CAMBIO CLIMÁTICO

Plysa, la empresa valenciana de aviación que lucha contra los incendios

Cada vez más países se ven obligados a prepararse para la extinción de fuegos. Plysa, vinculada a la valenciana Air Nostrum, es buque insignia en el sector

Los aviones de Plysa en la base de entrenamiento de Sotos (Cuenca)

Los aviones de Plysa en la base de entrenamiento de Sotos (Cuenca) / Fernando Bustamante

9
Se lee en minutos
Juanma Vázquez

En una de sus historias, la mitología griega cuenta que Prometeo se atrevió a desafiar a los dioses del Olimpo robando un elemento esencial. El fuego, un pilar en el desarrollo de las civilizaciones, fue regalado a los seres humanos, decisión que motivó que el titán fuera castigado por las deidades a pasar la eternidad con su hígado comido por un águila en un ciclo sin fin. Lo que un día las narraciones reflejaron como un regalo se ha convertido hoy en un peligro real a través de unos incendios forestales que con el cambio climático y sus consecuencias se han disparado. Y, con ellos, también el negocio de su extinción, un horizonte económico que cada vez se extiende por más países y donde los medios con los que se cuentan, públicos y privados, resultan insuficientes.

Este es el complejo mapa que dibuja, con la destreza de quien conoce a fondo todos los entresijos de este sector, José Luis Moreno. No en vano sus palabras tienen el peso de quien es actualmente director general de Planificación y Soluciones Aéreas (Plysa), firma nacida en 2016 vinculada a Air Nostrum que se erige como una de las empresas que se hallan en pleno crecimiento dentro de la complicada tarea de luchar contra el fuego. Labor que, afirma, cada vez encuentra adversarios ígneos más potentes, ya que con factores vinculados al cambio climático como las altas temperaturas y la sequía "surge un mayor número de grandes incendios forestales, capaces de arrasar ellos solos la mayoría de hectáreas que pueden quemarse en una campaña".

No es la única clave. El alza de los termómetros ha hecho que afrontar este tipo de catástrofes ya no sea solo cosa de zonas como España y Portugal, sino que se ha convertido en un "mercado creciente a nivel internacional, donde países que no sabían lo que era la extinción de incendios, porque no tenían hasta ahora, están demandando muchísimos medios aéreos". Es lo que ha sucedido por ejemplo en regiones mediterráneas como Turquía, pero también en otros enclaves mucho menos acostumbrados al calor como Letonia y Suecia, un país este último que ya tiene hasta su propia flota para combatir los fuegos. 

Al otro lado del Atlántico la situación no es mejor, con incendios que cada año van desde Canadá y Estados Unidos hasta Chile. "Es un problema global", destaca Moreno, que tiene clara otra realidad. La demanda en la extinción está creciendo a tal velocidad que, «por desgracia, no se puede atender", una falta de medios -España, por ejemplo, cuenta con poco más de 50 aeronaves de ala fija, una denominación que no incluye, por ejemplo, los helicópteros y donde la mayoría son privadas- que también entronca con una escasez manifiesta de nuevos aparatos. Porque los fabricantes de aviones "están desbordados", contando con huecos de producción limitados que hace que los plazos de entrega se puedan alargar entre un año y un año y medio.

Unos informadores clave para la extinción

Enclavada en medio de la campiña manchega, la base que Plysa utiliza en Sotos (Cuenca) respira, un jueves de noviembre, tranquilidad. Es una situación no siempre habitual. Porque allí se efectúa una actividad esencial para estar preparados en la lucha contra los incendios, la de formar y entrenar a los pilotos -y al resto del equipo, desde mecánicos hasta cargadores de agua- para que en una extinción real todo sea preciso. Y ahí el cronómetro juega un papel clave. Porque, una vez ubicados ya durante las campañas en las diferentes bases, el mantenimiento de las naves se hace por las noches para que durante el día el piloto esté preparado para salir a volar. "El tiempo que tenemos de respuesta es de alrededor de 10 minutos en los que nos tiene que dar tiempo a subirnos a los aviones, consultar dónde tenemos que ir, mirar un poco la meteorología y salir a volar", relata José Luis Moreno. 


Lo sabe de primera mano Manuel Pérez, uno de los pilotos de Plysa que con más de 20 años de experiencia volando participa cada campaña en esa labor aérea contra los incendios, tarea para la que necesita estar formado específicamente, además de contar con la licencia de habilitación del avión. Su rol es clave. Una vez sale la aeronave de la base rumbo a un destino que puede estar a unos 10 o 12 minutos, en una vuelta de reconocimiento de unos segundos, es el encargado de saber «qué obstáculos hay, cómo está evolucionando y que tamaño tiene el incendio y hacia dónde va». Esa información resulta clave para saber si hay viviendas en peligro o si se necesitan más medios aéreos para la extinción. También es esencial para que el responsable del operativo de apagado del incendio tome decisiones. Entre ellas, en el caso de los aviones de carga en tierra, si se va a verter sobre el fuego solo agua o también agua con el líquido retardante que ayuda a contrarrestar el avance del incendio. Según aclara Moreno, en una hora un avión puede llegar a tirar 10.000 o 12.000 litros entre los cuatro o cinco viajes que realiza. Si es pequeño, ese tiempo puede ser suficiente para sofocarlo. Si no, los pilotos se van turnando cada dos o tres horas.


Para Pérez, el suyo es un trabajo "vocacional", en el que, eso sí, cada vez resulta más complicado encontrar pilotos por la alta demanda del sector. "Te gusta contribuir a que se queme lo mínimo posible de nuestro monte", añade, dentro de un trabajo que "es de equipo".

Grandes inversiones

Pese a estos condicionantes, la expansión de los fuegos por todo el mundo está generando que la extinción de incendios, un mercado tradicionalmente dominado por unas cuantas grandes compañías, cuente cada vez con más operadores privados a todos los niveles. Es lo que sucede, por ejemplo, con la propia Plysa. Actualmente, entre las compañías de ala fija dedicadas a esta tarea, a su nivel únicamente existen otras tres o cuatro firmas más. Mientras, en el caso de los helicópteros "son muchas más compañías las que ofrecen este servicio", detalla Moreno.

Una de las principales razones para esta diferencia en el número de actores es la inversión requerida, que va desde la necesaria para contar con activos como las aeronaves y los pilotos a la formación o la seguridad. En el caso de Plysa, el director general de la firma asegura que solo en formación en horas de vuelo el coste asciende a medio millón al año, un presupuesto al que hay que sumar cuatro millones más para el mantenimiento de los aviones y el precio de adquisición de cada aeronave, que ante la alta demanda y la falta de disponibilidad se ha disparado desde los 1,3 millones por unidad hasta los dos millones en poco más de un lustro. "Eso hace que, dependiendo de las necesidad y los concursos que ganamos, vayamos comprándolos", prosigue. 

En expansión

En este sentido, la firma ligada a Air Nostrum cuenta con 18 aviones -espera llegar a los 21 antes del cierre de 2024-, 30 pilotos en plantilla fija durante todo el año que realizan un entrenamiento "fundamental" fuera de temporada en su base alquilada de Sotos (Cuenca) y centros de operaciones desde los que volar -propiedad del Ministerio para la Transición Ecológica o las comunidades- repartidos por Girona, Huelva, Valencia, Castellón y Galicia. Justamente fue la Xunta la que le otorgó en 2019 su primer contrato, aunque actualmente ya tiene otros en España ligados a la Comunidad Valenciana o el Gobierno central.

Fuera de las fronteras nacionales, opera también para la región francesa de Herault y en Chile. A este último destino ha trasladado este noviembre para la campaña de incendios del hemisferio Sur siete de sus aeronaves en un trayecto aéreo que, con escalas, dura cuatro o cinco días. Su horizonte, sin embargo, es más ambicioso. "Queremos seguir creciendo y expandiéndonos de forma controlada por Europa, porque vemos que las oportunidades son muchas", remarca Moreno, que de momento no desvela en qué horizontes concretos centrará sus esfuerzos.

Formación de pilotos en la base de Sotos (Cuenca). /

Fernando Bustamante

Con los contratos ya adquiridos, que duran de cuatro a cinco años, Plysa prevé eso sí facturar este 2023 que ya finaliza nueve millones de euros, una cifra que espera elevar hasta los 12 millones en 2024 para consolidarse así como el segundo actor de ala fija más grande de Europa. Sin embargo, para que ese horizonte pueda seguir mejorando, el director general de la firma tiene claro que, en un mercado del que asegura que es difícil calcular su dimensión económica completa -pero que no es «superrentable»- y en un momento en que prácticamente toda la economía se ha visto afectada por subidas de costes de los últimos años, se necesita que los contratos públicos vayan actualizando -como poco a poco reconoce que va sucediendo- al alza sus precios al menos el 14%. No en vano calcula que en cada campaña de incendios se puede llegar a mover entre 300.000 y 400.000 euros presupuestados por avión. Aun así, cree que «todo lo que se invierta en extinción de incendios es dinero bien invertido», ya que este servicio no tiene que valorarse «en términos económicos sino en términos de protección del medio ambiente y de las personas».

Pero entre todas las inversiones, otro pilar asociado a la extinción de incendios que gana fuerza es la mejora tecnológica y la innovación. En el caso de Plysa, sus aviones tienen cinco años de antigüedad como máximo, contando así con sistemas electrónicos, un aspecto de vanguardia que complementa con otras tecnologías como sistemas de posicionamiento GPS y cámara a bordo de la aeronave que permiten mandar imágenes de un incendio y tener así más datos a la hora de tomar decisiones. 

El reto del vuelo nocturno

Noticias relacionadas

No obstante, su mayor aportación ha sido la de la carga en caliente, que permite "mejorar la eficacia, porque la turbina no tiene que parar el motor -algo que, además, permite una menor contaminación- para recargar combustible". Traducido, eso significa que el tiempo de parada y repostaje es de menos de tres minutos, permitiendo así "estar más tiempo volando y echando agua, o agua y retardante, en un incendio", que además es «una de las causas de emisión de CO2 más potentes», mucho más que lo que contamina un avión de extinción con sus vuelos.

En esa línea de ampliar horizontes, también ha sumado este año a sus posibilidades la opción de contratar por el cliente el DASH 8-400 AT, una aeronave cisterna que puede transportar hasta 10.000 litros de agua -frente a los 2.800 de sus aviones normales, también ampliados en su capacidad- y que es mucho más rápido. Pero aun con todo esto, todavía existe un gran reto para el sector a nivel mundial a superar y ese no es otro que el vuelo nocturno. "Es el gran hándicap, donde tenemos que reforzar los esfuerzos para poder en un futuro apagar los incendios también de noche", concluye Moreno.