FIGURAS

Soto Aboal, el sangriento gallego que se convirtió en el último gran pirata del Atlántico

Su vida llegó a inspirar al propio José de Espronceda para la elaboración de su famosa Canción del pirata

Ilustración de Benito Soto Aboal publicada en la obra ‘El último pirata’, de Jorge Parada Mejuto.

Ilustración de Benito Soto Aboal publicada en la obra ‘El último pirata’, de Jorge Parada Mejuto. / CEDIDA

Rodrigo Paz

Pocas figuras gallegas cuentan con una historia tan apasionante a la par que altanera –no exenta de leyendas y fechorías– como la de Benito Soto Aboal. Un hombre, al que muchos denominan “el último gran pirata del Atlántico”, cuya vida se dice que llegó a inspirar al propio José de Espronceda para la elaboración de su famosa Canción del pirata. Un nombre que, lejos del romanticismo que rodea a la figura del pirata, infundió en su tiempo un enorme temor debido a sus sanguinarios métodos, prácticas poco éticas que han llegado hasta nuestros días a través de numerosas obras como las que ha escrito el vigués Jorge Parada Mejuto, un capitán de la Marina mercante y doctor en Historia Marítima que ha publicado dos biografías de este sanguinario pirataO pirata da Moureira (Xerais, 1994) y El último pirata (Servicio de Publicaciones de la Diputación de Pontevedra, 1996).

Como explica Parada Mejuto a EL CORREO GALLEGO, del Grupo Prensa Ibérica, la historia de Benito Soto Aboal arranca en el año 1805, concretamente en el histórico suburbio pontevedrés de A Moureira, un viejo arrabal de pescadores situado a orillas del río Lérez. Era el séptimo hijo de catorce hermanos de una familia marinera, el tercero de los ocho hijos que su padre Francisco de Soto Franco tuvo con su segunda esposa Lorenza Aboal, sobrina carnal de su primera mujer, Manuela Aboal.

Desde muy temprana edad, Benito Soto Aboal se dedicó, junto a su padre y sus dos hermanos mayores, a la pesca, pero también al contrabando en la costa gallega. “Se dedicaba, al igual que todo el mundo que trabajaba en aquella época en la mar, salvo los que no tenían tiempo ni dinero para ello, a contrabandear y trapichear hasta que se fue, inducido por sus familiares, a los barcos de la trata de esclavos, que parecía que era un lugar donde se ganaba mucho dinero“, detalla Mejuto Parada.

Vida pirata

Aquello, y su más que probable intención de escapar de la llamada Matrícula del Mar -sistema de reclutamiento ideado en el siglo XVIII para dotar a los buques de la Armada española de tripulaciones competentes con las cuales enfrentar los riesgos a los que estaba expuesto el reino-, le llevó a servir como segundo contramaestre al otro lado del Atlántico a bordo del buque pirata El Defensor de Pedro. Todo ello, como bien comenta Mejuto Parada, debido a que se trataba de “un marinero avezado que debía de tener unas ciertas capacidades de liderazgo. Sin embargo, poco duró en este puesto, pues Benito Soto Aboal pronto encabezó un motín a bordo de la embarcación. “Lleva adelante un motín por ciertas incomodidades. En los buques de la trata no había un bienestar grande, eran navíos en donde la disciplina entre la tripulación era muy dura, donde los capitanes y los oficiales del barco, por así decirlo, trataban a la tripulación con bastante dureza para que estos, al mismo tiempo, hiciesen lo propio con los negros que trataban y llevaban como mercancía. Y se rebelaron pensando que podían hacer el negocio ellos. Benito Soto Aboal es un personaje que no tiene nada que ver con el romanticismo piratesco que puedan tener otros o con el romanticismo medio patriótico de Henry Morgan o Francis Drake. Es un sinvergüenza, un asesino, una persona de la que no te enorgullece que sea tu paisano. Que su profesión consistiese en dedicarse a la trata de esclavos dice mucho del tipo de persona que era”, declara Mejuto Parada.

Sanguinario capitán

Una vez adueñado de El Defensor de Pedro, Benito Soto Aboal cambió el nombre de la embarcación, que pasó a denominarse como La Burla Negra. Nombre que pronto comenzó a ganarse una fama paralela a la reputación de Aboal como sanguinario pirata. Y es que, en su primer ataque como capitán, estuvo a punto de exterminar cerca de África a toda la tripulación de la fragata inglesa Morning Star.

Su siguiente objetivo fue el navío norteamericano Topacio, el cual provenía de Calcuta con un rico cargamento que terminó en las manos del sanguinario pirata tras pasar por el cuchillo a todos los tripulantes. “Aboal se enfrenta a los buques ingleses, pero no es él quien siempre inicia la disputa. Hay que tener en cuenta que los ingleses habían abolido la piratería y los únicos que continuaban permitiéndola en el Atlántico eran Portugal y España. De hecho, fuimos los últimos en abolirla. Los ingleses son muy suyos y, a pesar de que fueron los primeros tratantes de esclavos y los más crueles, se habían eregido como los perseguidores de los tratantes de esclavos”, señala Parada Mejuto.

Ni siquiera los hombres de Aboal se libraron de sus brutales métodos. De hecho, el propio pirata confesó que su primer asesinato fue el de un marinero de Ferrol perteneciente a su tripulación llamado Miguel Ferreira, al cual –harto de su comportamiento– le disparó en el pecho y, más tarde, arrojó su cuerpo al agua. No sería el único de sus subalternos que sufrió el mismo destino. Los fallecidos se contaron por decenas durante el viaje que llevó a cabo desde el sur de África hasta el puerto de A Coruña, lugar en el vendió a buen precio el botín obtenido durante sus abordajes tras un infructuoso intento en la ensenada de Bueu. Precisamente, es en esta escala cuando logra la única patente de corso que se le conoce hasta la fecha. “A saber cómo la consiguió, porque ya se sabía lo que era”, relata Parada Mejuto.

Seguidamente, Benito Soto Aboal se dirigió a las costas de Cádiz, donde planeaba deshacerse de su navío para retirarse y disfrutar de las ganancias obtenidas durante sus saqueos. Sin embargo, cometió un error de novato al confundir el faro de la Isla de León con el de Tarifa. “Él no era un marinero profesional, él era un marinero que sabía muy poco de técnicas de navegación y como había liquidado al capitán y a los oficiales es de imaginar que la navegación del barco anduviese un poco manga por hombro. Confundir un faro para una persona no experta es relativamente fácil”, asegura Parada Mejuto.

Tras ello, Aboal terminó encallando a corta distancia de Cádiz, donde fue detenido junto a alguno de sus hombres tras ser reconocido por un marinero que había sobrevivido a uno de sus ataques. No obstante, logró escapar a Gibraltar, lugar donde la suerte t’ambién le fue esquiva, pues fue detenido rápidamente y acusado de 75 asesinatos y de hundir diez barcos británicos. Así, pasó un total de 19 meses tras los barrotes en el Castillo del Moro mientras las cabezas de sus hombres se expusieron en las calles de Cádiz.

Surrealista muerte

No fue hasta el 25 de enero de 1830 cuando Benito Soto Aboal abandonó la celda donde había estado retenido durante tantos meses. Según cuenta la leyenda que rodea su figura, lo hizo vestido de blanco y, bajo la incesante lluvia que caía sobre Gibraltar, emprendió el que sería su último viaje. Así, Benito Soto Aboal caminó hasta el patíbulo en el que le esperaba su verdugo y, antes de que este le pusiese la soga al cuello, acercó su ataúd hasta el lugar de la ejecución, se subió a él y salto de la horca. Sin embargo, el verdugo calculó mal y el reo consiguió llegar con sus pies al suelo. Aquello obligó al ejecutor a cavar un agujero con una pala entre las risas generalizadas de todas las personas que se habían acercado para presenciar la muerte de Benito Soto Aboal, quien antes de morir se despidió diciendo que “el espectáculo había terminado”. De esta forma, la vida del último gran pirata del Atlántico llegaba a su fin.