LIMÓN & VINAGRE

Marisa Paredes, sin miedo a la libertad

"¿Cómo pueden tener tanto miedo a la libertad, a la cultura? Con esa sensación de impunidad que les hace pensar que son dueños del país, del alma de la gente, que son capaces de hacer las mayores barbaridades con toda tranquilidad. No conocen lo que es la moral"

Marisa Paredes, actriz española.

Marisa Paredes, actriz española.

Emma Riverola

Emma Riverola

Nunca ha dejado de ser la hija de la portera del número 13 de la plaza de Santa Ana de Madrid. La niña que subía cubos de agua por las escaleras para que su madre las fregara. La misma que tenía el inodoro en la cocina y que se despertaba sin regalos de Reyes Magos porque las dadivosas majestades habían vaciado su saco antes de llegar al sótano. También la que entraba por la puerta de las niñas pobres en el colegio de monjas, con su uniforme de niña pobre, y la que tuvo que dejar la escuela a los 12 años, como hacían las niñas pobres. Sí, nunca ha dejado de ser hija de esas circunstancias, porque son las que le hicieron levantar la nariz para no agachar la mirada, las que cincelaron una elegancia que es dignidad y orgullo, las que le han hecho tener hambre de conocimiento de por vida.     

A Marisa Paredes (Madrid, 1946) le encajan bien los tópicos superlativos: la diva por excelencia, la gran dama de la interpretación. Distinguida y magnética, de mirada seductora y una inconfundible voz de contralto, sabe qué es batallar por cada centímetro ganado, incluso más allá de la profesión. A los 11 años ya tuvo que luchar contra viento y marea -es decir, contra la voluntad de su padre- por ser actriz. Su futuro parecía escrito: sería mecanógrafa. Pero la niña se había criado rodeada de teatros, apostada en las puertas de entrada, esperando que alguien se fijara en ella. Y lo hicieron, claro. 

Romper con su destino le costó a la cría una huelga de hambre encerrada en su habitación gritando que quería morirse. Esa fue la primera vez que su padre cedió. Quebrar su designio le llevó unas cuantas batallas más. A los 14 años subió por primera vez a un escenario, y ya no bajaría. El mítico Estudio 1 de TVE le dio el prestigio y la popularidad, y Pedro Almodóvar fue un punto de inflexión en su carrera cinematográfica. Llegó el reconocimiento internacional, las interpretaciones más memorables: la diva definitiva. 

Paredes nació y creció con garras de felina. Con ellas superó los obstáculos y luchó hasta alcanzar su sueño; con ellas ha defendido todo lo logrado. No es mujer de concesiones. Ni en su libertad individual ni en la colectiva. Del mismo modo que no se doblegó al dictado del destape, tampoco quiso hacerlo ante las mentiras de las armas de destrucción masiva.

La actriz era la presidenta de la Academia de Cine en aquel 2003 del No a la guerra: "Esta no es una noche tensa, sino libre. No hay que tener miedo a la cultura ni al entretenimiento, ni a la libertad de expresión, ni mucho menos a la sátira, al humor. Hay que tener miedo a la ignorancia y al dogmatismo. Hay que tener miedo a la guerra", dijo entonces, hablando en nombre de la institución. "Hoy volvería a repetirlo", dijo en 2018 al recoger el Goya de Honor. Ahora, de nuevo, ha llegado el momento de sacar las uñas. 

"Lloré cuando nació mi hija en 1975 porque se iba a librar de la dictadura. Mi nieta nació hace dos años y pensé que esta criatura va a vivir algo que yo creí que ya se había terminado: la dictadura y el retraso en todos los derechos", afirmó en una entrevista reciente en la cadena Ser. Paredes es una de las personalidades del mundo de la cultura que se ha arremangado estos días para luchar contra algo más que un temor. Ya es una realidad.   

La censura ha vuelto de la mano de los gobiernos del PP y Vox. Una censura moralizante, pacata y rancia. Una mutilación de la creación. Un retraso impensable que, de forma inherente, conllevará el sufrimiento de personas. Siempre es así. Cuando se cancela una película de dibujos animados de Pixar porque hay un beso tímido y fugaz entre dos mujeres, se está privando a los niños y niñas de la normalidad de la homosexualidad. Vuelve el pecado para unos y la intolerancia de otros. Y Paredes no se calla. 

"¿Cómo pueden tener tanto miedo a la libertad, a la cultura? Con esa sensación de impunidad que les hace pensar que son dueños del país, del alma de la gente, que son capaces de hacer las mayores barbaridades con toda tranquilidad. No tienen un sentido moral de la vida. No conocen lo que es la moral", afirma la actriz.

Y su voz es la de muchos, especialmente la de aquellos que saben cuánto ha costado cada gramo de libertad conseguida, cada derecho alcanzado. Hubo ilusión, hubo esperanza, pero también hubo toneladas de sufrimiento. En apenas unos días, las urnas decidirán si miran al futuro o al pasado. Paredes saca las uñas para seguir avanzando.