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Shopopop, un ‘blablacar’ del reparto a domicilio

Con sede en Francia y en expansión en España, Shopopop conecta a comercios y usuarios que entregan pedidos a domicilio durante sus trayectos cotidianos

Una ’shopper’ de Shopopop entrega su pedido a una clienta

Una ’shopper’ de Shopopop entrega su pedido a una clienta / 'activos'

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En su trayecto del trabajo a casa, sin desviarse demasiado, un usuario recoge un pedido en una tienda y se lo entrega al comprador. A cambio recibe una propina de, como mínimo, cuatro euros. Si es constante y realiza entregas suficientes -sin pasarse-, a final de mes podrá costearse sus gastos cotidianos de combustible. Pero no más. "Nadie se hará rico con Shopopop", advierte Clara Lloveres, gerente de esta compañía en España.

Shopopop es una plataforma digital que nació en 2016 en Nantes (Francia), de la mano de Antoine Cheul, y que llegó a España en 2021. Está constituida por una red de personas voluntarias a las que denominan shoppers. Ellos registran las rutas que realizan de forma habitual con sus vehículos: del trabajo a casa, mayoritariamente. Y un algoritmo se encarga de alertar de si algún establecimiento cercano necesita hacer una entrega.

La plataforma tiene presencia en más de 15.000 ciudades francesas. Más de 300.000 personas la han descargado allí. Y también están en Bélgica, Luxemburgo, Países Bajos, Alemania e Italia. Aunque su objetivo a corto plazo es asentarse en España, donde todavía son pequeños. Comenzaron en Madrid, con ocho personas en plantilla, que gestionan también València y Alicante. Y este mes de septiembre comienzan a realizar entregas en Barcelona. De momento, en España cuentan con entre 400 y 600 shoppers, tienen acuerdos con unos 300 negocios y la plataforma registra unas 5.000 descargas. En el último ejercicio, Shopopop facturó seis millones de euros y este año sus responsables pretenden superar los 30 millones de euros de facturación global.

Basado en la confianza

La plataforma no geolocaliza a sus repartidores. Esa es, precisamente, la mayor diferencia con otros sistemas de entrega de productos y una de las características que la posicionan dentro del ecosistema de la economía colaborativa. En la práctica, esto se traduce en el hecho de que, legalmente, los repartidores no pueden ganar con Shopopop más de 3.000 euros al año -250 euros al mes- por lo que, normalmente, no superan las 15 entregas mensuales.

La plataforma digital facturó a nivel global seis millones en el último ejercicio y pretende superar los 30 millones este año

"No consideramos que los shoppers sean empleados. Es gente que se da de alta", explica Lloveres. Además, hace hincapié en que el sistema está "basado en la confianza". Y es que uno de los principales temores de los comercios cuando se adhieren a la plataforma es que el repartidor falle. Pero "la mayor parte de incidencias se producen porque el cliente no ha puesto su dirección completa o porque se encuentra ausente", remarca. Sin embargo, los trabajadores que están en plantilla controlan las entregas. Y, si el pedido se pierde o se daña, es Shopopop quien se hace cargo. "Asumimos nuestra responsabilidad", subraya la gerente.

Su principal cliente es la alimentación, pero también están adheridos algunos negocios de retail, pastelerías o floristerías. La compañía reivindica el comercio de proximidad pero, a pesar de que tiene acuerdos con pequeños negocios, también se codea con los grandes, entre los cuales figura Carrefour.

Su creador concibió Shopopop durante una estancia de dos años en la India, donde conoció de primera mano un sistema local de entrega de comidas a domicilio: el dabbawala. Se trata de una red de repartidores que recogen los almuerzos de sus clientes, previamente elaborados por sus esposas en sus residencias de las afueras de las ciudades, y los llevan a los centros urbanos, donde trabajan.

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La eficiencia de este sistema le inspiró y decidió trasladar su esencia al mundo occidental. Solo necesitaba a alguien que le aportara los conocimientos sobre negocio y emprendimiento que a él le faltaban. Dio entonces con Johan Ricaut, que se convirtió en su socio.

Regulación escasa

A pesar de que la economía colaborativa está dejando de ser una gran desconocida para el gran público, lo cierto es que todavía no goza de una legislación clara ni consolidada. Lo aseguran los responsables de la plataforma, pero también otras fuentes institucionales. De hecho, el propio Ministerio de Industria, Comercio y Turismo ha difundido un estudio elaborado por dos profesoras universitarias que apunta en sus conclusiones hacia "un desfase entre la legislación actual, diseñada para el modelo productivo y de consumo tradicional, y las nuevas actividades de economía colaborativa, que se traduce tanto en ventajas como en inconvenientes, a causa de los vacíos legales".