LA CAJA DE RESONANCIA

Los recintos no los llenan los artistas: son las canciones

En los macroconciertos se imponen los grandes éxitos con poco margen para desvíos, lo cual es una bofetada al ego del artista: el público no viene tanto a verlo a él como a reconocerse en un repertorio mítico

Concierto de Depeche Mode en Madrid el pasado 12 de marzo.

Concierto de Depeche Mode en Madrid el pasado 12 de marzo. / Juanjo Martín - EFE

Estos días hemos podido ver de nuevo a Depeche Mode y llama la atención que, si bien su último álbum ha sido saludado como el más inspirado en al menos un par de décadas, la presencia de canciones nuevas en el repertorio haya sido pequeña: solo cuatro del total de 23. Incluso habiendo hecho un buen disco, Dave Gahan y compañía se han visto incapaces de sortear el guion de ‘hits’, que hoy en día parece imperativo, sobre todo, en el campo de los grandes recintos. 

Cada vez es más difícil imaginar que una estrella ignore sus clásicos, como cuando los Rolling Stones prescindieron de (I can’t get no) Satisfaction en su debut barcelonés de 1976. O cuando David Bowie, en su Glass Spider Tour (1987), dejó fuera del setlist la mayoría de sus iconos setenteros. Es cierto que entonces no había pasado tanto tiempo desde que crearon aquellos hitos como para haber engordado lo suficiente la máquina de la nostalgia.

Pero ya en 2006, Iron Maiden llenó arenas con una gira en la que interpretaba íntegramente su (espeso) álbum del momento. Incluso los vetos a ciertos éxitos (del estilo de REM a Shiny Happy People o Radiohead a Creep) resultan hoy más excéntricos. Lo de Bob Dylan o Van Morrison, que siempre han ido por libre y siguen haciéndolo, juega en otra liga, la de los teatros y auditorios de medio aforo, con un público hardcore que valora el conjunto de su producción.

En las grandes giras hay tantas cosas en juego que el margen para el riesgo se ha ido empequeñeciendo: cuelgan de ahí cifras de negocio mayúsculas y muchos sueldos que pagar, y no es cuestión de poner todo eso en peligro porque el artista con trayectoria desea hacer una gira ‘distinta’, primando el nuevo álbum o explorando una parcela oscura de su catálogo. Sí, el pop y el rock, a gran escala, han acabado adoptando un cariz ritual y conservador, de validación de unos fetiches. 

Aunque, al fin y al cabo, interpretar las canciones que más han gustado no suena a ejercicio perverso. ¿El artista sale a escena para complacer al público o para situarse por encima de él? Negarse a cantar los éxitos o los clásicos puede dar un perfil audaz y aventurero, pero también de narcisista convencido de que todo lo que uno toca es sublime.

Un supuesto poco compartido por el show business, cuyo orden actual viene a ser una bofetada para el ego del artista: lo que vende entradas no es tanto su fina estampa, sino, sobre todo, las canciones que marcaron vidas y que todos quieren escuchar de su viva voz.