a ser gritada con arrebato o pomposo engolamiento, tan utilizada para tapar vergüenzas. Tommouhi lo perdió todo, y se aferró al honor. Es lo único que le quedaba cuando la nube negra se precipitó sobre su vida.

A veces es la enfermedad más cruel. O la guerra. O alguna catástrofe natural, un incendio devastador, un terremoto, un volcán. Las nubes negras llegan, asfixian el presente y ciegan el horizonte. Apenas se puede elegir: maldecir a Dios por la desgracia, bajar los brazos y dejarse vencer, envilecerse de rabia y odio… Pocos, muy pocos, son capaces de plantar cara a la adversidad y negarse a perder su humanidad. Perseverar en su defensa. No aceptar ningún alivio que no llegue acompañado de su restitución. Tommouhi se negó a pedir un indulto, tampoco quiso acogerse a ningún beneficio penitenciario; hacerlo hubiera sido admitir su culpabilidad.

Después de 32 años de espera, 15 de ellos encerrado en la cárcel, el Tribunal Supremo ha reconocido su inocencia.

Tommouhi llegó a España en 1991. Después de unos meses en Girona, se trasladó a Terrassa para trabajar de albañil. Tenía 40 años, mujer y tres hijos en Marruecos. Vivía en una pensión. De ahí salió una tarde a comprar magdalenas y leche. Al poco de regresar a su habitación, se presentó la policía y se lo llevó preso. Él pensaba que era por los papeles, entonces apenas sabía castellano. Pero no, era la nube negra.

Un rostro tan parecido al del culpable que fue confundido por la víctima en una rueda de reconocimiento, la confusión entre el caló y el árabe, y unas pruebas de semen que no fueron tenidas en cuenta por el tribunal, le llevaron a la cárcel. A él y a otro marroquí, Abderrazar Mounib, que murió en prisión sin ver demostrada su inocencia. Mientras la vida de Tommouhi se consumía en una celda, fue detenido el verdadero culpable. Ya no había una sola prueba que le incriminara a él. La condena carecía de todo fundamento, incluso la víctima solicitó la libertad del marroquí. Pero él continuó entre rejas.

Hasta 2006 no se abrieron las puertas, pero entonces llegó otra reclusión: la de la marginación más absoluta. Sin papeles, sin trabajo y con un pasado carcelario. Tommouhi recibió una indemnización del Estado de 108.000 euros. Un tercio se lo quedó el abogado, después de hacer firmar a su cliente unos papeles que este no entendió. El resto del dinero se lo entregó a la familia que había ayudado a su mujer e hijos durante los 15 años que él pasó en prisión. Cuando salió de Marruecos, se despidió de una mujer de 28 años. Ahora ella ya tiene 60. Aún no se han vuelto a ver. Hasta que se anulara su sentencia, el hombre no quería regresar a su país, no iba a volver como un paria.

La condena de Tommouhi no fue un caso de mala suerte, fue una concatenación de negligencias y errores, de crueldad e incompetencia insoportables. Desde aquel tribunal presidido por la hoy ministra Margarita Robles, hasta los gobiernos de turno que no quisieron indultarle, pasando por la desidia administrativa que hundió la vida de una persona (y acabó con la de otra).

Una injusticia abominable que nos interpela a todos. Porque sólo un puñado de ciudadanos se comprometieron con la libertad de Tommouhi: un guardia civil, una abogada, algún periodista… Por él no hubo movilizaciones ni discursos políticos reclamando dignidad y libertad. Eso sí, qué bien nos sentíamos gritando en las calles "Volem acollir!" ("¡Queremos acoger!").