MÚSICA

Las claves de 'Searching For Sugar Man': el misterio de Sixto Rodríguez

El documental, dirigido por Malik Bendjelloul, retrata la fama de un hombre a quien nadie conocía y cómo sus canciones fueron un himno en el sur de África

Sixto Rodríguez, durante el concierto que dio en Barcelona en 2013.

Sixto Rodríguez, durante el concierto que dio en Barcelona en 2013. / ELISENDA PONS

En Sudáfrica, durante los 70 y 80, al lado de Jesucristo estaba un hombre de apariencia hispanoamericana, los ojos cubiertos por lentes de sol, sombrero, camiseta de tirantes, un pantalón a rayas, chancletas negras y las piernas cruzadas. Flotaba en una burbuja sobre un fondo blanco, y arriba, en letras gordas, el nombre del artista y el título del álbum: Rodríguez Cold Fact.

Eran los 70, un dato importantísimo, casi geográfico, como si habláramos de otro planeta. Pues hoy en día, con Spotify y las redes sociales, la extraordinaria historia de Sixto Rodríguez, relatada en el documental Searching For Sugar Man, no hubiera sido así: extraordinaria.

Entre las tantas personas que narran el documental, baristas, obreros, productores, Stephen Segerman, dueño de una tienda de discos en Cape Town, recuerda cómo Cold Fact, el primer álbum de Sixto Rodríguez, llegó y se esparció, cual la pólvora, por Sudáfrica. Las versiones son varias. Él conoce esta: que una chica estadounidense llegó al país africano para visitar a su novio. En la valija, trajo el vinilo, que nadie conocía. Al novio le gustó, se lo enseñó a sus amigos y también lo disfrutaron. Pero ninguna tienda de discos lo vendía. La solución era simple: piratearlo. Grababan copias y las repartían. “Como sea que llegó aquí, germinó”, recuerda Stephen. Su apellido, Segerman, vecino fonético de Sugar Man, le valió ese apodo, que es también el título de la primera canción de Cold Fact. “Para muchos sudafricanos”, dice, “Rodríguez fue la banda sonora de nuestras vidas. En los 70, si entrabas a cualquier casa blanca, liberal, de clase media que tuviera un tocadiscos, encontrabas Abbey Road, de The Beatles, Bridge Over Troubled Water, de Simon and Garfunkle, y, siempre, Cold Fact, de Rodríguez”.

Era una época dura para Sudáfrica: el pico del Apartheid. William Möller, músico, recuerda esos tiempos de extremo conservadurismo. “No había televisión aquí, porque la televisión era comunista. De verdad, lo era. No podrías creerlo”. Todo era restringido y de pronto aparece este tío, Rodríguez, y canta sobre drogas, sexo, justicia social. Se volvió un ícono. En medio de la represión, Rodríguez abrió una grieta de conciencia. “Un rebelde”, dice Moller. Sus canciones fueron un himno para la gente, que poco a poco empezó a levantarse contra el Estado, algo que antes ni siquiera concebían. El Anti-Establishment Blues de Rodríguez estaba vivo en las calles.

Y aunque todos tenían su disco, aunque sus canciones movilizaban a las masas, nadie sabía quién era Rodríguez. La única información sobre el cantante era su foto de piernas cruzadas en la portada del álbum. Ni siquiera mostraba los ojos, ocultos tras las gafas oscuras; medio rostro tapado bajo un sombrero. “A diferencia de otros artistas americanos, de quienes podías leer, saber algo, [de Rodríguez] nadie sabía nada”, revela Möller.

El misterio es tierra fértil para las habladurías. Se decía que, abucheado durante un concierto fallido, Sixto se había disparado en la cabeza frente al público. También que se roció de gasolina y se prendió en fuego sobre el escenario. En cualquier caso, en Sudáfrica se le creía muerto. Su imagen era la de un mártir, casi un dios. Cuando Craig Bartholomew Strydom, periodista, logró, después de una auténtica odisea, ponerse en contacto con uno de los productores de Rodríguez, quien le dio la noticia de que el cantante, el profeta, el movilizador social, estaba vivo, escribió un artículo anunciando el hallazgo y lo tituló “Buscando a Jesús”. Lo más impresionante es que el propio Sixto Rodriguez ignoraba por completo su fama al otro lado del Atlántico. Las regalías por el medio millón de discos vendidos en Sudáfrica habrán enriquecido a otros: él no vio nada de ese dinero. Tampoco es que lo quisiera; estaba feliz con su vida módica en Detroit, donde era un absoluto anónimo. Porque, increíblemente, ninguno de sus dos álbumes había hecho ni cosquillas en Estados Unidos.

Desde ahí, la historia roza lo fantástico. Segerman dice que encontrar a Sixto Rodriguez, y saber que estaba vivo, fue la cosa más emocionante de su vida. Pero era solo el inicio. Reproducir en un artículo todo lo que el documental narra a partir de este punto no sería responsable. Lo mejor es verlo. Está disponible en Mubi, en Filmin y gratuitamente en RTVE Play. No solo es el retrato de un artista y su excéntrico camino a la fama; es la rebanada de un mundo reciente pero antiguo, conectado a medias, donde las distancias existían, palpables, y la falta de información sumía incluso a las celebridades en el misterio.

Hace pocos días se anunció la muerte del cantautor. Es satisfactorio saber que su talento, muchas veces comparado al de Bob Dylan, fue correspondido, si no en su propio país, sí en un rincón del mundo que necesitaba con urgencia una voz que despertara su hambre de libertad. Ahí, su arte ya sobrevivió a una muerte; sin duda lo hará de nuevo.