Negocio chocolatero

Las 12 mujeres que cobran por comer chocolate Nestlé

La empresa de alimentación tiene dos paneles sensoriales que sirven a los equipos de innovación y producto para saber si van por buen camino

La sala de trabajo de las catadoras de Nestlé

La sala de trabajo de las catadoras de Nestlé / 'activos'

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Todo empezó con una visita, más por curiosear que otra cosa, a las oficinas de Nestlé en Esplugues de Llobregat (Barcelona). La compañía suiza celebraba una jornada de puertas abiertas en un edificio que había puesto en marcha en 1976 y que, por aquel entonces (principios de los 2000), se había convertido en uno de los grandes ejes de su presencia en España. Allí se enteraron Elisa Oller y la amiga que la acompañaba que esta empresa de alimentación estaba creando un panel de personas cuya misión sería probar los productos de la marca para confirmar que lucían, olían y sabían como sus creadores querían. Y que la oferta incluía cobrar un sueldo por ello. Se apuntaron a las pruebas, claro, y Elisa no se ha movido de allí desde entonces. Este verano ha cumplido 19 años trabajando para la empresa.

"Para mí, uno de los placeres de la vida es comer bien, pero, además, tengo mucha predilección por el dulce: voy a un buen restaurante y por supuesto que lo miro todo, porque me encanta comer, pero siempre me fijo en los postres", detalla, sumando a este paquete una sensibilidad olfativa que la acompaña desde pequeña. "Pasara por donde pasara, siempre le decía a mi madre si olía a una cosa u a otra", recuerda.

La cuestión es que probó suerte con el panel, superó un proceso "selectivo y exigente" que de entrada -reconoce hoy- la intimidó y ya lleva casi dos décadas combinando su profesión de podóloga con trabajar dos tardes por semana en estas oficinas de Nestlé en las que su labor consiste en estar dos horas catando chocolates y otros dulces que fabrica esta compañía, junto a 11 compañeras más. Otra docena de mujeres hacen lo propio por la mañana con los productos salados.

Proceso solo humano

"Cuando hacemos un proceso de innovación o de creación de un producto, aparte de las pruebas que tiene que pasar técnicamente, este tiene que cumplir una serie de atributos", contextualiza la especialista en análisis sensorial de Nestlé España, Aina Martínez. El análisis sensorial, define la responsable de estas 24 mujeres, es "la ciencia que estudia las características organolépticas de los alimentos mediante los sentidos". "Lo que hacen estos equipos es esta degustación, que de momento solo pueden hacer personas, porque no hay máquinas capaces de sacar los matices que sacan las personas e interpretar los estímulos que estamos sintiendo", argumenta Martínez.

Elisa lo hace junto a Asun Navarro, que por la mañana es comercial de vinos y cavas, y que se ganó su sitio en este panel cuando su hija, que trabaja en la empresa que Nestlé subcontrata para formar este panel, la avisó de que buscaban a gente. También Mari Ángeles Griñena, que completa con ello unos ingresos basados en una pensión de viudedad y se garantiza un sustento para seguir cuidando de su madre. Ella llegó al puesto a través de su sobrina, una de las participantes del grupo de alimentos salados. Y junto a ellas, otras nueve compañeras de entre 45 años (la más reciente incorporación) y 65 años.

Su oficina es una sala situada en el piso inferior de este edificio, caracterizada por su color completamente blanco (aunque puede activarse una luz roja si lo que se quiere es enmascarar el color de un producto para que no influya en la prueba), su insonorización y la falta de olores. Las participantes tienen que venir sin perfume, sin espuma de pelo con aromas, sin pintalabios, tienen que haber estado una hora sin comer, sin haber mascado chicle, sin haberse cepillado los dientes y, por supuesto, sin fumar, aunque una persona fumadora difícilmente pasaría las pruebas.

Cada una de estas 12 mujeres tiene su sitio en una mesa que parece normal hasta que empiezan a elevarse varias paredes que la acaban transformando en un espacio con 12 cubículos. En cada uno de ellos hay un plato, un bol metálico para escupir si no quieren digerir el producto, un vaso con agua y otro con manzanilla (para limpiar el paladar entre cata y cata) y una tableta con un formulario que las guía en la valoración: nivel de amargura, nivel de acidez, presencia de frutos secos, grosor, dureza, color, persistencia en boca, tiempo de fundición… 

Ellas mejores que ellos

Ellas lo hacen con chocolates, lácteos, bombones, leche condensada, papillas infantiles o bebidas de cacao, entre otros; y sus compañeras de la mañana, con cafés, cereales solubles, tomates Solis y purés Maggi. "Están elegidas por su capacidad, pero además han tenido que hacer todo un entrenamiento", aclara Martínez, que relaciona con una mayor sensibilidad natural que el panel esté formado exclusivamente por mujeres y que explica que no todos los productos que catan son pruebas reales: también hay muchas pruebas que se hacen para mantener en pleno rendimiento las capacidades de estas "sibaritas de los sentidos".

No hay máquinas capaces de sacar tantos matices e interpretar luego los estímulos, destaca Aina Martínez

Sin ir más lejos, durante el covid, guiaron las sesiones a través de videollamada y pidiendo a las participantes que fueran al supermercado a comprar ellas mismas los productos con los que practicar. Las que perdieron el olfato tuvieron que hacer entrenamiento extra y alguna de ellas confiesa haber pedido a la familia que las ayudara a practicar con catas a ciegas de productos.

"Seguramente, desde fuera no piensas todo el esfuerzo que requiere tener un buen producto. Es un proceso largo, elaborado, meticuloso y con muchas exigencias", asegura Elisa, aunque ella, como las otras dos compañeras que actúan de portavoces del grupo, es consciente de su suerte. 

"Las participantes fueron elegidas por su capacidad, pero además han tenido que entrenar", añade la experta

De hecho, lo poco malo que atinan a decir sobre esta especie de profesión son los empachos del principio, cuando todavía necesitaban probar varias veces antes de llegar a una conclusión -"al principio hacíamos helados, y por quererte asegurar vas probando, probando… te lo acabas y luego resulta que vienen tres más", recuerda Mari Ángeles-, y el hecho de que se les hayan desarrollado tanto los sentidos que sepan cuándo les dan gato por liebre en el restaurante. Una vez, una de ellas supo ver que estaba comiendo un arroz hecho en una paella donde antes se había quemado otro arroz. 

El otro gran inconveniente es que este no sea un trabajo a tiempo completo. "Tengo un trabajo estresante, porque tengo comisiones, unos objetivos mínimos a los que llegar… y vengo aquí y es relajación pura: es un trabajo que me gusta, en el que cada día se aprende una cosa nueva", valora Asun, que confiesa organizarse sus tareas como comercial vitivinícola en función de los horarios del panel y que, si cambiara de trabajo, lo haría buscando uno que solo la ocupara por las mañanas para poder seguir en esto.

Como una gran familia

Ayuda, también, la buena relación que tienen entre ellas: han visto nacer a nietos y nietas, organizan cenas de Navidad, se hacen regalos y comparten el extraño vínculo que se establece cuando la pregunta que más oyen desde hace años es "¿qué hay que hacer para trabajar de lo tuyo?". La que más formulan ellas a su jefa es "¿cuánto hay de este producto?" para abusar o no de aquellos que más les gustan y, por último, ser las únicas 12 privilegiadas que pueden probar un nuevo chocolate Nestlé incluso un año antes de que salga al mercado. Porque son las únicas que desempeñan este rol para Nestlé en toda España.

-Qué orgullo, ¿no? Ir a comprar al supermercado e identificar un producto que has probado tu.

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-Que lo has probado, no: que lo has creado prácticamente, lo has modificado, lo has mejorado.

Ah, y si no les gusta, da igual. "Ahí radica nuestra profesionalidad", concluyen. 

El pentatlón de la panelista sensorial

Cada vez que hay una vacante, su entorno se pone en marcha. "¿Qué hay que hacer? ¿Cómo entro? ¡Por favor, pasa mis datos!". Y ellas siempre repiten lo mismo: "No es tan fácil". Primero, porque los requisitos incluyen no fumar y no tener intolerancias ni grandes aversiones a la hora de comer. Segundo, porque las pruebas son de lo más exigente.


Elisa Oller, la más longeva de las participantes de este panel, tuvo que adivinar qué esencia se escondía dentro de 21 potecitos en orden, sin poder volver atrás y contrarreloj. Y luego hacer lo mismo con líquidos. Asun Navarro, una de sus compañeras, estuvo tres días haciendo pruebas, y Mari Ángeles Griñena, otra panelista, hizo además cuatro días de curso.


El pentatlón comienza con una entrevista. Luego, "se hace un test básico, como poner una solución con ácido cítrico, otra de agua con azúcar, otra con sal… y que detecten cuál es cuál", explica la especialista Aina Martínez. "Después tienen que colocar en orden de más a menos dulce; luego hacer una prueba de olores y a continuación una prueba descriptiva", detalla. Aquí, describir una fresa como un fruta jugosa con granularidad por las semillas y muy equilibradamente dulce en relación a su punto cítrico da más puntos que hablar de una fruta roja y ácida.