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Pascal Bruckner: “Francia y su sistema educativo han renunciado al amor por la nación, su historia y sus tradiciones"

Pertenece a la generación de los llamados “nuevos filósofos franceses”, vinculados al Instituto de Estudios Políticos de París, que cuestionaron el marxismo después de participar en mayo del 68. Se pasea por el sinuoso terreno de la no izquierda no derecha, ni capitalismo, ni lo contrario, y a sus 74 años sigue escalando montañas; dice que en la superación del esfuerzo encuentra la razón para sentirse vivo, y a ello ha dedicado su último ensayo: “De la amistad con una montaña. Pequeño tratado de elevación”, publicado por Siruela.

Pascal Bruckner, filósofo, escritor, alpinista.

Pascal Bruckner, filósofo, escritor, alpinista.

Convertir la adversidad y el esfuerzo en gozo, he ahí el placer de cualquier deporte. ¿Una cuestión química?

No, es más una disposición de ánimo que se hace particularmente visible en la montaña, porque cualquier ascenso implica un esfuerzo continuado, y cuando llegas a la cima te preguntas: ¿será esto un absurdo? Y no, tiene un sentido real, porque es un sufrimiento elegido y por tanto con recompensa: el placer de haber llegado y contemplar el panorama; es casi una ascesis.

Bueno, eso si no hace usted como los budistas, que cuando llegan al Pico de Buitre cierran los ojos para meditar. ¿Esto sí sería absurdo?

Cada uno tiene su manera de proceder, pero en general uno llega y admira el panorama, que es suntuoso desde allá arriba.

Según Nietzsche, la mayor riqueza y felicidad provienen de vivir “peligrosamente”. ¿Por eso usted escala montañas y lo sigue haciendo a su edad?

No. Aunque es cierto que en la montaña siempre existe el peligro, es más el reto y el esfuerzo lo que me motiva: el reto de seguir siendo capaz. Es como la prueba del cocotero que practican ciertas tribus: mandan a sus ancianos subirse a una palmera y desde abajo la agitan; si el anciano resiste, se reintegra, si no, lo envían al bosque a perderse.

¿Es cierta esa historia?

La verdad es que no lo sé, pero es una metáfora de lo que sucede en nuestra sociedad con los ancianos, que cuando pierden sus facultades son desechados, excluidos. Subir y resistir es una forma de mantenerse vivo.

¿Por qué es tan irónico con esta nueva tendencia de los seniors de pelo blanco de practicar deporte, si usted mismo lo hace?

Es una ironía tierna. Yo escalo desde los 40 años, antes de que el ejercicio se pusiera de moda entre los seniors: muchos no han hecho deporte en su vida y empiezan con 60 años y sobrepeso, como aferrándose a la vida, lo que es realmente peligroso. Se ha instaurado una especie de uniforme de jubilado: llevan bastones de esquí y mochila hasta para cruzar una calle; y cuando viajan, se disfrazan de aventureros a lo Indiana Jones.

“Nada grande se consigue sin tormento” –sostiene. ¿No es ésta la idea judeocristiana del sacrificio, heredada del estoicismo?

Es una idea que está en todas las religiones: el hombre sólo es grande cuando se supera a sí mismo. Pero más allá de la religión, yo me refiero a un cambio personal conseguido a través del esfuerzo. Todas las ideologías seculares y laicas han abogado así mismo por el sacrificio, empezando por el marxismo. Hoy en día, la ecología también nos insta a sacrificarnos por el planeta. Es algo universal.

¿Sugiere que el ecologismo es también una cuestión de fe?

Hay que distinguir entre ecología, una preocupación compartida por toda la humanidad, y el ecologismo, que es una ideología política que nace del problema real y adquiere muy diversos signos: ecologistas catastrofistas, radicales, violentos…

Con los que deduzco no se alinea. ¿Qué tipo de ecologista es usted?

Para mí la ecología no es un asunto político sino una cuestión de conciencia que está logrando cambiar nuestros hábitos. Yo por ejemplo he aprendido a ahorrar agua, casi no me baño, me doy una ducha de 4 minutos cuando lo necesito, y a ello me acostumbré en los refugios de montaña, donde el chorro no dura más que eso. También ahora como más verduras que carne.

Dice que el hombre contemporáneo es infeliz por su obsesión del “siempre más”, pero a la vez insta a no dejar de desear, y desear más allá de lo posible. ¿No es una contradicción?

El “siempre más” es una consigna del consumismo, referida a bienes materiales. Yo me refiero al deseo de conseguir lo que parece imposible, a un desafío que te hace seguir subiendo la montaña pese a ser consciente de tus límites y del dolor de tu cuerpo; si lo consigues, trasciendes el reto y sientes alegría, y si no, será que has llegado al umbral de incompetencia, se acabó.

¿Eso es todo, desear subir montañas?

Sí, porque simboliza el deseo de estar vivo.

¿Qué es la culpa feliz?

Una idea de San Agustín referida a la felicidad del perdón de Dios. Mira tu catecismo de cuando eras pequeña y lo encontrarás. Pero no tiene nada que ver conmigo.

Profesor Bruckner, ¿qué propone usted en lugar del multiculturalismo?

No tengo nada en contra del multiculturalismo, pero no siempre funciona; no, cuando las diferencias culturales se imponen sobre el derecho colectivo o la legalidad.

¿Por qué ha dejado de funcionar en Francia la política migratoria que otrora tan buenos resultados dio? ¿Por qué los migrantes ya no se sienten franceses?

Necesitaría horas para explicártelo. Francia y su sistema educativo han renunciado al amor por la nación, su historia y sus tradiciones, entonces ¿cómo le van a transmitir esto a los extranjeros que vienen a instalarse aquí? La integración funcionó muy bien, efectivamente, en los años 50 y 60. Los cientos de miles de franceses de origen magrebí o subsahariano que llegaron entonces, hoy comparten el modo de vida francés, independientemente de su religión, y están tan introducidos que no notamos sus diferencias culturales. Ahora bien, después del 68 las reformas educativas acometidas no tuvieron éxito, se abandona la integración. En una calle de Sena-Saint Denis pueden convivir hasta 120 nacionalidades que no se sienten francesas, y a menudo conviven con violencia. Se ha llegado al extremo de que las madres migrantes han tenido que exigir que mezclen a sus hijos en las aulas con estudiantes franceses, porque salen de la escuela sin siquiera hablar el idioma. Pero tampoco creo que debamos adoptar una visión demasiado pesimista de la situación a raíz de los recientes disturbios, porque no reflejan fielmente la realidad sociológica de Francia.

Critica la “religión del mercado” y es contrario tanto al capitalismo como al anti capitalismo. ¿Qué alternativa se le ocurre?

El dinero y el mercado son un medio para la emancipación, está claro, pero hay otras formas de acceder a la libertad que son más interesantes: la cultura, la vida personal, la vida amorosa. A lo que me opongo es a una sociedad donde el mercado invade todo lo anterior. Europa, a diferencia de Estados Unidos, tiene un pasado pre capitalista cuyos valores no podemos olvidar: pongamos los valores caballerescos de Don Quijote. Por ello el estado de bienestar aquí limita la expansión del mercado. Francia dedica un 57% de su PIB a cuestiones sociales, en EEUU la gente o paga su seguro médico privado o no puede ir a un hospital. Estoy en contra del capitalismo omnipresente, y en cuanto al anti capitalismo, está demasiado obsesionado con su enemigo, por eso lo critico.

Creció usted odiando a su padre (por fascista, maltratador y mujeriego) y le perdonó escribiendo “El buen hijo”, pero ¿fue usted un buen hijo?

Mi padre era belga con orígenes austríacos, y mi madre, españoles. Mi padre apoyaba el nacional socialismo y era muy violento, sobre todo con mi madre, que por el contrario era my sumisa y devota del cristianismo, pero también muy posesiva conmigo, su único hijo. Y yo como hijo único fui muy egoísta, sobre todo con ella, así que entenderás que el título es una ironía. Odié mucho tiempo a mi padre por sus ideas políticas y su brutalidad; luego pasé a la indiferencia y finalmente los cuidé a los dos en su enfermedad. Y sí, le perdoné incluso antes de morir: hay que saber perdonar.