LA ENTREVISTA

Luis Mateo Díez: "Qué gusto y qué pena me da tener ochenta años"

"El premio fortalece las convicciones que pueda tener en lo que hago", asegura el ganador del Cervantes 2023, que publica la novela 'El amo de la pista'

El escritor Luis Mateo Díez.

El escritor Luis Mateo Díez. / FERNANDO SÁNCHEZ

A. Rubiera

Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) no da la sensación de empacho –más bien todo lo contrario– ante tanta exposición pública como le ha supuesto el Premio Cervantes 2023. El gran galardón de literatura en lengua castellana lo recogió en un solemne acto en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá hace unos días, y en su caso ha llevado aparejada una semana intensa de actos cervantinos que le ha tenido en el centro de los auditorios. Para más jolgorio, ha coincidido con la presentación de una nueva novela, El amo de la pista, a sumar a la alta producción que ha tenido uno de los grandes narradores españoles contemporáneos.

–¿Hay vida después del "Cervantes"?

–Espero que sí...(ja, ja, ja). Marca un punto de llegada. Es, un poco, como una recompensa que alborota las cosas, pero sí que se asume. Lo malo es que pierdas un poco la razón con tanto halago. Creo que tengo capacidad para administrarlo.

–¿Le queda resaca, ganas de desaparecer y volver a su tranquilidad o muchas llamadas por devolver?

–Sí hay resaca, sí. Es irremediable. Pero en mi caso, sobre todo, el premio fortalece las convicciones que pueda tener en lo que hago. Ahora que hay una obra larga y extensa, confirma que te has hecho merecedor de ello. En cuanto a la tranquilidad, yo recupero bien. Me queda como sentimiento un gran reconocimiento a los lectores, algo que surge de una forma muy fuerte y muy espontánea y que aparece en buen momento, ya que estoy presentando mi nueva novela.

–Su sentido del humor, en el que se reconoce algo a Asturias, inundó el ambiente de la semana cervantina que ha vivido. Ejemplo: antes de la entrega del galardón confesó que tenía en la cabeza llegar bien al paraninfo, no tropezar en las escaleras del paraninfo y disfrutar. Propósitos cumplidos ¿no?

–Creo que sí. Eran encomiendas un poco comprometidas, pero no arriesgadas. Por las escaleras el tropezón era difícil que se produjera. Dicho lo cual, tengo unas referencias profundamente asturianas. Soy de Laciana, al límite mismo con Asturias, y los años que pasé estudiando en Oviedo son una parte muy importante de mi vida. Encontré amigos absolutamente inolvidables, de los que supe aprender muchas cosas. Pautas de comportamiento, sobre todo cultural e intelectual de un gran nivel. Era un mal estudiante, sin visos de nada, y viví una universidad interesante. En la manera de ser asturiana hay una fina ironía, muy de ahí, que me enriqueció. No es halago. Es reconocer lo obvio.

–Uno de los grandes regalos que le deja el galardón es la fotobiografía que le ha hecho Lisbeth Salas. Un libro donde, en sus páginas finales que recogen en forma de listas todos los temas que Salas quería plantear en esa biografía poética, hay un nombre que destaca: "Oviedo".

–Sí. El libro de Lisbeth es para mí un regalo maravilloso. Pertenece un poco al género de la poesía en imágenes y veo reflejada una mirada sobre mí vida, mis cosas cotidianas, los objetos, y ha sido muy emotivo. Ha sido una de las sorpresas en estos días de tanto. Y está Oviedo, cómo no va a estar. Oviedo alimenta tanto como León mis ciudades de sombra. Esas urbes imaginarias donde se desarrollan ya todas mis historias, junto con Celama. No las he sacado de la nada. Salen de la experiencia más a piel, de la sensibilidad con la que he vivido algunas ciudades. Oviedo la viví intensamente, también en la parte más íntima y más secreta. He sido un paseante nocturno por las calles de Oviedo muy insistentemente. Quien entre en mis ciudades de sombra ve una destilación de eso.

–Le han dicho que con su premio, Cervantes estaría orgulloso. No sé si fue el mejor de todos los halagos.

–Es una exageración absolutamente inmerecida. El halago mayor que se me ha hecho es decirme que estoy en una buena tradición cervantina. En ese hay una verdad: el Quijote es el libro de mi vida. Eso ya no es un halago, es algo que confirma una vocación. Mi vocación novelesca, de narrador o creador de ficciones es quijotesca y en mis personajes hay esa herencia. Una parte sustancial del aprendizaje, de lo que yo puedo ser como escritor, es que el Quijote me acompaña casi desde niño.

–¿A un niño de hoy le podría mover el Quijote como le movió a usted desde que su maestro se lo leyó en la escuela?

–Sería complicado. Yo era un niño de posguerra que, por circunstancias ambientales y de necesidades en un valle perdido del noroeste, maravilloso por otra parte, tenía entre las manos un instrumental que me acercaba más a un niño de la Edad Media que de la edad tecnológica. Yo rayaba la piedra con los pizarrines, escribía en pizarra… Sí tuve el beneficio de estar dentro de una escuela donde había una pedagogía inolvidable. Maestros que te leían para que estuvieras atento. Esa relación de arrobamiento, de encantamiento al escuchar las aventuras de un héroe quimérico, insistentemente derrotado como era el Quijote, me creó una cierta melancolía.

–Es difícil que ese héroe compita con tanto como tienen ahora la mayoría de los niños.

–Los aprendizajes de lo imaginario en los niños, el uso de la imaginación, la fantasía, igual no difieren tanto. En la infancia hay un caldo de cultivo que seguro que se parece mucho ahora y antes. Luego, cuando llega el aprendizaje de los instrumentos, seguro que la cosa lleva a grande diferencias y a muchas variaciones. Aquellos niños de las escuelas de Laciana o de las escuelas mineras de los valles asturianos vivíamos en una inocente lejanía.

–Recibe el "Cervantes" y presenta "El amo de la pista". ¿Puede con tantas emociones?

–Se me ha acumulado el trabajo, sí. El premio me apremiaba un poco. El libro no estaba previsto que saliera acompañado de ningún premio; estaba programado por Alfaguara desde hace más de un año para lanzarlo en abril. Pero bueno… Se me han unido las dos cosas, gratamente.

–¿A donde lleva al lector esta vez?

–Es una fábula sobre la fragilidad de lo que somos y está muy en el orden de lo que yo escribo. Los personajes seguro que son reconocibles, espero que no repetitivos, porque es la historia como de una aventura artificiosa, falsa... La de un chico que está abierto a la expectativa de lo que le puede pasar, que es huérfano, está un poco extraviado, tiene complicaciones sentimentales y algún amigo que lo está perjudicando. Y aparece un personaje extraño que le dice "vengo a por ti, te necesito si eres el que creo que eres". Este hombre es un gran mistificador. Es una fábula sobre cómo nos embaucan a veces, cómo a través de la fascinación y el embrujamiento, y la necesidad de vivir más allá de la pequeña vida que uno vive, hay también muchas posibilidades de manipularte y llevar con engaños a otras vidas y otros asuntos que, a lo mejor, acaban conformándote a ser un pobre desgraciado.

–¿No hay mucha realidad en esa aventura?

–En la dimensión simbólica, igual. No soy un escritor realista ni mis libros tienen afanes testimoniales. Derivo más por la irrealidad. Hay un uso de la imaginación. Eso no me aleja de lo que pasa en la vida. Mis historias tienen una dimensión más metafórica y, acaso, un poco simbólica. Soy de los convencidos de que "la auténtica condición del arte es la irrealidad", que decía Borges. Ese viaje de la imaginación, la construcción de otros mundos, es lo que me apetece, lo que me interesa y lo que hago.

–¿De ahí que en su discurso en Alcalá avisara de que "lo que menos me interesa soy yo mismo"?

–Narrativamente yo no me intereso nada. Los elementos biográficos, lo que yo pueda contar de mí, la capacidad de pensamiento que yo tenga para contar cosas importantes, no merecen la pena. Lo que me encanta es la gente que tiene esa capacidad y lo hace. Eso me fascina. Yo trabajo más en dimensiones imaginarias.

–Siempre se define como narrador. Ni escritor, ni novelista. Incluso "autor de cuentecillos". ¿Por qué?

–Narrador me da una dimensión más amplia que cuentista o novelista. Narrador, en el uso que hago, es alguien que cuenta. Mi intento es contar la vida desde esa dimensión personal en la que la vida se convierte en materia imaginaria, inventada. Desde ahí puede haber un reflejo de lo que somos, lo que vivimos, un espejo…. He viajado por casi todos los géneros, hasta el del microrrelato, y lo de narrador me va más.

–Pasados los 80 años, perdone por el recordatorio, y con más de 50 años de escritura y de publicaciones...

–Nada que perdonar, qué gusto y qué pena tener 80 años.

–...decía, ¿se reconoce en sus primeros libros?

–De lo que me doy cuenta es que tuve cierta lucidez. Es curioso. Cuando miro atrás veo cierta iluminación. Sí que tuve lucidez temprana para ir tomando, a través de un largo aprendizaje, de mucho leer y de la experiencia de la vida, un cierto destino de escritor, una trayectoria. Que no tenía que ver con la vertiente social de cómo me daría a conocer o cómo haría para publicar lo que escribía, sino en la parte interna y apasionada de la creación. Ahí tuve cierto sentido del camino que debía ir recorriendo y elaborando para llegar a ser lo que soy, un escritor prolífico. Si miro atrás no me dan temblores. Se ve que algo había en aquel joven que empezaba a escribir, que andaba estudiando Derecho en Oviedo, donde ya ganaba algún concurso literario por las fiestas de Santo Tomás de Aquino. Había un instinto que no me hace querer borrarlo todo. Tampoco me complace, pero veo que hubo una buena disposición primeriza de aprendizaje, una conciencia de querer decir.

–No sé si la actualidad le ocupa o preocupa. Carmen Riera, jurado del premio Princesa, decía esta semana que Pedro Sánchez sería un buen personaje para una novela.

–No de las mías… No por nada, seguro que Carme tiene toda la razón, pero es un señor complejo. No me interesa.

–Usted busca en otras realidades y a otros personajes, ¿no?

–Hace mucho tiempo que le vendí mi alma al diablo. Ando por esas ciudades de sombra. Mis incursiones son nocturnas por ciudades extrañas, vacías, donde hay muchos extravíos y cuando me doy cuenta estoy a veces en alguna taberna cercana a la calle Canóniga.