MUESTRA EN EL ALCÁZAR

Dulces que salvan conventos: las monjas de clausura de Sevilla estrenan la Navidad

La venta de 7.000 kilos de productos artesanos, elaborados en silencio y oración, financian 20 de los 34 conventos de la provincia sevillana, que iguala a Roma en número de religiosas en monasterios

Dos voluntarias venden dulces de los conventos de Sevilla en el Real Alcázar.

Dos voluntarias venden dulces de los conventos de Sevilla en el Real Alcázar. / Juan Bezos

Isabel Morillo

Isabel Morillo

En Sevilla, la Navidad empieza cuando el Real Alcázar huele a dulce. Cuando los salones de uno de los monumentos más visitados de la ciudad ponen como ambientador la canela, la almendra o el ajonjolí. La provincia sevillana es la que más conventos de clausura tiene del mundo, a la par que Roma, con 34 que dan cobijo a unas 400 monjas de clausura.

El primero de los problemas para la supervivencia de estas instituciones religiosas es la falta de vocaciones. Este año se han incorporado hermanas de Tanzania y Kenia y el milagro es una sevillana postulante en el convento de San Clemente. El segundo problema es la ruina económica. Por eso la muestra de dulces de conventos de clausura, que este año cumple su edición número 39, es una de las citas imprescindibles para estas religiosas, que con 7.000 kilos de dulces artesanales vendidos recopilan en los días del puente de la Constitución y la Inmaculada ingresos que las salvan todo el año.

Claudia Hernández, hija de la fundadora de la muestra dulces de convento y una de las organizadoras.

Claudia Hernández, hija de la fundadora de la muestra dulces de convento y una de las organizadoras. / Juan Bezos

Claudia Hernández trabaja junto a otras voluntarias para terminar de montar los puestos que dan vida a los salones más bonitos del Alcázar, en el Palacio Gótico, donde se casaron Carlos I e Isabel de Portugal. Su madre, Claudia Rodríguez, junto a su amiga María Luisa Fraga fueron las que tuvieron la idea de montar este certamen de dulces de convento para ayudar a las monjas a financiarse. El entonces arzobispo, Carlos Amigo Vallejo, que años después sonaría en las quinielas para ser Papa, se entusiasmó con la idea. Primero se celebró en el Arzobispado de Sevilla pero hace ya “más de veintitantos años” que se trasladó al Alcázar, con ayuda del Ayuntamiento hispalense.

Este miércoles se inaugura la muestra pero ya el martes estuvo abierta al público. Por la mañana los benefactores de las monjas en distintos pueblos de la provincia ayudaron a las hermanas a trasladar su mercancía. Por allí aparecieron los militares de la base de Morón de la Frontera con los dulces de las Clarisas. El empresario de la cadena de ropa Álvaro Moreno fue personalmente quien condujo la expedición con la mercancía de las carmelitas de Osuna. Otras monjas se hacen con una furgoneta prestada por algún feligrés y llevan a las puertas del Patio de Banderas, por donde se accede a la muestra, sus cajas cargadas de reliquias, como las Mercedarias de Marchena, que viajan a Sevilla para montar su propio puesto recordando la estampa de Sor Citröen. En total participan siete conventos de la capital y 13 de la provincia.

170 voluntarias

Las 170 voluntarias, la mayoría son mujeres, que atienden al público estos días, tienen contacto estrecho con los conventos más allá de los días de la muestra, se interesan por las vicisitudes que atraviesan las religiosas, y una vez al año comparten un retiro. La actividad de los conventos da para la alimentación, pagar la luz o el gas pero el problema aparece cuando hay que hacer obras de mantenimiento o restauración. Cuando el techo de la iglesia se hunde o el coro se viene abajo. Mantener el patrimonio es difícil y en eso las administraciones también colaboran con dedicación en Sevilla en particular y en Andalucía en general.

Las magdalenas, las tortas de aceite o los tocinos de cielo se pueden adquirir todo el año a través de los tornos de distintos conventos de la ciudad. “Cada convento funciona como una empresa, las monjas están dadas de alta, cumplen estrictas normas sanitarias y cumplen con sus obligaciones fiscales”, cuenta Claudia, una de las organizadores de la muestra. “Porque de rezar no se vive y no se pagan las facturas”, añade. Ella ‘heredó’ la dedicación voluntaria a ayudar a las monjas de clausura de su madre y su hijo, 24 años, también aparece por allí este martes cargado de cajas. Lucia Argüeso está en la caja, tiene 22 años y lleva participando desde los 15.

La muestra vende dulces hasta el sábado y se celebra en el Salón Gótico del Real Alcázar.

La muestra vende dulces hasta el sábado y se celebra en el Salón Gótico del Real Alcázar. / Juan Bezos

Bollos del s.XVII

Hay recetas antiquísimas. Las más antiguas son los bollitos de las clarisas de Santa de Inés: harina, aceite, azúcar y ajonjolí. Del mismo siglo son las yemas de las agustinas de San Leandro: huevo, azúcar y unas gotitas de limón. Junto a esos sabores más tradicionales, las hermanas aceptan sugerencias y tratan de innovar para adaptarse a los tiempos. Las jerónimas de Constantina llevan años triunfando con el chocolate, casi siempre son de las primeras que acaban existencias y por eso las organizadoras han animado a otros conventos a trabajar más con este ingrediente. Este 2023 las magdalenas y los bizcochos de chocolate con distintas recetas van a ser la estrella. Las monjas también trabajan cada vez más dulces sin gluten, sin lactosa y sin azúcar para quienes tengan intolerancias alimenticias. Hay delicias como la mermelada de albaricoques de las jerónimas de Santa Paula, que se atreven también con unos pimientos morrones en almíbar que quitarían el hipo a más de un restaurante con estrella Michelín.

Polvorones, turrones, pestiños y cortadillos de cidra ponen la nota más clásica de una Navidad que en estos dulces tiene sello de calidad ‘Ora et Labora’, creado por el Ayuntamiento de Sevilla en 2020 para dar un plus a estos productos. Este sello reconoce el patrimonio gastronómico de los conventos de clausura y garantiza una elaboración cien por cien artesanal, sin productos ni procesos industriales y elaborados por monjas que trabajan en silencio y en oración. Paciencia, dedicación, estrictas medidas de seguridad e higiene y materias primas de primera calidad.

Lucia Argüeso es una de las voluntarias más jóvenes y lleva desde los 15 años colaborando.

Lucia Argüeso es una de las voluntarias más jóvenes y lleva desde los 15 años colaborando. / Juan Bezos

La muestra sirve además “para que la gente se acuerde de que las monjas de clausura existen todo el año”. Las organizadoras reciben cada años decenas de llamadas de conventos de otros puntos de España para poder sumarse a la venta pero está limitada a monasterios de Sevilla. Este año, Madrid ha organizado una feria monástica muy similar que convertirá la Plaza Mayor en escaparate de decenas de conventos, pero las primeras fueron las voluntarias sevillana que siguen en la brecha 39 años más tarde. Si pasan y escuchan un coro de villacincos a las puertas del Alcázar sepan que el ayuntamiento este año ha contratado la música para amenizar las colas que se forman a la entrada. Siempre se agotan las existencias antes de que acabe el día 8. Esta edición hay miedo por la lluvia y el frío pero dice el tiempo que la temperatura sube conforme se acerque el final de la semana y seguro que si Dios puede echarles una mano, se la echará.