CRISIS ENERGÉTICA

Electrones para la paz

Países considerados poco o nada democráticos controlan mayoritariamente la producción de los combustibles fósiles

5
Se lee en minutos
Las emisiones por el petróleo siguieron aumentando notablemente

Las emisiones por el petróleo siguieron aumentando notablemente

El 8 de diciembre de 1953 el presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower pronunció el discurso “Átomos para la paz” ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, en Nueva York. La guerra fría y la carrera por las armas nucleares tensionaban las relaciones internacionales. Eisenhower, en esa histórica intervención, pidió centrar la energía atómica en las aplicaciones civiles sobre la agricultura, la medicina y la generación de energía. De hecho, propuso establecer una organización que promoviese los usos pacíficos de la energía nuclear en beneficio de toda la humanidad. En octubre de 1957 la visión de Eisenhower se hizo realidad y nació el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA).

70 años después se hace más necesario que nunca un nuevo discurso. Pero, esta vez, titulado “Electrones para la paz”. Si el átomo pudo haber sido en el pasado un aliado del progreso, hoy lo es el electrón (esa partícula que se encuentra alrededor del núcleo del átomo y cuyo flujo entre dos puntos genera corriente eléctrica).

Tras una pandemia mundial producida por el coronavirus, con una guerra en las puertas de la Unión Europea y en una situación económica frágil e incierta o acometemos reformas estructurales de calado o será difícil mantener nuestras democracias a flote.

Hoy, países considerados poco o nada democráticos controlan mayoritariamente la producción de los combustibles fósiles. Por eso, una de las principales reformas que debemos realizar con inusitada velocidad es la transición energética, porque producir y movernos con energías que no tenemos nos ha vuelto vulnerables (tal y como Rusia nos demostró en 2022).

Problemas económicos

Es innegable que de la energía se derivan casi todos nuestros actuales problemas económicos (por el alto precio de los combustibles fósiles, que generan inflación), medioambientales (por la quema masiva de gas y de petróleo) y geopolíticos (por la dependencia que hemos establecido de potencias extranjeras, algo que erosiona nuestra seguridad nacional).

En el plano económico, hemos visto cómo se disparaban los precios de la electricidad, fundamentalmente por la volatilidad de los precios del gas. Pues bien, sacar al gas de nuestras vidas implica instalar miles de megavatios procedentes de las energías renovables de forma acelerada de aquí a 2030. De hecho, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) estima que, para abaratar los precios de la energía, será necesario un rápido aumento de la energía solar y eólica durante esta década, a nivel global, hasta alcanzar un volumen anual de 630 gigavatios de energía solar fotovoltaica y 390 gigavatios de energía eólica para 2030. Para que tomemos conciencia de lo que estamos hablando, en el caso la energía solar fotovoltaica esto equivale a instalar el mayor parque solar del mundo (el de Bhadla, en la India, con 2.245 megavatios de potencia) cada día de aquí a 2030.

En el plano medioambiental, desde hace ya varios lustros hemos entrado en la llamada era del Antropoceno, es decir, en la era del ser humano (por el innegable impacto que la actividad de más de 8.000 millones de personas está generando sobre la faz de la Tierra). Desde 1997 nuestro planeta ha perdido casi un tercio de sus tierras vírgenes. Y existe un consenso científico sobre el hecho de que los daños climáticos y medioambientales que hemos provocado son ya irreversibles (fundamentalmente por la emisión de millones de toneladas de CO2 vertidas a la atmósfera desde hace más de un siglo).

La lucha contra el cambio climático se erige, por lo tanto, como uno de los principales desafíos de la humanidad (ya que está en juego la vida misma). Y, para dar esta batalla, debemos utilizar nuestra principal arma: las energías renovables.

Transición energética

Desde el punto de vista geopolítico el problema es que estamos realizando la transición energética (que es ecológica) de forma excesivamente lenta. En Europa, por ejemplo, seguimos quemando gas y petróleo de forma indiscriminada, cuando la descarbonización y la electrificación de nuestras economías no puede esperar muchos más años.

Revertir los daños medioambientales, económicos y geopolíticos exige trabajar de forma intensa en tres itinerarios.

Primero, electrificar velozmente nuestro transporte, nuestra industria, nuestros hogares, nuestra economía. Debemos movernos y producir sin combustibles fósiles. Y también tenemos que ser capaces de integrar las energías renovables en el sistema eléctrico europeo. Esto requiere avanzar rápidamente en la construcción de una potente red paneuropea de transporte eléctrico. Si queremos que el sol y el viento sean nuestros principales proveedores de electricidad, necesitamos nuevas y potentes interconexiones internacionales transfronterizas de alta y muy alta tensión. Esta cuestión debería ser un asunto prioritario y de carácter estratégico para la Unión Europea.

Segundo, desarrollar tecnologías para el almacenamiento de energía a gran escala. Esto permitirá a las energías renovables proveer de electricidad en todo lugar y a cualquier hora del día o de la noche. La industria de las grandes baterías está naciendo, pero debe crecer a un ritmo mucho más veloz gracias al impulso de los gobiernos.

Tercero, crear entornos micro y macroeconómicos muy favorables a la financiación de la transición energética, incentivando las inversiones y el crédito en los proyectos de energías renovables (fertilizando así una unidad real de mercado a escala europea). La autonomía estratégica europea requiere de medidas regulatorias predecibles, estables y efectivas que otorguen seguridad e incentivos a inversores, promotores y ciudadanos. En un momento en el que el despliegue de las energías renovables es especialmente urgente, resulta necesario garantizar que se produce de forma rápida y masiva y, a la vez, de manera sostenible social, económica y ambientalmente.

La lucha entre las oligarquías y las democracias se está produciendo en el campo de batalla de la energía. Porque esta es, hoy por hoy, la gran cuestión política a dirimir: el modelo de sociedad (autoritaria o poliárquica) que acabará sobreviviendo. Por eso, si queremos ganar, frente a las moléculas de guerra (gas y petróleo) debemos poner los electrones de la paz (eólica y solar fotovoltaica). Electrones para la paz con el objetivo de lograr que la electricidad sea producida mediante energías autóctonas (es decir, que no haya que importarlas de ningún sitio), limpias (es decir, no contaminantes) y competitivas (es decir, baratas).

Noticias relacionadas

En palabras del economista José Moisés Martín Carretero “nadie sabe cuál será el futuro. Pretender adivinarlo es un ejercicio vacío. Lo que sí podemos hacer es construirlo. Y eso exige tomar decisiones hoy”. Pues bien, construyamos desde ya el futuro, tomemos las decisiones correctas y actuemos rápidamente para defender sociedades democráticas donde primen el bienestar, la seguridad, la libertad, la cooperación, la protección medioambiental y el progreso.

(*) Sociólogo