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Vladimir Putin, el villano del siglo XXI

El año 2011 marcó un punto de inflexión en Rusia: se incrementó la represión a las protestas y a la disidencia interna

Vladimir Putin.

Vladimir Putin. / EFE

Gonzalo Sánchez

Vladímir Vladímirovich Putin (Leningrado, Unión Soviética, 7 de octubre de 1952) siempre quiso ser espía. De niño no paraba de ver películas del género, y muy joven, todavía preadolescente, se acercó a una oficina de la KGB y les preguntó directamente "¿Qué tengo que hacer para trabajar aquí?". Le dijeron que estudiar derecho. Y eso hizo. Criado en una familia pobre, fue a trabajar para la KGB en Alemania en el año 1985, donde accedió a una vida acomodada, coche y riquezas. Pero nunca fue el ‘James Bond’ que él soñaba en convertirse, más bien era un aburrido administrativo, pero uno con una vida lujosa que empezaba a tejer una interesante red de contactos.

Ultranacionalista, ultraconservador y presidente de una cleptocracia llamada Rusia. Esos son los polos que definen al dirigente que ha tomado la decisión de invadir Ucrania bajo falsas premisas como la "desnazificación" del país o recuperar el glorioso pasado de la URSS. ¿Cómo es Putin? ¿De dónde viene? ¿Por qué ha entrado en una guerra? ¿Qué quiere? El presidente creció bajo el ala de Boris Yelstin, se deshizo pronto de los oligarcas no afines y su preocupación por el avance de Occidente se ha multiplicado en la última década. También la represión a sus ciudadanos. Se defiende ante los suyos como un garante de la seguridad y la estabilidad en el país. Justo lo que él no tuvo de joven.

Leendert Johannes van Voorst es doctorando del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Valencia (UV) y especialista en la materia. "Putin vive desde Alemania cómo se desintegra la URSS, y para él es algo muy doloroso. En el año 1992 vuelve a San Petersburgo para trabajar en el ayuntamiento. Era la puerta de acceso al alcalde, cualquier empresario, ciudadano o dirigente, tenía que pasar antes por Putin. Ahí se dice que comenzó a aprovecharse mediante sobornos para dar el acceso", explica. Rápidamente Vladimir se instala en Moscú como director del FSB (organización sucesora de la KGB soviética). Desde ahí entra en el círculo personal de Yelstin. Años más tarde, en su último discurso, este designa a Putin como sucesor, en 1999. Y en 2000 Vladimir gana sus primeras elecciones, que lo mantienen en el poder hasta hoy. Y no parece que se quiera ir pronto.

En 2008 da pistas de su figura. Como explica Van Voorst, el presidente se encontró con la ley que impide la repetición de mandatos. "Vio que no podía ser presidente ya más, así que se cambió el puesto con el primer ministro, pero en la práctica seguía mandando él. Después hizo lo mismo en 2011. Hasta ahora", explica. En 2019 modificó la Constitución rusa para cambiar el límite de mandatos y permitirle seguir en el poder hasta 2036, cuando tendría 84 años. En Rusia la esperanza de vida es de 79.

"Él quiere mantenerse en el poder toda la vida. Pero además hay otra cuestión. Es consciente de que peligra mucho su seguridad si deja su silla. Corre el peligro de perder su riqueza, su estabilidad, e incluso su vida. Y ese miedo se confirmó en una exrepública como Kazajistán, donde en enero de 2022 unas protestas provocaron un cambio del presidente. Sabe que mantenerse en el poder para él es esencial, porque si no perdería toda la riqueza que ha ganado en las últimas décadas a través de redes clientelares", explica Van Voorst.

Y riqueza en Rusia es sinónimo de oligarcas. Un grupo muy reducido de personas que ‘heredaron’ las grandes empresas públicas durante el desmantelamiento de la URSS. Aquí Putin ha tenido mucho que decir. "Los oligarcas habían acumulado tanto poder que llegaban a decidir el futuro de muchos presidentes. Sin ellos el líder no tenía nada que hacer. Ahora es lo contrario. Putin ha conseguido controlar a los oligarcas y eliminar (incluso físicamente) a los que podían ser una amenaza para él. Los ricos saben que Putin puede quitarles todo su poder si así quiere", cuenta Van Voorst.

De liberal a autócrata

Putin ha pasado de liberal a autócrata. En sus primeros años "se rodeó de expertos económicos en un intento de reformar la economía y dar estabilidad al país. Lo cierto es que lo consiguió y se ganó el apoyo del pueblo ruso", dice Van Voorst. Pero el apoyo se fue acabando. El año 2011 trajo las primeras grandes protestas por fraude electoral. Y una enorme represión policial contra los que alzaban la voz. Putin enseñaba su verdadera cara.

A las primeras grandes protestas contra su reelección se sumaron las primaveras árabes y la resaca de varias revoluciones como la de Georgia. "Era el mismo periodo en que murió Gadafi en Libia. Putin empezó a ver a la gente que protestaba como una seria amenaza a su estabilidad", dice Van Voorst. Por otra parte, como explica Jordi Calvo, coordinador del Centre Delàs d’Estudis per la Pau y doctor en paz, conflictos y desarrollo, "es cierto también que la OTAN empezaba a tener presencia en esas zonas antes consideradas neutrales. La Alianza aprovechaba la debilidad militar de Rusia para ir avanzando. Y Putin lo sabía. En la conferencia de Munich de 2007 ya pronunció un discurso en el que pedía que se respetara el área de influencia de Rusia. Creo que tampoco hay que olvidar esto". La presión se incrementa por todos lados, y por tanto, la represión interna contra los disidentes, especialmente contra el colectivo LGTBI.

Alona Malakhaeva es activista LGTBI rusa. Trabaja como traductora en Valencia dando acogida a refugiados que, como ella, vinieron huyendo del régimen de Putin. Vivió en sus carnes cómo la población rusa se volvía intolerante de la noche a la mañana. Ella lo llama "homofobia aprendida". "Surgió de repente. Te lo puedo decir porque estaba allí. En el año 2011 nos estábamos dando un beso en la plaza mayor y al día siguiente todas las noticias empezaron a decir que los gays querían destrozar nuestro país", recuerda. No es casualidad que llegara en el mismo momento en el que Putin empieza a reprimir. "Se creó una homofobia artificial. Putin necesitaba alimentar un discurso contra la OTAN y Occidente porque se sentía atacado. Pero esos países están muy lejos, es difícil odiar a EEUU estando en Rusia. Así que necesitaba un enemigo dentro que represente Occidente al que golpear. Y fuimos nosotras. Si llega a ser Japón podrían haber sido los fans del anime, no importa. Desde entonces los del colectivo lgtbi nos convertimos en agentes de Occidente, o bien en víctimas de la propaganda de Occidente. Y empezó la represión", cuenta.

Les prohibieron manifestarse, enseñar educación sexual de relaciones no heterosexuales a los menores y realizar "cualquier forma de propaganda". Aquí entra todo, "ir cogidos de la mano o darse un beso ya se considera propaganda. Somos propaganda andante allí", dice Alona. Si lo haces te expones a multas de 500 euros (5.000 si eres un medio de comunicación) y hasta la cárcel en casos graves como enseñar a menores. Imagina un educador en un colegio dando una charla sobre sexualidad y se le ocurre hablar de relaciones no tradicionales. Eso puede ser pena de cárcel", explica. "De hecho -continúa- en muchos casos se hacen lo que llamamos ‘montajes sucios’ en los que se acusa a las personas de pedofilia. Aunque luego no se demuestre en el juicio tu reputación queda manchada para siempre, es horrible", lamenta. A estas ideas cabe añadir una camarilla de apoyos, liderada por el ministro de Defensa y el líder de los espías de las FSB, muy similar al propio Putin. "Todos son de su misma edad y todos piensan como él. Hay una gran cerrazón en el gobierno ruso", dice Van Voorst.

La escalada de represión y el nerviosismo de Putin, que ha apartado (a muchos físicamente) a los opositores que podían hacerle sombra contrasta con la realidad del país. Como explica Calvo, el PIB de Rusia se ha reducido de 2,2 billones a 1,2 desde el año 2013, y la inversión armamentística no para de caer, curiosamente desde la toma de Crimea de 2014.

"No parecía que fuera a estar preparándose para una aventura militar a esta escala", comenta. Aunque las razones para la guerra son muy complejas, Calvo apunta a una que también suma: "Cuando hablamos de conflictos armados siempre decimos que la política exterior responde a las necesidades de política interior. Putin está utilizando una política exterior agresiva con un tinte imperialista que se explica como una forma de devolver el poder a la ‘gran Rusia’. Nacionalismo y populismo para recuperar el apoyo popular porque es un discurso fácil. Pero esto no es patrimonio de Rusia, lo hace frecuentemente EEUU y muchísimos otros países. Putin no quiere perder su asiento, al contrario, cambian las generaciones y él sigue ahí. Como en la Rusia de los zares".