OPINIÓN

La Unión Europea frente a un desafío indiscutible

La pandemia y la guerra en Ucrania despertaron el afán transformador dentro de los Veintisiete. Ahora, toca iniciar un nuevo capítulo: una estrategia industrial para no quedar atrás

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La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen

Los países que suman la Unión Europea (UE) representan el 16% del PIB mundial, por detrás de Estados Unidos y China, y algo menos del 6% de su población. Su poder cultural, turístico y deportivo es indiscutible. Sigue siendo el gran museo del mundo. Pero no existe la misma sensación respecto al poder empresarial.

Solo 10 empresas pertenecientes a la UE están entre las cien más capitalizadas del mundo. De ellas, cuatro francesas representan el sector de la moda, la cosmética y el lujo (LVMH, L’Oréal, Hermés y Dior). Las empresas de Estados Unidos han liderado de forma indiscutible la revolución tecnológica a la que hemos asistido en lo que llevamos de siglo, como refleja el barómetro que publicamos en este número.

Hay una excepción entre las 50 con mayor valor: la empresa holandesa ASML, que ocupaba la posición 33 a final de 2022. Esta se ha consolidado como uno de los líderes mundiales en el diseño de semiconductores, especializado en sistemas litográficos. Fue fundada en 1984 como una escisión de Philips en la población de Veldhoven. Como cuenta Chris Miller en Chip war, el ingeniero Frits von Hout, que tomó las riendas de la compañía, vio que jugar en terreno neutral beneficiaría el desarrollo de aquella start-up en plena batalla de desgaste en la disputas comerciales que entonces mantenían Estados Unidos y Japón por el control de la industria de los semiconductores. En 2021, ASML facturó 18.600 millones de euros y cuenta con 37.600 empleados repartidos en 144 países. Vale en bolsa 250.000 millones. Por comparar, la empresa española más valorada, Inditex, tiene una capitalización de 85.000 millones.

El sector más estratégico

ASML es parte fundamental de la cadena de valor de la industria más estratégica del momento, capaz de poder generar historias de espías, enfrentamientos comerciales y, quién sabe si en el futuro, una guerra en el Lejano Oriente precipitada por una posible invasión de Taiwán por parte de China. Todo puede valer ya: desde el control de las tierras raras que permiten la elaboración de la tecnología de última generación hasta el de las fábricas capaces de crear miles de millones de chips.

Desde sus inicios, la innovación en los semiconductores estuvo unida a las ayudas estatales y especialmente ligada al desarrollo de la industria de defensa y espacial. Explica Miller que la primera guerra de Irak, respuesta de la invasión de Kuwait, fue para Estados Unidos su prueba de fuerza para demostrar la capacidad tecnológica de sus armas. Como cuenta en su libro, la participación financiera del Estado fue esencial para el nacimiento de Silicon Valley y apoyar el desarrollo de la iniciativa privada. Ocurrió en Estados Unidos, pero también fue clave en Japón, Taiwán, Corea del Sur y, en las últimas dos décadas, China.

No debe entonces sorprender que la UE finalmente esté despertando y, aprovechando la transformación verde y digital proporcionada por la pandemia, quiera ahora desarrollar una auténtica política industrial común para competir contra Estados Unidos y China. Fue el mensaje que lanzó la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en la cumbre de Davos y que no cabe enterrar antes de tiempo. Solo desde Bruselas puede liderarse una política común que evite la competencia entre pequeños cortijos, que es lo que está realizando cada país de la UE por su cuenta. Controlar la tecnología del futuro requiere una estrategia común a nivel supranacional y que permita el desarrollo y crecimiento de la empresa privada. El éxito de ASML no deja de ser una excepción en medio de un desierto donde cada ser vivo bastante hace con sobrevivir.

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Todo esto significa, como manifestó Von der Leyen, eliminar trabas burocráticas, flexibilizar la puesta en marcha de los proyectos, agilizar el sistema de subvenciones y, muy importante, crear un fondo soberano europeo que pueda competir con los grandes fondos soberanos mundiales: Noruega, Oriente Próximo y Lejano Oriente. Las inversiones milmillonarias que representan estar presentes en todo el proceso de la industria del semiconductor nunca podrá hacerlas una empresa por su cuenta, ni siquiera un país. Estados Unidos, por ejemplo, se arrepiente de que la mayoría de las "fábricas" de chips estén fuera de su país. Se consideró en su momento que los menores costes de fabricación lo justificaban.

Como siempre, la carrera por el control de las materias primas y las tecnologías del futuro, juega con otro enemigo: el tiempo. Y, si algo ha quedado demostrado desde el estallido de la pandemia, es que la burocracia, las diferencias de pareceres, el exceso de celo y las dificultades en pasar de la idea a la ejecución siguen siendo una de las patas cojas de la UE. Solo un liderazgo compartido, como ocurrió con la creación del euro, puede solucionarlo. De lujo, bienestar y museos no se podrá vivir.